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Sobre este blog

Ayuda en Acción es una Organización No Gubernamental de Desarrollo independiente, aconfesional y apartidista  que trabaja en América, África y Asia con programas de desarrollo integral a largo plazo en diferentes ámbitos para mejorar las condiciones de vida de los niños y niñas, así como el de las familias y comunidades a través de proyectos autosostenibles y actividades de sensibilización.

El negocio del café en Honduras: 40% del PIB, un infierno para mujeres y niñas

En Honduras, el 94% de los casos de violencia sexual quedan impunes. Foto: Arnulfo Coto/Ayuda en Acción

Liana Liseth Funes Giron / Patricia Méndez Rodríguez

Ayuda en Acción Honduras —
  • Hoy, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, recordamos la realidad que aún viven muchas mujeres en Honduras, Mozambique o Nicaragua

El café, conocido también como oro negro por ser la segunda materia prima de exportación a nivel mundial después del petróleo, emplea a unos 25 millones de agricultores que se dedican a su cultivo en todo el mundo. En Honduras, la producción y comercialización del café no solo se considera uno de los pilares económicos del país, sino también un símbolo de reconocimiento internacional, pues es una de las bebidas exportadas más populares. Honduras se divide territorialmente en dieciocho departamentos, de los cuales quince son productores de café. El microclima que se da en las zonas más frías, así como la altitud del país, son factores fundamentales que favorecen su calidad; la excelencia de su grano actualmente ocupa el cuarto lugar a nivel mundial.   

Datos nacionales del Banco Central de Honduras indican que el negocio del café aporta alrededor del 40% del Producto Interior Bruto. El Instituto Hondureño del Café (IHCAFE) cuenta con un registro de al menos ciento veinte mil familias dedicadas al corte de café, lo que corresponde al 20% de la población. Estas familias se movilizan a las zonas cafetaleras del país con la esperanza de generar algunos ingresos y mejorar su bienestar, y es por ello que la producción y comercialización de café juega un papel muy importante en las economías locales.

Sin embargo, el trabajo del sector cafetalero genera únicamente trabajo temporal, a pesar de que obliga a familias enteras a migrar de un departamento a otro hacia las fincas durante la época de corte de café; en ellas trabajan tanto los hombres como las mujeres, las niñas y los niños. Lo contradictorio es que este aparente desarrollo económico no ha sido congruente con la reducción de la pobreza. El coste de la mano de obra es impuesta a los pequeños caficultores por los grandes finqueros, quienes negocian con las compañías internacionales mejores precios y condiciones de venta, estableciendo una cadena de valor que esconde la explotación de cientos de familias y donde impera un enorme desequilibrio de género, ya que son las mujeres y las niñas quienes se llevan la peor parte.

El trabajo en los cafetales se da en condiciones laborales sumamente precarias. Las mujeres y las niñas se enfrentan a múltiples desigualdades y se encuentran en constante riesgo de sufrir violencia sexual, en un contexto en el que la impunidad contra esta forma de violencia alcanza el 94% en el país. El personal de los centros de salud da cuenta de esta situación, alertando que durante la época del corte de café se presenta un incremento alarmante del número de adolescentes y niñas de incluso 10 años embarazadas. Por este motivo, en Ayuda en Acción hemos querido acercar la realidad de las mujeres y las niñas que trabajan como cortadoras en las fincas de café en Honduras contando sus historias de vida. Mientras incrementa el PIB del país, ellas luchan entre plantas de café por combatir una desigualdad silenciada.

