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Los macrofestivales entran en crisis... moral

Imagen del Monegros Desert en la edición del año pasado.
31 de mayo de 2025 02:24 h

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Como con sus palabras sobre las vacunas en tiempos de la covid, Kase.O vuelve a pisar charcos con un posicionamiento público que ha desconcertado, e irritado, a bastantes de sus seguidores. Mientras sigue el goteo de bajas de colegas de profesión que dejarán de tocar en los festivales participados por el fondo estadounidense KKR, notoriamente prosionista, el rapero zaragozano ha emitido un comunicado confirmando que ofrecerá todas sus actuaciones anunciadas en ellos. Se justifica diciendo que desconocía la actividad de Kohlberg Kravis Roberts (KKR), la cual incluye promociones inmobiliarias en la Palestina ocupada, que “nos morimos de ganas de presentar este nuevo show”, que le resulta complicado rescindir los contratos firmados, que mucho sueldos dependen de mantener sus conciertos, y que “el hecho de no actuar no va a salvar ninguna vida ni va a evitar que sigan las masacres”. Y se compromete a donar “una parte sustancial de las ganancias en dichos festivales” a la causa palestina u otras solidarias.

El anuncio de Kase.O se ha hecho a través de las redes sociales y en ellas le ha llegado el aluvión de críticas de incrédulos y decepcionados seguidores, como nunca antes en su larga carrera, ya de 33 años, cuyos principales hitos va a repasar en su nueva gira. Le reprochan sobre todo falta de compromiso, que no aproveche su capacidad de altavoz, el de la primera voz del rap español, contra el genocidio de los palestinos.

Llamadas al boicot y silencio en el Monegros Desert

Cada vez resulta más difícil apartar la mirada ante las atrocidades cometidas por tropas israelíes en Gaza, también para el mundo de la cultura. Las llamadas al boicot al Sónar, el Viña Rock, el Arenal Sound o el FIB, o al aragonés Monegros Desert, entre otros, han llegado tras trascender que KKR se ha hecho con el control de Superstruct Entertainment, gigante internacional del espectáculo que a su vez participa en esos y otros festivales, de los más populares de España, y en unos 70 más repartidos por el mundo. Intérpretes y grupos como Fermin Muguruza, Reincidentes o Sons of Aguirre han comunicado que no volverán a tocar en ellos y son cerca de 30 las renuncias para el próximo Sónar, que se va a celebrar del 12 al 14 de junio en Barcelona.

Fokin Massive, veterano colectivo zaragozano dedicado al jungle y el drum&bass, ha anunciado que no estará en el Monegros Desert, la cita musical más multitudinaria del verano aragonés, que concentrará a unas 50.000 personas el 26 de julio en tierras fragatinas, por la imposibilidad de “sostener cualquier colaboración, por acción o por omisión”, con las acciones del Gobierno israelí. Formaba parte de la programación del escenario denominado El Pajar y todavía se le anuncia en la web del Monegros. La organización de este festival, nacido a partir del club Florida 135 y la iniciativa de la familia Arnau, rehúsa hacer cualquier valoración sobre el abandono de Fokin Massive o sobre el entramado financiero que ahora sustenta su actividad.

Una forma de ocio popular y cada vez más criticada

Los festivales se han ido convirtiendo, desde los años 90, en una parte fundamental del ocio relacionado con la cultura en España; una experiencia habitual para miles de jóvenes y no tan jóvenes. Andan por el medio millar y se ha especulado mucho con que se había creado una burbuja económica en torno a ellos y que su pinchazo sería inminente. Pero este no llega: a pesar de algún fracaso de taquilla y hasta alguna cancelación, en conjunto se mantienen como una boyante industria. Ahora, controlarlos, junto a las grandes giras, es controlar el mercado de la música, como antes hacían las discográficas. Este poder se concentra cada vez en menos manos, mandan unas pocas promotoras y tiqueteras, y detrás tienen fondos de inversión sin ningún origen o ambición culturales.

Las citas multitudinarias son criticadas. Por el trato que dispensan a la clientela (frecuentes irregularidades en la venta de entradas, precios abusivos) y por las afecciones en el entramado cultural cotidiano. Pocas administraciones en España se resisten a presumir de tener un gran festival en su territorio, entregándoles fondos que podrían promover la actividad de otros agentes más pegados al mismo durante todo el año. Para el circuito de salas de conciertos, constituyen, por otra parte, un competidor difícil de afrontar.

En los últimos tiempos varios libros han cuestionado el modelo. El primero en abordar el fenómeno, con afán totalizador, fue David Saavedra en su ‘Festivales de España’. Además de una visión enciclopédica, de su carácter de guía práctica para conocerlos y disfrutarlos, ya asomaban algunas reproches a su actividad como “paradigma de la nueva sociedad de consumo”. Después, otro periodista cultural, Nando Cruz, en ‘Macrofestivales. El agujero negro de la música“, se tiraba ya a la yugular de esta industria, ”un fenómeno que trasciende la propia música, cuando no contribuye directamente a su estrangulamiento“. ”Mueven miles de millones de euros, atraen turismo, exigen subvenciones, blanquean marcas, explotan a artistas y trabajadores y saquean al público“, escribió Cruz.

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