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Sobre este blog

Barbijaputa es el seudónimo de la articulista que encontrarás bajo estas líneas. Si decides seguir leyendo darás con artículos y podcasts sobre el único feminismo sensato que existe: el radical.

Tú también eres nosotras

Canarias, segunda Comunidad Autónoma con más víctimas de violencia machista en el tercer trimestre

Barbijaputa

No sé cómo encajar que cada vez me escriban chicas más jóvenes para preguntarme qué hacer en casos de maltrato psicológico y físico por parte de su novio. Por un lado, no puedo evitar llenarme de ira y de impotencia, pero por el otro quiero pensar que significa que cada vez nos damos cuenta antes de una relación abusiva y de violencia.

A lo largo de estos años escribiendo sobre feminismo, las historias que he ido conociendo son irrepetibles por sí solas pero todas iguales: chicas o mujeres que dudan sinceramente de que lo que le pase a ella sea violencia machista y que, sin embargo, te relatan una serie de experiencias traumáticas que son inequívocamente violentas y de abuso: casos de violencia machista.

En la casa de él, en un parque, en un hospital, de vacaciones, en un hostal, en la casa de ella, con los padres en la habitación contigua. Violencias sutiles y violencias obvias, sobre mentes y cuerpos de chicas de 15, de 17, de 20 años. Mujeres también. Madres, no madres, casadas, no casadas, viviendo en pareja, viviendo incluso a distancia.

Desde aquí quiero escribir hoy una nota para aquellas que aún están en el kilómetro 0: todas las que no se atreven a escribirme a mí ni a contárselo a ningún familiar o persona de confianza. Para las que aún están en el punto de creerse las culpables de la violencia que reciben, de no sentirse con el derecho a acusar a su pareja de nada. A las que piensan que su historia es diferente porque ellas sí “hacen cosas que saben que lo enfadarán”. Para las que no te escriben porque no pueden hacer uso de su correo electrónico sin que acabe en manos de su pareja. Para las que no reúnen aún el valor de crear un nuevo correo sólo para comunicarse con alguien y pedir ayuda, como S., de la que no sé nada hace meses. (Ojalá estés bien, ojalá me escribas pronto de nuevo con buenas noticias. Y si no las hay, aquí estoy para seguir escuchándote y dándote todos los consejos que quieras pedirme).

Si tú estás en el kilómetro 0, si a veces pienses que estás rota, que eres carne de cañón, que ya nada puede aliviarte, piensa y repiensa en la tú de antes. Recuerda cómo bailabas, cómo reías sin preocupaciones, cómo los obstáculos en tu vida no eran más que una asignatura que no conseguías sacar, o la bronca de un jefe imbécil, o una discusión con tu mejor amiga. A eso puedes volver. Sea como sea tu historia, esos problemillas que ahora te parecen absurdos, pueden y deben volver a ser tus únicos quebraderos de cabeza.

Cuando no se te ocurra ya cómo seguir soportando el día a día, pregunta. Déjate guiar por tu instinto: él te dirá a quién sí y a quién no preguntar, con quien hablar o callar. Y entonces no dudes en sacarlo todo hasta darte la vuelta, y llora y grita. Desahogarse con alguien que no nos juzgará es encontrar un trozo de paz en mitad del caos, un pequeño refugio donde poner la ropa a secar. Y descansada y seca siempre se afrontan con más fuerza las tormentas que sabes que aún te esperan.

Cuando ese miedo paralizante te diga y te repita que ya te han marcado para siempre y que no volverás a ser la misma, saca los puños y enfréntate a ese miedo. Sacar lo puños también es dejarte cuidar por quien quiere cuidarte, sacar los puños también es pedir que te recuerden cómo se pelea. Y cuando todo esto acabe, porque puede y debe acabar, no sólo volverás a ser quien eras, sino que fliparás al conocer una versión más fuerte de ti misma, inquebrantable y más segura. Con cicatrices, sí, pero cicatrices de las que estarás orgullosa. Cicatrices que enseñarás a otras compañeras para convencerlas de que un día fueron heridas como las suyas, pero que ya no sangran ni duelen.

Cuando pienses que estás sola, que nadie que conozcas puede entenderte al 100%, recuerda que, en el fondo, todas las personas estamos solas. Así vinimos y así nos iremos. Y está bien que así sea. Porque quien te ayude desde afuera será sólo un pilar: el trabajo lo harás tú sola. Interiorizar y aceptar que, en esencia, a quien nos tenemos seguro es a nosotras mismas, puede dar miedo al principio pero una vez asimilado y entendido, ya no hay marcha atrás: ya eres un poco más gigante que antes, un poco más dura, un poco más tú de nuevo.

Nosotras no nos rompemos, sólo nos doblamos. A nosotras, mientras vivamos, no nos pueden robar nuestra esencia eternamente, sólo contaminarla durante un tiempo. Podrán anularnos, machacarnos, jodernos, hundirnos, apalearnos... pero una vez nos alejemos lo suficiente en el tiempo y en el espacio de esas experiencias, volvemos y volveremos a ser nosotras otra vez. Y tú también. Tú eres un parte insustituible del nosotras.

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