Cómo afrontan las mujeres migrantes en Asturias este 8 de marzo: retos, barreras y superación
I.M.A llegó a Asturias en mayo del 2007, tenía 8 años. Su padre llevaba un tiempo trabajando aquí, donde había llegado con un contrato laboral, gracias a su hermano, que ya estaba por la ‘tierrina’. Tras tres años en España, el padre de I.M.A. con mucho trabajo y mucha paciencia con el proceso burocrático, pudo reunir a su familia: su madre, su hermano y ella misma a través de una fórmula que se llama la reagrupación familiar. Llegaron como primer destino a la Güeria de Carrocera, en el concejo asturiano de San Martín del Rey Aurelio, en la cuenca minera del Nalón, y luego se fueron a vivir a su capital, El Entrego.
Aunque vivió en España muchos más años que en su país de origen, Marruecos, la nacionalidad española tardó tanto en llegar y fue tan complicado conseguirla que I.M.A. vio cómo sus oportunidades se limitaban frente a las de sus compañeras de clase, de origen español.
“Las mujeres migrantes partimos de una situación de desigualdad de acceso a las oportunidades frente a las mujeres españolas o de las mujeres migrantes que son de países ricos (ahora que las nómadas digitales están de moda)”, explica Iodenis Borges, originaria de Brasil, abogada encargada del departamento jurídico de 'Asturias Acoge', ONG que trabaja por los derechos de las personas migrantes. “Hay un abismo en el acceso a oportunidades laborales, aunque sea entre una mujer migrante y una española teniendo ambas la misma formación académica”.
Burocracia que limita, retrasa y desequilibra las oportunidades de las personas, según su origen, tal y como hemos contamos en ocasiones anteriores en elDiario.es Asturias.
Por un lado, los papeles iniciales (acceso a una residencia por arraigo, por ejemplo) pueden tardar años en lograrse, pero no son la única pared que la gente que ha migrado encuentra en su vida en España. Después, llegan más trabas como ampliar la residencia o lograr la nacionalidad.
Al padre de I.M.A le concedieron la nacionalidad española en 2017, con ello, a todos los hijos e hijas menores de edad, si embargo ella ya tenía 19 años, así que no pudo verse beneficiada de ello. “Ese mismo año hice mi solicitud de manera individual. Se escuchaban rumores de que el trámite no podía tardar más de tres años, y que si lo hacía es porque algo había fallado”, cuenta, sin embargo, la burocracia se transformó en incertidumbre y, cuatro años después, en 2021 y sin su nacionalidad aún, decidió presentar un recurso contencioso, gracias al que consiguió la nacionalidad española seis meses después.
Cuando esta joven, nacida al norte de Marruecos, solicitó la nacionalidad española en 2017 estaba en primer año de un FP superior. Sin nacionalidad no podía acceder a las oposiciones de Policía que hubiera querido hacer, y, por tanto, “tuve que buscar un plan B”. De todos modos, con su FP superior casi concluida, también supo que no podría trabajar como educadora infantil en ningún centro público por la falta de nacionalidad del país en el que llevaba viviendo desde niña.
“Al terminar ese ciclo, no me lo pensé dos veces y me matriculé en otra FP, ya que mi intención era hacer tiempo hasta tener la resolución y así poder opositar en cualquiera de los tres campos”. De todos modos, acabó trabajando en una empresa privada, en los años de espera. Recuerda la rabia e impotencia que sintió durante todo ese proceso, pues conforme iba obteniendo títulos académicos, veía cómo sus oportunidades laborales se limitaban cada vez más por una nacionalidad que no acababa de llegar.
Mujeres formadas en trabajos para los que están sobrecualificadas
La historia de I.M.A no es algo aislado en absoluto. Es una realidad de muchísimas mujeres tanto en España como en Asturies. Y eso, en la práctica, se traduce en una gran desigualdad de oportunidades para cada mujer según su país de origen. Desde la Asociación Por Ti Mujer habla sin tapujos aseguran que las mujeres inmigrantes en el territorio español son subordinadas a puestos de trabajo para los cuales se necesita una menor cualificación. Esto viene con condiciones de trabajo precarias y retribuciones muy inferiores a las que perciben el resto de grupos, explican, con jornadas y horarios poco compatibles con otras facetas de su vida, y la necesidad de compaginar varios empleos para poder subsistir.
