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Manuel Alcántara, crochet de prensa, poemas y martinis

Muere Alcántara, "un apasionado de la lengua"

Juan José Téllez

En otro tiempo, le gustaba conversar botellas con sus amigos: “No habéis estado generosos con la ginebra”, solía reprochar Manuel Alcántara (Málaga, 1928-2019), a la sombra de su imperturbable Dry Martini, el cuchillo disuelto como él mismo lo llamaba, un hallazgo del azar que patentó un barman mexicano llamado Martínez, aunque a él siempre le gustaron los que preparaba su fiel Alfredo Landa.

La vida sí estuvo generosa con la aventura humana que deparó al escritor malagueño que este miércoles fallecía, a los 91 años de edad; apenas una semana antes de que el próximo 23 de abril la Junta de Andalucía le proclamase como Autor del Año en Andalucía e inaugurase en el Centro Andaluz de las Letras la exposición sobre su obra y presentase una antología de la misma, al cuidado respectivamente de Pablo Aranda y de Francisco Ruiz Noguera.

Sin tiempo para nada

“Yo pertenezco a una generación que ha intentado apurar la vida siempre -reflexionaba hace doce años al periodista David Blázquez cuando aseguraba que le daban premios por ser viejo-. Todos mis compañeros han sido bebedores, no sé por qué, pero son corrientes de época. El tiempo es otra materia prima y nosotros estamos hechos de tiempo. Cuando uno se muere ya no tiene tiempo para nada. Lo dijo insuperablemente Borges: ”El tiempo es un tigre que me devora, pero yo soy ese tigre“. A este mundo se viene a vivir, eso es lo más importante. No me gusta la gente permanentemente disgustada”.

Y añadía entonces en torno a su periodismo: “Mi única intención es propiciar el libre pensamiento. Yo recibo muchas cartas de mis lectores. Juzgan el artículo no por la oportunidad o porque haya un adjetivo bonito. A la gente lo que le gusta es que le des la razón y coincidas en el artículo que escribes con lo que ellos piensan. Yo admiro ese estilo viejo y liberal de no descartar que lleve razón el de enfrente, de no querer convencer a nadie. Cuando a don Pío Baroja le preguntan habiendo escrito más de cien novelas si sus escritos habían influido en la gente, don Pío, que era un fenómeno de sinceridad, respondió: ”eso es como escupir en el mar“. Cómo vas a influir en la gente. Aunque se han dado casos señeros en el periodismo como el Yo acuso de Zola. Yo no trato de convencer, ni de ver a cuántas personas arrastro. Trato de presenciar, aunque inevitablemente tienes que dar criterios y opinión”.

Cara de actor mexicano

Manuel Porras Alcántara -ese era su nombre aunque él prefirió utilizar el apellido de su madre-, creció en la malagueña calle del Agua y se aficionó al boxeo en el ring que instalaron en su barrio junto a una fábrica de ladrillos y donde había combates todos los sábados. Vivió más de medio siglo en el Madrid de su admirado Larra, donde inició estudios de Derecho y una ciudad con la que siguió manteniendo contacto hasta que sus exiguas fuerzas se lo impidieron.

Hijo predilecto de Málaga desde 1979 y Medalla de oro de Andalucía en 2001, recientemente, el periodista malagueño Antonio Javier López recontaba que Alcántara da nombre “a tres calles, dos plazas, una glorieta, un instituto, una biblioteca y dos premios (uno de poesía y otro de periodismo)”. Entre otros galardones, obtuvo el Luca de Tena en 1965 por ‘Pablo VI en Harlem’; el Mariano de Cavia ganado en 1975 por ‘Federico Muelas’ y el González-Ruano en 1979 por ‘Tono’. Recibe el Premio Nacional de Literatura por ‘Ciudad de entonces’ en febrero de 1963. También se hizo acreedor al premio José María Pemán (1999), el Premio de las Letras Andaluzas (2010) y el First Amendment Award (Premio a la Primera Enmienda) de la Asociación Española Eisenhower Fellows. No hace mucho, estrenaron un documental sobre su figura, que lleva como título la frase con la que le obsequió su amigo gaditano Fernando Quiñones: “Tienes cara de actor mexicano pésimo”.

La muerte de su esposa, Paula Sacristán, le hizo refugiarse en la amistosa familiaridad de los suyos, una corte de conversadores por la que transitaba por restaurantes como El Cobertizo, María y Hermanos Alba. Por sus tertulias malagueñas, discurrieron representantes públicos como el alcalde Pedro Aparicio, bibliotecarios amigos como Antonio Martín o pintores de la talla de Jaime Rittwagen, Eugenio Chicano y los hermanos Fermín y Adolfo Durante.

Su penúltima geografía vital le llevaba por distintos paraderos malagueños, desde el Palo a la Malagueta al Rincón de la Victoria, donde coincidía en tiempos con su amiga Gloria Fuertes. Un claro universo afectivo le rodeó siempre, junto a la cercanía de su hija Lola y mientras su nieta Marina –que le dio su único bisnieto con el nombre de Pablo- se ocupa de la fundación que lleva el nombre del escritor y en la que se atesoran sus recuerdos y el testimonio de la época que le tocó vivir. Amigo de Jaime Campmany, premiado por Saramago, vecino de los Aldecoa, Pablo Neruda le regaló un llavero y José Legrá, el batín que llevaba cuando ganó el campeonato del mundo de los pesos plumas. En los últimos meses, declinaba cualquier visita que no fuera íntima y, por supuesto, posar para un fotógrafo pues ya no le agradaba su aspecto.

