Huir de Honduras para seguir viviendo: “Si no pagaba a las maras, me mataban”
Nunca podía imaginar Gustavo que las personas a los que llevaba refrescos de la empresa para la que trabajaba, encargada de rellenar las máquinas expendedoras de la cárcel, le obligarían a dejar todo atrás. Las maras, organizaciones criminales que tienen las amenazas, la violencia, la extorsión y las violaciones como modus vivendi en países centroamoericanos como Honduras, El Salvador o Guatemala, provocaron la salida de su país y que no se tomaran represalias contra él o su familia por no querer pagar el 'impuesto de guerra'. Tuvo que huir para seguir viviendo.
Gustavo nació en Honduras hace 51 años. Pese a su reducida población, se convirtió en el cuarto país en número de peticiones de asilo el año pasado en España, con 2.410 solicitudes. Honduras es uno de los tres estados donde las maras siembran el terror, junto a El Salvador (2.275 peticiones de asilo) y Guatemala (175). Durante 2018, un total de 4.860 personas pidieron asilo en España procedentes de alguno de estos países, pero apenas 320 se resolvieron, de las cuales solo 15 fueron favorables.
El caso de Gustavo es excepcional. Ha conseguido el estatuto de refugiado, que renueva cada seis meses. Vive en Sevilla desde mayo de 2017, tras un breve paso por Barcelona. Lo que más le llama la atención de la sociedad española es la seguridad, el orden y la organización del tráfico. Muchas veces, dice, mira con su mujer la tranquilidad con la que juegan los niños en el parque. Nada que ver con asaltos y asesinatos diarios que se viven en su país de origen, según relata. “Los gobernantes de allá dicen que la situación está cambiando, pero lo que yo veo es que la cosa está cada vez más difícil”, apunta.
La escasa protección que se les ofrece a todas estas personas contrasta con el altísimo índice de delincuencia que sufren en sus países de origen. En 2018 se registraron 3.340 asesinatos en El Salvador (51 cada 100.000 habitantes), 3.310 en Honduras (40 cada 100.000 habitantes) y 3.881 en Guatemala (22 cada 100.000 habitantes). En total, 10.531 asesinatos, casi 29 al día, según la información aportada a este medio por parte del Comisión Española de Ayuda al Refugiado. En España fue de 0,6, según www.es.insightcrime.org. CEAR quiere cambiar la realidad de estas personas y defender su derecho a encontrar refugio con su reciente campaña #MarasNoEsUnaSerie.
Mil profesionales del transporte asesinados en cinco años
Oculta su identidad por miedo, el mismo que le llevó a acelerar los trámites para escapar de Honduras. Gustavo, nombre ficticio, lleva casi dos años en España. Trabajaba con su hermano en una empresa de fumigación en Honduras. Él solía llevar el vehículo y tratar con los clientes. Yendo solo, a principios de abril de 2017 tres hombres le abordaron en la carretera. No iban mal vestidos pero por sus tatuajes, sus números y sus formas amenazantes no dudó de que una mara se había 'interesado' por la empresa familiar. Cogieron el teléfono que aparecía estampado en su “carro” y le llamaron directamente para exigirle dinero. “Si no acatas sus órdenes, te matan, a ti o a tu familia; si no pagaba, me mataban”, relata a eldiario.es Andalucía.
“Hay gente que termina cerrando su negocio pero, si no pagas, te matan igualmente. Por eso me vine a España, pidiendo un préstamo a un amigo y dejando allí a mi esposa y a mis dos hijas. Ellas, que viven con mi madre, no corren ahora peligro por la decisión que tomé de marcharme. Mi esposa pudo venir a España meses después y poder enviarles dinero. Llevo dos meses sin hacerlo, porque en el campo hay trabajo pero no siempre”, explica.
Resulta imposible saber cuántas personas sufren extorsión, pero las amenazas de las maras afectan particularmente a los profesionales del transporte, sea público o privado. Se calcula que, entre 2010 y 2015, solo en Honduras mil trabajadores de este sector fueron asesinados por no pagar el 'impuesto de guerra' que imponen las maras. “Los asesinatos son diarios. A mí me asaltaron dos o tres veces antes de aquello. Mi padre murió al poco de venirme y no me gustaría perder a mi madre antes de volver a verla. A veces me ruedan las lágrimas por ello. Espero poder traerme a mis hijas algún día, integrarnos definitivamente en España y hacer las cosas correctamente”.
No hay datos fiables del número de violaciones que pueden cometer las maras, pero se sabe que el carácter fuertemente machista de las pandillas se expresa en un odio particularmente violento contra las mujeres, las niñas y las personas LGTB. En los últimos años se ha intensificado el reclutamiento de niños por parte de las maras de 11 y 12 años. “Gracias a dios que no cogieron el número de mi hermano. Él sigue allí trabajando y me fui para no involucrarlo en lo que me pasó”, explica Gustavo, que nombra a su hermano, su antiguo socio, en muchos momentos de la conversación.
“Vine para proteger a mi familia”
“Vine para proteger a mi familia”, insiste. Gustavo empezó trabajando en el campo. “Me dieron chance y lo primero que quería hacer era devolver el préstamo a mi amigo. He estado recogiendo fruta mucho tiempo. Mi esposa pudo venir en septiembre de 2017 y los dos nos damos fuerzas. Ella trabaja cuidando personas mayores”, explica Gustavo, que afirma que él está tratando de adentrarse en otro sector y ha pedido recientemente trabajo en cadenas comerciales porque “el campo es muy duro” y “además hay trabajo por temporadas”.
Además del empleo, otra cuestión básica para su integración es el acceso a la vivienda, que no deja de ser una cuestión complicada para los refugiados. El dueño del piso donde vivían Gustavo y su esposa de alquiler, en la zona de la Macarena, estaba embargado y fueron desalojados. Ahora, acaba de perder 340 euros que invirtió en una empresa provincial de gestión de alquileres en Sevilla. “Es dinero que he dejado de mandar a mis hijas”, denuncia.
La tranquilidad de la sociedad española se contrapone con la intranquilidad de tener que renovar su condición de refugiado, que no le permite salir del país. “Estaré más tranquilo cuando pueda traer a mis hijas”, señala. Acerca de su país considera que la “corrupción” inunda la política, cuyos resposables “solo piensan en su propio beneficio”. “Los salarios bajan y la inflación es exagerada; ya no se puede comprar nada”, lamenta este hondureño.