Lejos de llegar a España sin formación, no es raro conocer en Asturias a mujeres migrantes cuya profesión en el país de origen era la enseñanza, el ámbito sanitario o el derecho. Pero por la dificultad a la hora de convalidar sus titulaciones, según muestran diversos estudios, acaban ejerciendo otro tipo de profesiones para las que, en muchas ocasiones, están sobre cualificadas.
Aminata Keita, Presidenta de la Asociación de Mujeres Africanas de Asturias es originaria de Senegal, de la localidad de Thies, pero lleva once años viviendo en Asturias. Estudió Biología en la Universidad de Dakar y llegó a España para reunirse con su marido que ya vivía en Asturias, logrando de esta forma, tras cinco años, la reagrupación familiar.
Explica la dificultad de convalidar carreras universitarias en España desde algunos países del mundo, como el suyo. Y, por ese motivo, acabó realizando cursos oficiales para el cuidado de personas mayores y esa pasó a ser su profesión. “Para las inmigrantes hay básicamente estos trabajos: cuidados de mayores, cuidados de niños y niñas, limpieza, hostelería…”, explica Aminata que conoce bien la situación, ya que desde el colectivo que preside convive con otras mujeres en la misma situación.
“Muchas tienen formación en el país de origen, pero la convalidación no es sencilla. Una amiga mía es enfermera, en Asturias se habla mucho de la necesidad de más personal sanitario, pero al tratar de homologar sus estudios lo tuvo muy complicado”, cuenta la bióloga. Al mismo tiempo, como ya vimos, recuerda Aminata que además de la convalidación, “para trabajar en hospitales y sector público en general, se exige la nacionalidad que es otro proceso largo de lograr”.
Iodenis Borges que, en Asturias Acoge trabaja con muchas mujeres, explica que, efectivamente, es común que muchas tengan estudios en su país de origen pero, al llegar a España la convalidación y la homologación con el Ministerio de Educación es muy compleja. Tanto que mucha gente ni siquiera lo intenta, tras ver que para otras ha sido difícil o imposible.
Iodenis, abogada de Brasil con grado universitario y máster en derechos humanos, consiguió una equivalencia de sus estudios después de tres años viviendo aquí, pero esa equivalencia hace que no pueda acceder a muchos empleos dentro del sector de la abogacía en el que es experta, al no haber sacado el título en una universidad española.
En su caso, al no lograr esa homologación, puede ejercer como asesora legal, pero no puede hacerlo como abogada en España. Incluso, ella explica cómo ve que hay problemas para homologar los estudios de bachillerato con la Consejería de Educación, que da acceso luego a otros estudios futuros. Para homologar los grados universitarios hay que hacerlo desde el Ministerio.
Divorciarse cuando los papeles llegan por la pareja
Otro reto que encuentran las mujeres migrantes en Asturies viene de la mano de la dependencia que el sistema burocrático puede crear con sus parejas, ya que si sus maridos ya viven en el país, ellas consiguen la documentación vinculada a la de ellos.
Aminata Keita explica que cuando llegó a España le dieron un documento de residencia similar al que su marido tenía ya, y cuando decidió divorciarse, tras cinco años de convivencia en Asturias, perdió los papeles que tenía para residir y trabajar aquí, puesto que los había logrado a través de él. Quedó irregular en el país, a pesar de que estaba trabajando en ese momento y de que llevaba años residiendo en Asturias.
Tras informarse de su situación, explica, decidió solicitar acceder a la residencia a través de arraigo laboral. Recuerda lo farragoso del proceso, que se alargó casi un año, durante el que tuvo que gastar dinero en abogados. Consiguió la residencia por un año, después otros dos y luego cuatro más. Ahora, desde el pasado año, tiene larga duración.
Además, la bióloga y presidenta de la asociación recuerda que las mujeres que están casadas y, por el motivo que sea, no están trabajando, temen divorciarse y eso las hace más dependientes de sus maridos (sean estos españoles o migrantes) aunque la relación sea mala.