La vida entre cafetales: tres mujeres, tres historias

La vida entre cafetales: tres mujeres, tres historiasRosario tiene 47 años, su esposo se marchó a EEUU hace 17 años, dejándole un pequeño terreno donde cultiva café y seis hijas. Él la llama por teléfono de vez en cuando, especialmente en la época del corte de café, para ofrecerle préstamos para que compre abono y le pague a los trabajadores cuando el precio del café es muy bajo. A ella le indigna esta situación, no solo porque él no ha cumplido con sus responsabilidades de padre durante muchos años, sino porque si aceptara sus préstamos él no dudaría en quitarle la tierra. Doña Chayo, como le dicen en la comunidad de cariño, entiende muy bien lo que es ser mujer y por eso trata diferente a las mujeres que cortan café en su pequeña finca, que ha triplicado. Ella se encarga de cuidar a las niñas y los niños mientras sus madres hacen el corte de café, a la vez que se lamenta por no poder pagarles más. El precio no depende de ella, sino de los cuatro grandes cafetaleros que compran el café a todas las pequeñas fincas de la comunidad.

Recorriendo otras fincas nos encontramos con Rebeca, una joven de 17 años que estudia segundo año de computación y quiere ir a la universidad a estudiar matemáticas. El dinero que obtiene del corte de café le sirve para comprar los cuadernos que necesita para el colegio, aunque saca muy poco dinero: apenas noventa lempiras (4 euros) por día, pues le pagan a lempira la libra de café cortado en rama. Rebeca va al corte de café desde que era una niña, cuando acompañaba a su abuela Josefa a las fincas de los alrededores de su casa; ahora lo hace junto a su padre y sus cuatro hermanos en una finca que queda a tres horas de su casa. Para ella, el día es más cansado que para sus hermanos, porque se levanta en la madrugada a preparar la comida que se van a llevar a la finca y que se comen en el descanso de las 9:00 am. Ella hace el corte a un paso más lento que los otros, llevando el ritmo de sus hermanos pequeños, quienes la cuidan porque la mayoría de los trabajadores son hombres. Al lado de sus hermanos se siente segura, pero si tuviera que hacerlo sola sentiría miedo de que se “aprovecharan” de ella.

También está Maritza, que trabaja en las montañas de Comayagua. El camino hacia la finca en la que corta café es largo, y a menudo impracticable por las lluvias; “muchas veces hay que caminar una hora desde donde nos deja el carro”, cuenta. Maritza lleva amarrada a la cintura una pesada canasta donde va amontonando el café de su jornal, con el que luego llenará los sacos que esperan vacíos a un lado del suelo. Las plantas, enormes y húmedas, son capaces de esconderlo y silenciarlo todo, aunque va acompañada de sus dos hijos, de 4 y 6 años. El corte de café implica seleccionar el grano maduro, llamado camuliano, con cuidado de no arrancar el pitillo –pedúnculo que une el fruto con el tallo de la planta–, pues se perdería la siguiente cosecha. Maritza trabaja de sol a sol y sólo vuelve al barracón, donde comparte un cuarto con los demás cortadores y cortadoras, al caer la tarde. Allí descansan personas como ella, que dejaron sus comunidades para trabajar y obtener algún ingreso para su familia. En el barracón tiene que soportar las miradas, las risas o las palabras groseras de hombres desconocidos (también cafetaleros), al tiempo que intenta conciliar el sueño sabiendo que han abusado y violado a otras compañeras.

Son mujeres que además han sufrido la violencia en silencio, por temor a represalias y por desconocer qué hacer o dónde buscar ayuda. “Para nosotras, los cafetales son una de las pocas alternativas de generar ingresos en el año; así podemos pagar el dinero que nos han prestado o la escuela de los niños. Pero quisiera romper el silencio y gritar todo lo que hay tras el corte de café, hablar del verdadero precio de una taza que llena de placer las bocas de quienes lo toman e hipnotiza con su agradable aroma”, concluye Maritza. 

En Ayuda en Acción, aun reconociendo que el sector cafetalero es uno de los más poderosos en Honduras y vital para la economía del país, trabajamos para revertir esta situación impulsando estudios, campañas locales, nacionales e internacionales que den a conocer lo que se esconde detrás de la explotación cafetalera. Por eso estamos organizando a las mujeres trabajadoras en el corte de café, a madres como doña Chayo o Maritza y jóvenes como Rebeca, para que tengan condiciones dignas de trabajo y se sientan seguras y protegidas.

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