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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

El mito de la participación

Alfonso Alegre

Los que estuvimos acampados en la plaza del Pilar, recordamos bien los lemas mas habituales del 15-M. Estos fueron “no hay pan para tanto chorizo”, y “que no nos representan”, hubo muchos mas lemas pero esos dos fueron lo que marcaron la protesta que cambio el panorama político y social de nuestro país.

El primero esta más que claro que es un grito contra la corrupción en el sentido mas amplio de la palabra. Sin embargo, a partir del segundo algunos se han empeñado en “construir un relato” que dice que la gente quiere “participar”, algo así como una utopía del ágora griega en la que todo ciudadano de la Polis dedica buena parte de su vida a la participación de la cosa publica. Los que construyeron este relato son los mismos que piensan que el mundo es liquido, que todo se reproduce por rizomas y que no hay realidad sino texto, que la realidad no es mas que un relato construido. De esta manera piensan que si crean el relato de la participación esta se producirá. Desgraciadamente están equivocados. La realidad es mucho mas tozuda que el papel.

Bien es verdad que ese “no nos representan” reclama cosas como que la democracia no es solo votar cada 4 años en un sistema con “trucos” y pide que se avance en cambios como una ley electoral mas proporcional (una de las cosas que mas se nombraba en el 15M por cierto), o que se le tiene que perder el miedo a decidir votando de vez en cuando (como pasa en Suiza y en USA), o que la ciudadanía pueda convocar referéndums vinculantes (recogiendo, eso sí, un buen número de firmas para ello), o abrir la posibilidad de revocar a cargos públicos a mitad de mandato. Pero de ahí a pensar que la gente quiere decidirlo todo y no delegar nada hay un trozo bastante grande, el trozo que separa la realidad del relato construido de la participación. El trozo que separa el discurso participativo de los procesos en los que no participa ni el 1 % de la ciudadanía

Los hechos son tozudos: la gente no quiere participar. Recientemente contaba un conocido medio de comunicación local que el proceso de participación sobre la linea 2 del tranvía, que ha organizado el Ayuntamiento de Zaragoza desde la Concejalía de Participación, ha reunido a alrededor de 200 personas en 7 reuniones en diferentes barrios, es decir, algunas menos de las que caben en un solo viaje de tranvía, medio de transporte que, sin embargo, usan cada día 100.000 personas. En el proceso de votación telemática ha participado algo menos del 1 % de los llamados a votar (menos mal que “Somos el 99 %”).

Otro conocido periódico hablaba del importante incremento de la participación de los padres en las elecciones a consejos escolares alcanzando cifras que rondan el 10 %, algo parecido sucede entre los alumnos universitarios en las elecciones al claustro donde no llega a participar ni el 10 %. Sin embargo, no parece que ni el tranvía, ni la escuela ni la universidad sean algo que no importa a la ciudadanía, prueba de ello son la cantidad de usuarios que tienen y que además pagan por ello. Podría nombrar varios ejemplos más, como las elecciones en barrios rurales o la participación en juntas de distrito, pero siempre he pensado que el mejor ejemplo de las pocas ganas que tiene la gente de participar son las comunidades de vecinos en las que la gente se juega bastante dinero y resuelve cosas muy cotidianas que le afectan mucho y sin embargo la participación no llega al 50 %.

El motivo por el que la gente no quiere participar es muy simple: participar no es gratis, cuesta un gran esfuerzo en forma de tiempo y dedicación y la inmensa mayoría de la gente prefiere dedicar ese esfuerzo a otras actividades que le son mas gratas. Es cierto que a algunas personas nos gusta pasar horas en asambleas o leyendo documentos, incluso redactándolos, pero debemos asumir que somos una minoría. La voluntad de la mayoría no es participar en todo, sino que se defiendan sus intereses, sin que le cueste un esfuerzo enorme y que cuando eso no ocurra haya herramientas efectivas para que esos intereses se puedan defender.

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