El movimiento feminista y las mujeres migrantes
Iodenis Borges recuerda que el movimiento feminista no es homogéneo. Hay muchas “intersecciones que nos componen” a las mujeres, como “nuestras diferencias culturales, de rasgos, raciales, de género” y eso requiere de revisar el privilegio racial que muchas tenemos.
Desde Asturias Acoge observan que el debate del feminismo en Asturies no ha llegado a las mujeres no blancas y excluye a personas más humildes. “Las mujeres con menos recursos lo que intentan es sobrevivir y la lucha feminista en colectivo no es su prioridad, pero a nivel individual muchas actúan de manera combativa en su día a día” y esto, recuerdan desde la organización antirracista, no se tiene en cuenta.
A este respecto, Aminata explica que el movimiento 8M en Asturies siempre ha invitado a su colectivo a participar. “Pero no es solo participar, falta que podamos incluir nuestras protestas y nuestras ideas al respecto”, explica: “No es solo tener presencia, pero también figurar y ser parte de la toma de decisiones”. Por ejemplo, ella explica cómo en las manifestaciones del 8M, la Asociación de Mujeres Africanas de Asturias participó muchos años, leyendo y mostrando su labor y su presencia, de acuerdo con la presidenta, pero “nos daban manifiestos para leerlos sin haberlos escrito nosotras” y consideraron que leían algo que no iba con sus ideas, no recogía sus demandas y que “no va de la mano de su visión del feminismo”.
El reto de enfrentarse a una nueva cultura
“Sabemos que migrar es un derecho humano”, explica Borges, pero “falta más empatía con una persona que ha dejado atrás toda su vida y se ha mudado de país para comenzar una nueva”. La abogada explica que desde Asturias Acoge observan que hay un flujo migratorio predominante de mujeres que han llegado a Asturias, sobre todo desde países de América Latina. Normalmente, comenta, llegan a España con permiso de turistas y luego deciden quedarse para desarrollar aquí una nueva vida o encontrar nuevas oportunidades económicas para ayudar a sus familias en su país de origen. Pero, al quedarse de este modo, se ven en Asturias sin papeles durante años y muchas se ven obligadas a aceptar empleos mal pagados, según explica.
Ella misma comparte su historia. Llegó a finales de febrero de 2019. Su marido es asturiano. Se conocieron estudiando una Erasmus en Portugal hace años y, aunque ella acabó sus estudios en Brasil y él en España, mantuvieron su relación y decidieron vivir juntos en 2019. Se casó en febrero y en mayo pudo pedir su residencia lo que tardó 3 meses.
La peor parte del proceso en su caso fue la entrevista prematrimonial en el registro civil, donde parten del supuesto de que puede haber matrimonio de conveniencia. “Entiendo que haya situaciones de relación falsa, pero fue un proceso complicado que parte de la base de que por el simple hecho de ser ella extranjera ya se cuestiona su relación y los matrimonios nacionales no tienen que pasar por este trance”.
En su caso, al ser de un país latinoamericano, tras un año puedes solicitar la nacionalidad, lo que no quiere decir que te la van a conceder. Hay una serie de requisitos. En su caso fue dos años y medio lo que se demoró y ella recuerda cómo “el tópico de que al casarte con un español tienes la nacionalidad es un bulo”, explica Iodenis.
El cambio cultural al que hay que enfrentarse al vivir en un nuevo contexto, es otra de las realidades a las que tienen que enfrentarse las mujeres migrantes. Borges dice que le costó mucho adaptarse al clima, viniendo ella de una región tropical. “Soy una mujer negra y lidiar con las miradas en España es diferente a lo que sucede en mi país. En muchos espacios que frecuento, soy la única negra. Intento no limitar mi existencia y ejerzo mi libertad”, pero a veces comenta que es incómodo porque sí se ha sentido ‘diferente’.
Vivir en un país nuevo es tener que rehacer una vida siendo adulta, es acostumbrarse a otra idiosincrasia y cultura, lograr trabajo o enfrentar retos profesionales, es echar de menos a la familia, estar lejos de tu gente y afrontar un largo proceso burocrático que, en muchas ocasiones, acaba llevándose por delante sus sueños.
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