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Juan Tamariz: “Antes el público venía para pillar los trucos, ahora vienen a disfrutar”

Juan Tamariz

Alejandro Luque

Sevilla —

“¡Chaaaaatatatatatacháaaaaaan!” El grito de guerra de Juan Tamariz, aquel con el que lleva años rematando sus números mientras toca un violín invisible, volverá a oírse el jueves y el viernes en el teatro Lope de Vega (20.30 horas), como plato fuerte del XVI Festival de Magia Ciudad de Sevillateatro Lope de Vega XVI Festival de Magia Ciudad de Sevilla. Su espectáculo Magia potagia, sucesivamente renovado, lleva años reuniendo a tres generaciones de españoles en torno a los trucos más sorprendentes de su inagotable repertorio. A sus 76 años, Tamariz se ha convertido en el mago por antonomasia, goza de reconocimiento internacional y no quiere ni oír hablar de jubilación “al menos hasta dentro de 30 años, cuando tenga 106. Hasta entonces, seguimos trabajando y disfrutando”.

Y aunque ha dado la vuelta al mundo muchas veces, volver al sur tiene para él un significado especial. No en vano, el prefijo del número en que atiende la llamada de eldiario.es Andalucía es de Cádiz. “Mi padre era de Écija, mi madre de Algeciras, y yo he vivido mucho tiempo por allí. Las vacaciones de infancia, verano, Semana Santa, Navidades, las pasé en Andalucía, y tengo casa en San Fernando. A pesar de haber nacido y vivido en Madrid, me considero medio gaditano”, proclama.

Alumno aventajado del legendario Arturo de Ascanio, Tamariz ingresó en la Sociedad Española de Ilusionismo cuando contaba 18 años –a pesar de que la edad mínima de admisión era de 20–, y fue adquiriendo notoriedad mientras trataba de sacar adelante la carrera de Física, que abandonó a falta de un curso. Amigo de poetas como Rafael Soto Vergés –también mago aficionado, quien le dedicó un poema–, cuando se le pregunta si la magia tiene más de ciencia o de arte, responde: “Yo creo que la magia es un arte, que tiene un poco de todo: del teatro, que es espejo ante la realidad; y del cine, que es espejo ante los sueños. La magia es un espejo ante lo imposible, pero hecho por personas reales. Y tiene también, por supuesto, algo de ciencia, porque todo posee su explicación”.

Entrar en los hogares

De lo que no duda Juan Tamariz es de que su carrera no habría sido la misma sin un invento fundamental, la televisión: “Cuando empecé, quería trabajar en condiciones distintas a las de los magos del momento, los que se ganaban la vida en las salas de fiestas con el frac, haciendo sus números sin hablar… no me gustaba”, recuerda. Fue entonces cuando diseñó su personaje de chistera, melena canosa y despeinada y labia cautivadora. No hubo programa infantil o de variedades, desde el Buenas tardes al Un, dos, tres… responda otra vez o El recreo, por el que no hiciera sonar su violín invisible: “¡Chaaaaatatatatatacháaaaaaan…!”  

“La televisión me sirvió para practicar, por un lado, y por otro para entrar en los hogares. Sin embargo, llegó un momento en que entendí que llevaba 20 años haciendo eso y tocaba dar un giro a mi carrera. Quería volver al teatro y a las salas, y es lo que he hecho”, asegura.

Casado con la maga colombiana Consuelo Lorgia, padre de cuatro hijos –una de las cuales, Ana, dirige la Escuela de Magia que él mismo fundó en la capital de España–, ha destacado no sólo como hombre de espectáculo, sino también como teórico y divulgador de la magia, así como incansable creador de nuevos juegos, especialmente en el campo de la cartomagia (magia con naipes) y la numismagia (magia con monedas).

El lado “jazz” de la magia

Sobre la deriva que han tomado ciertos espectáculos del género, donde se hacen desaparecer aviones ante los ojos de un público atónito, con montajes sofisticados y faraónicos, Juan Tamariz bromea asegurando que “para faraónico yo, que soy un faraón de Egipto resucitado”, al tiempo que admite que “me encanta ver esos espectáculos, pero no lo practico. David Copperfield es un gran amigo mío, siempre que viene a España me llama y habla muy bien de mí en los medios de comunicación, así que qué voy a decir. Admiro mucho a esos magos, pero no es mi forma de trabajar”, dice.

Él prefiere la magia de cerca, ver el asombro dibujado en el rostro de los espectadores, jugar con él. “Me gusta más la magia interactiva. A veces estoy haciendo un juego, voy por la mitad, y al ver la cara de la gente lo cambio sobre la marcha. Hay mucha improvisación en ello. La magia tiene ese lado de jazz que me encanta”.

Y al respetable, mucho más. Todos saben que saldrán de un espectáculo de Juan Tamariz no solo sorprendidos con una buena cantidad de prodigios, sino con agujetas en el maxilar de haber echado unas risas. Él resta importancia a esa faceta. “No soy ni mucho menos el primero que ha combinado magia y risa, pero tampoco diría que hago humor. No cuento chistes, no llevo nunca nada escrito. Lo que sucede es que sobre el escenario estoy tan contento, que me salen las bromas en cualquier momento, pero sin premeditarlo, como si estuviera en casa celebrando algo. Me gusta que la a de la alegría no falte nunca en mi trabajo”.

Así lleva Juan Tamariz 60 años dejando boquiabierto al personal de los cinco continentes, un público qué lógicamente ha cambiado con el tiempo, “y para bien”, afirma. “Ahora, por fin, mucha gente entiende que la magia es un arte. Antes, iban muchos a pillar al mago, a ver si pescaban el truco. Ahora van a disfrutar, nadie se pregunta cómo has hecho esto o aquello, al igual que nadie va al cine y se pasa la película preguntado cómo ha conseguido el director que los actores vuelen. Hay una comunión mayor entre el mago y los espectadores”.

En el Festival de Magia de Sevilla, volverán a darse cita muchos jóvenes y excelentes magos que tienen a Tamariz casi como un santo al que encomendarse. ¿Algún consejo para los que empiezan? “He escrito muchos libros de magia, pero al final solo tengo un consejo para ellos: que no me hagan caso”, ríe. “Esto es como todo, un intento de expresar el mundo interior de uno a través de las emociones que provoca en los demás. Que hagan su camino y sean ellos mismos”, apostilla el mago.

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