La ciudad que podemos permitirnos

Alquilar un apartamento de dos habitaciones en Nueva York oscila entre los 4.187 y los 7.849 dólares mensuales, lo que es una buena noticia para los rentistas de Santander, la Pequeña Manhattan, como dice un amigo con bastante retranca, porque todavía hay margen para sangrar al lugareño con mucho estilo.

Ahora, en este arranque del mes de septiembre en donde los turistas parecen haberse evaporado y solo quedan un puñado que dan vueltas despistados por las calles, volvemos a la casilla de salida de la normalidad, si es que tal cosa existe, con los precios por las nubes de esa tormenta seca que nunca descarga, en la que nunca bajan los precios, la que galopa desbocada a lomos del IPC, you know.

Ya hay hosteleros en nuestro cántabro-mediterráneo terruño que se lamentan por que no haya suficientes clientes con el poder adquisitivo de Madrid o Florida para mantener la lista de precios del verano sin tocarla.

Hay que tranquilizarlos porque la Gran Manhattan apunta noticias halagüeñas: 500.000 residentes de la ciudad la han abandonado desde 2020 porque sencillamente es imposible vivir allí con lo que ganan. Le queda a la ciudad 300.000 millonarios, que esos no se van porque además tienen más espacio y menos mugrientos alrededor.

Y por ese derrotero vamos en la Pequeña Manhattan santanderina, en donde a nadie parece preocuparle que los habitantes lleven años marchándose a los municipios de los alrededores (antes de que alguien levante la mano, no basta el dato del INE, hay que interpretarlo) a cambio de la llegada del Gran Reemplazo, como temen los que son españoles al 120%.

Ante todo, tranquilidad. No serán migrantes del sur con la tez bronceada de fábrica a los que el Gobierno de Cantabria tenga que ir rastreando sus orígenes en las embajadas, sino gente de orden y con pasta que se asientan en Cantabria por sus refrescantes noches de verano y sus vistas entrañables a vaquerías en decadencia. Gente que enriquece las costumbres arrugando al ceño cuando los lugareños llenan los bares, la nariz cuando huelen la mierda de vaca o las orejas cuando les despiertan los cencerros o la campana parroquial.

Cuando ese reemplazo se consolide, los oriundos tendrán siempre la oportunidad de salir a las calles con el traje regional para ganarse la vida (y hacerse un TikTok, que mola mucho).

Zohran Mamdani es desde junio precandidato por el Partido Demócrata a la Alcaldía de Nueva York. Como habrán advertido, es un socialcomunista peligrosísimo que lleva por lema 'La ciudad que podemos permitirnos' y quiere frenar la sangría de residentes metiendo en cintura el locurón de precios en que se ve inmersa la Gran Manzana. Además, tiene 35 años, es oriundo de la India, nació en Uganda y no se ha montado en un cohete de Elon Mask.

Lo peor.

Pero le han votado muchos neoyorquinos. Vaya.

Vivienda asequible y guarderías por debajo de 30.000 dólares al año por niño.

“Un lunático comunista 100%”, según Trump.

(¿Un koljós en Queens?).

A lo mejor acaba ganando.

Lo peor de lo peor, you know.

Pero eso de “la ciudad que podemos permitirnos” tal vez merezca un minuto para pensarlo, sobre todo porque dentro de dos años hay elecciones municipales y autonómicas y alguien en algún sitio esté desempolvando ya los viejos programas electorales para darles una vuelta.

La ciudad que podemos permitirnos es la ciudad de la proximidad, que proteja y cuide a sus habitantes, una ciudad ajustada a las disponibilidades que ofrece y con un gasto enfocado hacia dentro y controlado. Sin más. O con menos.

Y si después alguien quiere visitarnos, sea bienvenido.