En la Delegación de Cádiz de la APDHA hemos puesto en marcha desde hace aproximadamente año y medio un Club de Lectura Feminista en el que cada mes nos acercamos a algún tema relacionado con nuestra acción para reflexionar y formarnos en grupo. Durante este último mes hemos estado analizando cuál es el papel que el tema “mujer” tenía en los programas electorales de los partidos políticos. Desde el análisis de dichos programas y las propuestas que, desde diversas instancias, se hacen para tratar la desigualdad entre hombres y mujeres, nos encontramos con dos fenómenos comunes:
- Por un lado, la sectorialización o el tratamiento del tema mujer dentro de un capítulo aparte.
- Por otro, la constatación de que en estos epígrafes se siguen reproduciendo una serie de estereotipos porque tan sólo se abordan cuestiones como el cuidado, los menores, la maternidad, el trabajo reproductivo...
De hecho desde el movimiento feminista se ha propiciado que este tema se tratara de esta forma, intentando siempre singularizar la problemática de la mujer y separándola de la del resto de la población. Nos preguntábamos en el grupo si ésta había sido una buena estrategia y concluíamos, a la vista de los resultados, que no.
Es más, la brecha social sigue creciendo. Las mujeres ganan un 23,93% menos por el mismo trabajo, son las que más sufren la precariedad laboral, desempeñando la mayor parte de los trabajos a tiempo parcial y configuran el colectivo más afectado por los desahucios. Siguen trabajando fuera, pero también dentro de casa ya que el reparto desigual de los cuidados hace que se mantengan dobles –e incluso triples- jornadas laborales. En definitiva, el desmantelamiento que hemos vivido del sistema de protección social de estos años (educación, sanidad, derechos) repercute doblemente en la vida de las mujeres.
También en lo político encontramos esta misma brecha. En estos espacios son frecuentes los micromachismos y desincentivos a la participación de las mujeres, y ni el sistema de cuotas, que se limita a tratar el problema en el último eslabón de la cadena sin ir la raíz, ni el esfuerzo por dotar a las mujeres de más recursos favoreciendo su empoderamiento han dado lugar a una mayor participación de las mujeres en estos ámbitos.
No podemos negar el valor de estas estrategias que empujadas por el feminismo han conseguido visibilizar estas cuestiones y poner el acento en esa desigualdad. De hecho no encontramos ningún ámbito en que no se haga referencia a estos temas. El problema es cómo se hace, a quién involucra y cuál es la verdadera importancia que se le da. Por ejemplo, considerar la atención a la infancia, los cuidados de los mayores o incluso la violencia sólo como una cuestión de mujeres, no favorece la igualdad sino que perpetúa el desequilibrio. Asociar determinados conceptos a las mujeres lo único que hace es favorecer que sigan siendo problemas exclusivamente de mujeres.
No podemos conformarnos con seguir siendo un epígrafe aparte en los programas electorales. Las desigualdades que se derivan del sistema sexo-género deben tratarse de manera transversal o si no estaremos perpetuándolas.
No queremos un programa electoral en el que en el tema mujer se incluyan las guarderías, la ley de dependencia o en el que se nos trate exclusivamente como víctimas de violencia de género. Hacer esto seguirá expresando de manera simbólica que los cuidados de los niños y los ancianos siguen siendo exclusivos de las mujeres. No queremos decir con esto que no se deban desarrollar mecanismos de compensación -pues somos conscientes de que la igualdad real aún no se ha conseguido- pero creemos que estos temas y esta perspectiva de desigualdad sea incluida en sus correspondientes ítems: educación, empleo, salud… para que así sea la sociedad y no sólo una parte la que se haga responsable de subsanar estas carencias.
Somos ciudadanas de pleno derecho y nuestra especificidad –si es que la tenemos- debe pesar en todos los temas.
Queremos verdadero empoderamiento de las mujeres con fórmulas para la implicación política real que favorezcan la participación de las personas que tienen menos voz, es decir, las que no son “hombres blancos heterosexuales”.
Para ello, se deben producir cambios a nivel simbólico y de actitud y habrá que analizar cada política que se haga para aplicarle la clave de género como otras muchas claves que constituyen la especificidad y la diferencia de cada ser humano, ya que si ningún sector, como por ejemplo las personas inmigrantes o presas, es homogéneo, las mujeres tampoco.
Si queremos que haya realmente un cambio social no podemos pretender hacerlo sólo nosotras. Éste debe venir a través del cambio de mentalidad en el cual el sexo sea sólo una accidente, o mejor, una elección y que esta identidad no actúe de manera discriminatoria en ningún ámbito.
No salvemos primero a las mujeres y a los niños, salvémonos todos y a ser posible a la vez porque sólo de esa forma será.
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