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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

Conil y el atún: un matrimonio histórico y bien avenido

Antigua ilustración de Conil.

Francisco J. Jiménez

Son muchos los motivos para visitar Conil en cualquier momento del año. Las playas de La Fontanilla o Fuente del Gallo, sus callejuelas con ese ambiente alternativo que le diferencian de otros pueblos de la zona… Pero hay también una razón para acercarse a esta población gaditana con la intención de conocer algo básico de su existencia a la vez que se disfruta de un paseo.

Se trata de la Ruta Almadrabera, una idea del Centro de Iniciativas Turísticas de Conil con la que se busca que el visitante sea consciente de la relación directa que existe entre el pueblo y el atún. Con esta visita guiada se conocen los inicios de esta localidad y se llega a la conclusión de que Conil es lo que es actualmente por la influencia de la pesca y, más concretamente, de la almadraba.

El recorrido se inicia en el Centro de Iniciativas Turísticas, junto a la fuente de los leones. Desde ese punto se inicia un viaje en el tiempo en el que se da a conocer al turista que todo se inicia cuando el Rey Sancho IV otorga a Alonso Pérez de Guzmán, que pasó a la historia como Guzmán El Bueno, la explotación de las costas andaluzas para la pesquería del atún. A partir de ese momento Conil comienza a ser un punto estratégico de lo que más adelante sería la industria pesquera de la zona.

La cuestión no es memorizar fechas ni hacer un recorrido denso, sino ubicar al visitante para que sea consciente de la trascendencia que tiene la pesca en la creación de esta localidad. Fue por ello que se crearon las torres atalaya y también se hace hincapié en la importancia de que Alonso Pérez de Guzmán recibiera el ducado de Medina Sidonia, lo que supuso la explotación de una zona que había sido próspera por sus productos del mar desde siempre.

La almadraba, método que se explica con detalle en la visita, era el más usado por la nobleza de la época, mientras que los pescadores más humildes apostaban por la jábega, un sistema más rudimentario que permitía la pesca cerca de la playa. Nos ubicamos en los siglos XVI y XVII y ya Conil es una población a la que llegan desde muchos puntos de España y Europa por la fama que adquiere por la pesca del atún. Hay un evidente movimiento económico y eso provoca la creación de un pueblo. Los atunes que se pescan son trasladados a la chanca, una ciudad en miniatura donde conviven todos los oficios derivados de la actividad pesquera.

Se explica que esa almadraba, que significa lugar de lucha, daba pie durante algunos meses a la llegada de muchos temporeros que buscaban el dinero fácil. A la sombra de estos aparecieron las primeras tabernas de la zona, el juego y la aparición de los pícaros que parasitaban en el entorno, así como las prostitutas. El atún se exportaba, pero no a Japón como ahora, sino a países como Francia o Italia.

Para rebajar ese ambiente pecaminoso se recurrió a la religión y por eso se incluye la visita al convento de Nuestra Señora de las Virtudes (también llamado de la Victoria), uno de los edificios más emblemáticos de Conil. Pedro Moreno, el guía, sabe sacar más de una sonrisa a los presentes al hablar del intento de los duques por llevar a cabo una labor de evangelización a través de los jesuítas, aunque previamente ya se habían asentado en Conil los frailes Mínimos de San Francisco de Paula.

No puede faltar una parada en el Mesón del Duque, en la calle de la Virgen, que perteneció a los Duques de Medina Sidonia y tuvo la función de mesón, fonda y tienda de alimentos. En la actualidad ha sido rehabilitado respetando su fachada, su portada y el pozo. “Voy a Conil a ver al duque y por atún” era una frase famosa en la época. Era la versión que vendían los esposos a sus mujeres, cuando realmente buscaban la vida lujuriosa de ese Conil tan desconocido. Tal era la inseguridad que sentían los lugareños por la aparición de piratas y pícaros que se ganaban la vida robando que la ciudad fue amurallada. De eso se habla en la parada que se realiza en el Arco de la Villa, en pleno casco histórico.

Resulta muy interesante la subida a la torre de Guzmán, creada para el avistamiento de los atunes. Era un punto de vigilancia de la población y de su costa y perteneciente al sistema defensivo. Ahora lo que se puede divisar en una fantástica vista de la costa conileña, que en esta época aún brinda la oportunidad de un buen baño.

A esta alturas de la visita los turistas ya están sorprendidos por lo que encierra un pueblo que es mucho más que playas y atunes. La visita al recinto de La Chanca llama mucho la atención porque los seis millones de euros que ha costado su restauración han merecido la pena. El empeño de Antonio Santos, un historiador local, para recuperar este terreno ha surtido efecto y se ha creado un espacio multicultural en el que se incluye un museo etnográfico único en Europa. Está previsto que vaya un museo del mar y ya se disfruta de una biblioteca y de otros espacios muy interesantes.

Y tanto hablar de atún hace que se abra el apetito. Aunque la época fuerte por la almadraba es entre mayo y julio, en Conil se consume atún todo el año y en esta visita se degusta una exquisita tapa de atún encebollado en la taberna La Pepa. Queda la sensación de haber conocido un vértice oculto de esta localidad nacida, literalmente, del mar.

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