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Cántabros perseguidos por los nazis: De Manuel a Antonio, pasando por Adela, 70 santanderinos en los archivos Arolsen

Antonio Revilla Perreguera, santanderino víctima de la persecución nazi.

Javier Fernández Rubio

Santander —
12 de mayo de 2024 21:45 h

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Manuel, Guillermo, Adela y Aura eran familia. Eran originarios de Santander, y en 1940 entraron en un agujero negro en el tiempo y en el espacio, del que salieron tres años después en Toulouse. ¿Qué había pasado en esos tres años? Según el archivo Arolsen, que es el fondo documental más importante sobre las víctimas y supervivientes del nacionalsocialismo, los cuatro fueron perseguidos por los nazis tras la ocupación de Francia, a donde habían llegado refugiados al término de la Guerra Civil española. Su registro apenas ofrece pistas más que una vaga leyenda en un documento de petición de trabajo en la que se certifica que esos años el cabeza de familia, Manuel, desempeñó “trabajos ocasionales en talleres y diversas ocupaciones”.

Manuel Castillo García, natural de la capital de Cantabria, es uno de los 70 santanderinos que se integran en las bases de datos de Arolsen, que siguen creciendo día a día. También hay documentos de cuatro laredanos, cinco castreños, tres torrelaveguenses, tres reinosanos, dos astillerenses y sendos nacidos en Potes y Comillas, entre otras localidades. La historia de los Castillo García sigue en la opacidad de la memoria histórica, con la salvedad de que fue víctima del nazismo y tuvo la mayor parte de las papeletas de haber acabado internado, con o sin su familia, en el universo concentracionario nazi.

De una solicitud de trabajo en los años 40 se conoce cuál fue el avatar de Manuel y de su familia. Manuel Castillo era mecánico de profesión. Entre 1923 y 1926 se formó como mecánico en la Escuela de Artes y Oficios de Santander, desempeñando hasta 1930 varios trabajos como mecánico de barcos en la capital cántabra. Dos años estuvo en el servicio militar, que cumplió como mecánico de aviación en Logroño. Entre 1932 y 1934 volvió a trabajar en la vida civil como mecánico de lanchas a motor en los talles de Ceferino Arriola, en Santander, y hasta 1936, fue jefe de mantenimiento mecánico del Ayuntamiento de Santander. Luego estalló la guerra.

Entre 1936 y 1939 fue movilizado y, ya en el exilio en Francia, fue internado en el campo de Septfonds (Garona), como tantos otros miles de españoles. Después de tres años bajo jurisdicción nazi, Manuel reapareció como mecánico del garaje Drille y Cucurou de Toulouse, en donde trabajó entre 1943 y 1947. Entre 1947 y 1950 desempeñó otro trabajo: mecánico de mantenimiento de aglomerados de corcho.

Era un “excelente mecánico” y concluida la guerra se daba fe de ello en una carta de recomendación por la que buscaba un nuevo empleo en 1950. En dicha carta se hace constar que el Servicio Social de Ayuda a Emigrantes, en Francia, daba fe del buen comportamiento de la familia, a la vista de los años en que esta estuvo bajo su jurisdicción, aunque también se indica que “no parece que esté al día [Manuel] de las últimas novedades” en el mantenimiento de vehículos modernos, “aunque puede hacerlo rápidamente”. Un mecánico que aprende rápido.

La familia se encontraba bajo el control de Servicios Sociales. En 1950, Manuel tenía 40 años; Adela, su esposa, 45; y el hijo de ambos, Guillermo, 13 años (nacido en Barcelona y con tres años en 1940). Aura, soltera, tía del niño y hermana del padre, era la mayor de todos, 47 años.

Son cuatro referencias personales entre otras muchas incluidas en el registro de víctimas. Tantas historias como víctimas. Como la de Antonio Revilla, quien acabó bajo jurisdicción de la UNRRA, organización norteamericana para el auxilio y la rehabilitación. Existe una carta de identidad para personas desplazadas que emitió en 1945 el Gobierno Militar de la Zona de Ocupación Francesa en Alemania. Antonio tenía entonces 21 años: alto, moreno, soltero, residente de Ravensbourg. Ingresado por la UNRRA en Camp Mittlewan, en noviembre de 1946, en su expediente figuran los cupones de comida que recibió, las revisiones médicas, la habitación asignada y dos mantas.

Los Archivos Arolsen son un centro internacional sobre la persecución nazi con la colección de documentos más extensa del mundo sobre las víctimas y supervivientes del nacionalsocialismo. Los documentos se refieren a los distintos grupos perseguidos por el régimen nazi y contienen referencias a alrededor de 17,5 millones de personas, lo que los convierte en una importante fuente de conocimiento para la sociedad actual.

Tiene disponibles en línea 30 millones de documentos. En 2020, este archivo online recibió el Premio del Patrimonio Europeo/Premio Europa Nostra 2020, el máximo honor de Europa en el campo de la preservación del patrimonio cultural.

Los registros de Arolsen y sus cifras son complementarias, aunque no necesariamente coincidentes con los de otras fuentes. Así, según el Banco de Datos de la Memoria Democrática de la Amical de Mauthausen, 9.195 españoles fueron deportados a campos nazis, de los cuales murieron o fueron asesinados 5.260.

Tanto Arolsen como Amical tienen registrados los casos de los laredanos Lázaro Nates y Ramiro Santisteban, que sobrevivieron a su internamiento en Mauthausen y prácticamente toda su vida guardaron reserva sobre lo que les ocurrió. De hecho, los documentos de Nates y Santisteban en Arolsen no son accesibles al público general y hay que pedir permiso para consultarlos.

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Según reza en un Memorial inaugurado en Laredo, Amical certifica que fueron once los lugareños deportados a los campos de exterminio nazis. Mauthausen era un campo de extermino por agotamiento físico del que ninguno estaba destinado a sobrevivir. Sirvió, con extrema crueldad, a la doble función de matar y obtener trabajo para la fabricación de armamento pesado.

Especialmente trágico fue el campo de Gusen, en donde las muertes eran más numerosas y rápidas. Los cántabros de Mathausen eran parte del contingente español conocido como 'rotspanier', españoles rojos', según se publica en el trabajo que publicaron para el Ministerio de Presidencia Gutmaro Gómez Bravo y Diego Martínez López.

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