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Manuel Martín-Arroyo, escritor y maestro de adultos en prisiones: “En las cárceles no hay medios para que la pena sea menos pena”

Los pasos en el vacío

Javier Ramajo

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“Siete años recogiendo experiencias, historias penosas, ideas surrealistas y situaciones incomprensibles en esta (maldita) burbuja que es una prisión”. La carta de presentación de Manuel Martín-Arroyo (Rota, 1978) para hablar de su primera novela (Los pasos en el vacío, de la editorial Cazador de Ratas) resume a la perfección lo que ha querido plasmar en un libro que arroja algo de luz al oscuro mundo penitenciario. Y lo hace de la mano de Luis, un joven que dio con sus huesos en la cárcel tras defender a su hermana de la violencia machista ejercida por su marido.

Martín-Arroyo trabaja en el centro de adultos de Puerto III, en la provincia de Cádiz. Como Luis, el personaje protagonista, podría ser una especie de intruso que comparte espacio con funcionarios de prisiones y miembros de las ONG que acuden a la cárcel. Así, ha querido aprovechar desde hace años para ir anotando anécdotas y vivencias penitenciarias que ha ido hilando para tejer, principalmente, una “denuncia social” acerca de cómo se vive dentro de prisión: “violencia, drogas, soledad, pero también el compañerismo”. También introdujo entre sus apuntes convertidos en novela,  finalista en el Concurso Anual de Novela Negra de Bellvei, otros temas que le interesan como el feminismo o los medios de comunicación para dar forma a un libro que aporta también mucha información acerca del normalmente desconocido mundo de las cárceles.

En prisión, tan joven, y sin antecedentes, el protagonista de la novela intentará por todos los medios salir de prisión con unas peculiares nuevas amistades y un “ejército silencioso de mujeres” que defiende su inocencia. Luis  pasa de estar deprimido a sentirse inocente y a luchar por su libertad, según narra el autor a eldiario.es Andalucía. Aparte de la trama, donde jueces, abogados, psicólogos o educadores juegan también su papel, “Luis descubre todos los personajes que aparecen en una prisión, con todo el oscurantismo que rodea al mundo carcelario”. “Yo le digo a los presos que ellos son meros actores y que viven en una burbuja, teniendo en cuenta que hay 350 cámaras desde las que son controlados”, explica.

“Nos piden rotuladores, lápices”

“Pero en la cárcel no te ponen medios para que estés lo mejor posible sino que eres un número con cara. Hay muy pocas cosas en las que se apoye la reinserción”, dice Martín-Arroyo, que habla de la cárcel en la que trabaja pero cuyo relato hace extensivo al resto de centros penitenciarios. Denuncia, en general, “falta de medios”, incluso en lo más peregrino. “Nos piden rotuladores, lápices, pasatiempos... Cosas básicas para que la pena sea menos pena”.

El autor también se pregunta “por qué hay tanta droga en la cárcel y por qué no se busca la manera de atajarlo” sin que los propios presos drogodependientes reciban algún curso de otro tipo más allá de suministrarle metadona. “No se les da ningún tipo de habilidad para que sobreviva fuera y, a buen seguro, cuando salga de la cárcel, ese preso va a volver a la metadona o a la droga”, comenta, denunciando la escasez de talleres o de cursos para “empoderar” a algunos internos que pueden que necesiten “alternativas” para cuando dejen de estar en la cárcel.

“No se actúa sobre esa gente, teniendo en cuenta que un preso nos cuesta 65 euros al día. La reinserción en prisión es ironía pura y dura”. El autor, que tiene la satisfacción de “enseñar a leer y a escribir a alguien que no sabe”, se siente “útil” con su trabajo pero advierte de que es de lo poco que se hace con los internos dentro del recinto penitenciario. “Nos dan las gracias por hablarles de otras cosas, por despejar su mente. Lo primero que tienen que tener ellos es su mente ocupada y no hablar de lo suyo o de lo que han hecho”, comenta.

Impulsar el tratamiento

Martín-Arroyo, también compositor de música, ha pasado por distintos módulos y ahora trabaja con mujeres y también en el módulo de aislamiento (“la cárcel dentro de la cárcel”, dice). No todo es malo. “Te encuentras a gente maravillosa que ha cometido un error en su vida y se muestran seguros de que no lo van a volver a hacer. Personas que te miran a los ojos y que te dicen 'no lo volveré a hacer'. Aunque en siete años me he encontrado a gente que ha entrado y ha salido varias veces”, explica desde su experiencia.

“En Holanda están cerrando las cárceles y eso es puro tratamiento, cariño, programas de ayuda, de acompañamiento. Invertir en cosas fuera de la prisión más que dentro de la prisión. He visto gente estos días que no tiene ni para un taxi que les lleve a la ciudad más cercana. Salen con una mano detrás y otra delante, pero aquí la población carcelaria va subiendo, y eso lo saben los gobernantes”, señala.

“Invertir en vigilancia y seguridad es necesario pero ¿quitándoselo al tratamiento de la gente?”, se pregunta, haciendo hincapié en que “psicólogos, educadores, maestros o monitores de albañilería” les ayuden y “no sólo reprimir” sino ver “qué hace y qué va a hacer cada persona”. “Los cursos de rehabilitación a violadores o a maltratadores se dan a cuentagotas”, añade al respecto. “El Día contra la violencia machista que celebramos los maestros es una gota en el agua”.

“La televisión, que no falte”

“Lo que más ha hecho por la paz en las cárceles es la metadona y la televisión”, asegura. “Ahora está todo mucho más tranquilo, según me dicen compañeros más veteranos de cómo eran las cárceles hace 30 años”, alertando del uso “abusivo” de la medicación en prisión antes que abordar las diferentes situaciones personales de cada interno. “No te obliga nadie a leer y a escribir, pero la televisión que no falte”, denuncia, destacando el “papel delicado” de los maestros, “mas cercanos” a los internos que a los funcionarios y resto de trabajadores de “la casa”.

Con saltos temporales en el transcurso del relato, el autor repasa por las consecuencias tan brutales que tiene entrar inesperadamente en una cárcel. Compañerismo, traición, violencia y drogas serán fieles compañeros de un joven que clama por su inocencia desde las entrañas de un sistema que lo ahoga.

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