El coste social de hacer 'lobby' con el clima
Aunque hoy parece impensable, hubo un momento en que Estados Unidos estuvo a punto de aprobar una gran ley sobre el cambio climático. Fue durante los dos primeros años de la Administración de Barack Obama, cuando el presidente priorizaba la protección del medio ambiente, pero algo no salió bien. Dos economistas de la Universidad de California Santa Bárbara y la Universidad de Chicago han analizado la importancia que los lobbies políticos tuvieron en ese resultado, y en un estudio que acaban de publicar en Nature Climate Change estiman que su contribución al fracaso del proyecto supuso una pérdida de unos 60.000 millones de dólares (53.000 millones de euros) para la sociedad.
El proyecto de ley Waxman-Markey, como se conocía popularmente, se trataba de una propuesta para la creación de un mercado nacional de emisiones de gases de efecto invernadero en el que se establecían unas cuotas que podían comprarse y venderse, y se irían reduciendo con el tiempo. A pesar de sus limitaciones, la iniciativa consiguió que, por primera vez, la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobara una medida ambiental con un fin tan ambicioso. Pero un año más tarde el Senado, también de mayoría demócrata, la rechazó.
“Por supuesto, hubo otros aspectos que afectaron el resultado, pero estamos convencidos de que la actividad de los lobbies contribuyó a la retirada del proyecto de ley”, asegura Kyle Meng desde California. Lo cual no resulta sorprendente ya que, como ellos mismos destacan, durante el tiempo que se estuvo discutiendo esta iniciativa, las inversiones para apoyarla o derrotarla constituyeron la mayor partida monetaria de los lobbies de todo el país, unos 700 millones de dólares.
La investigación va más allá del caso concreto y muestra cómo y hasta qué punto influyen estos grupos de presión. Y, al contrario de lo que podría pensarse, no siempre lo hacen como uno espera.
En su estudio del proyecto de Obama, de hecho, los dos economistas descubrieron que el gasto que realizaron como lobby las empresas que se beneficiarían con su aprobación fue mayor que el de las empresas que perderían con la ley. Como esperaban, los datos confirmaban que las organizaciones con mayores intereses en el éxito o fracaso de la propuesta se correspondían con las que aportaron mayores cantidades de dinero, sin embargo, su influjo resultó desigual. La práctica del lobby, revelaron, favorece sobre todo a las posturas que se oponen y va disminuyendo en influencia a medida que aumenta la inversión. Es decir, que el primer millón tiene más impacto que el siguiente millón y así sucesivamente.
La conclusión de los autores es que, teniendo en cuenta estos números, la acción de los lobbies redujo la probabilidad de que la ley se ratificara en 13 puntos. Si esto se traduce, con estimaciones más bien moderadas, en el impacto que supondrá para la sociedad por los costes del carbón y ambientales, implica una pérdida de 60.000 millones de dólares para el país.
En realidad, el fracaso del proyecto de ley Waxman-Markey se debió a diversos factores. La muerte inesperada del senador Ted Kennedy, la prioridad de Obama a su política sanitaria, el ascenso del Tea Party y el malestar tras la crisis económica también contribuyeron de manera importante. Sin embargo, el estudio del comportamiento de los lobbies analiza un elemento importante en la política actual. Sobre todo, cuando los autores han intentado, de forma novedosa, obtener una visión más imparcial, clasificando a las empresas como beneficiarias o perdedoras según sus valores en la bolsa en vez de cómo se autocalifican a ellas mismas, y usando predicciones de modelos basados en la teoría de juegos.
Como consecuencia, Meng y Ashwin sugieren un modo de mejorar las propuestas que crean los gobiernos. “Pensamos que nuestro estudio ofrece un mensaje más amplio para futuros proyectos de cambio climático basados en el mercado”, nos explica Meng. Al generar nuevas ganancias, la oposición a este tipo de medidas podría reducirse ofreciendo ventajas a las empresas que tengan menos que perder (y que, por tanto, se convertirán en beneficiarias fácilmente) o a las que afecten de manera más intensa. “Si miramos el movimiento de los chalecos amarillos de Francia, por ejemplo, donde hay un fuerte enfrentamiento por las tasas a la gasolina, se podría redistribuir parte de las ganancias del impuesto entre los hogares más desfavorecidos. Y con ello es posible que se redujera la resistencia a iniciativas así”, continúa el economista de la Universidad de California.
Quizá una solución que no resuelve todo el problema pero que puede contribuir a que las leyes ambientales se vean con menos hostilidad y, de ese modo, empiecen a dejar de ser tan escasas en el mundo.
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