El último fax

Después de publicar treinta mil artículos a lo largo de su vida, seguía desconfiando de su utilidad social. El último fax que funcionaba en el Diario Sur de Málaga dejó de recibir hace unos meses sus columnas precisas, brillantes, cargadas de ingenio. Absolutamente analógico en un mundo digital, él enviaba a través de dicho aparato sus folios mecanografiados con los dedos índices sobre una jurásica Olivetti Lettera de color blanco, gracias a que sus amigos desde hace diez años le suministraban las raras cintas necesarias para poner en negro sobre blanco sus impresiones del mundo. Su imaginario quedaba a las afueras de todo dogma, con una clara retranca que identificaba su estilo y unos finales habitualmente luminosos o justicieros.

Su hoja de ruta periodística pasó por numerosas cabeceras como las de Sur—cuya célebre columna diaria inició en 1989—o Marca, cuya crónica boxística abandonó a partir de la muerte en febrero de 1978 del joven púgil Juan Jesús Rubio Molero, como consecuencia de un K.O. mortal cuando peleaba con el campeón de España de los pesos medios: “No es agradable contar cómo un hombre muere a puñetazos”, escribió entonces al verlo exánime en los vestuarios antes de que le llevaran al hospital madrileño donde falleció a los dos días de entrar en coma.

También su firma se hizo imprescindible en la antigua Hoja del Lunes –cuya sección “Luz de domingo” usó su amigo el cineasta José Luis Garci para titular una de sus películas—o en el diario Arriba, donde no tuvo empacho en hablar de Miguel Hernández, de Picasso o de Neruda en plena dictadura franquista y que abandonó cuando despidieron a Ramón Gómez de la Serna. Pocos días después, Emilio Romero le incorpora al Diario Pueblo. En vida del dictador, eso sí, jamás escribió la palabra Franco. Madrugó a la hora de reivindicar a Manuel José García Caparrós, el joven manifestante asesinado en la manifestación andalucista de Málaga del 4 de diciembre de 1977.

Aunque también colaboró habitualmente con la revista Época y en numerosos programas de Radio Nacional de España, TVE o COPE, su territorio periodístico fue el de la prensa diaria. El profesor Fernando Sánchez Gómez, en un reciente libro sobre sus artículos, llegó a ordenar las temáticas fundamentales del periodista Manuel Alcántara: el deporte, el toreo, la Guerra Incivil, la muerte, los vicios como el tabaco y el alcohol, la bajeza política, el saqueo de dinero público y casi nunca restituido, las referencias gastronómicas, el tema de Dios y sus representantes en la tierra, la pobreza, la infancia y el amor.

Creía que la lectura de una buena columna tenía que durar tres minutos, lo mismo que un asalto en el ring: “Una cualidad del articulista debe ser la amenidad -dijo-. El primer mandamiento es no aburrir a Dios sobre todas las cosas. Luego está la preocupación de ser asequible. La gente huye de la pedantería, no le gusta que le den lecciones”.

Poetas que no cambian

Su periodismo conformó títulos como “Los otros días” (1994), “Fondo perdido” (1997), “Vuelta de hoja” (1998) o “Málaga nuestra” (2002). Pero sus poemas pueden rastrearse en títulos como “Manera de silencio” (1955), por el que recibiera el Premio de Poesía Antonio Machado, “El embarcadero” (1958), “Plaza Mayor” (1961), “Ciudad de entonces” (1962), “Anochecer privado” (1983), “Sur, paredón y después” (1984), “Este verano en Málaga” (1985), que le hizo acreedor al Premio Ibn Zaydun, “La misma canción” (1992) y “Lo mejor del recuerdo” (2003).

“Tenerse que morir, eso es lo grave”, escribió en uno de sus versos. Su poesía y sus columnas dialogaron siempre de manera cordial: amaba la poesía precisa de Borges, aunque añoraba su imposible encuentro con Manuel Altolaguirre. A su juicio, el mar era femenino y la poesía, traslúcida. No le gustaban los poemas discursivos, sino el verso preciso, memorable, absoluto.

La cantaora Mayte Martín interpretó algunos de sus poemas, en “Alcantaramanuel”, un disco imprescindible en donde el escritor -esa es la palabra que figuraba en sus documentos- se recordaba cursando, de niño, primero de jazmines, aunque también le quedase tiempo para denunciar que Miguel Hernández murió de España y cárcel.

Compartió tertulia en el madrileño restaurante Lhardy con Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego o Pepe Hierro, pero más recientemente la muerte del poeta malagueño Alfonso Canales también supuso un duro revés para su “comprensión melancólica del mundo”, que era el valor sustancial que le atribuía al hecho poético. En cierta medida, también se convierte en personaje literario cuando José Antonio Garriga Vela, en su novela “Pacífico” le da su nombre a uno de sus personajes, un antiguo boxeador y preparador de boxeadores: “El mundo tiene que cambiar, porque lo que somos los poetas, no vamos a cambiar nunca”, proclamó.

No todo va a ser dry martinis, eso sí. También le gustaba el Cune. Alcohol y literatura, como un crochet de vida a contracorriente.

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