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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Idiotas que corren

El filósofo y escritor surcoreano Byung Chul Han.

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Este verano visitó la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) de Santander Byung Chul Han, un pensador que está sabiendo emplear la filosofía en sus análisis del presente para mostrar, con sencillez, aunque dentro de lo posible, claves que permitan entender mejor la sociedad actual. Un simple repaso a los títulos de sus obras ya resulta descriptivo del presente: en La sociedad del cansancio, la Psicopolítica neoliberal, con su obsesión por el rendimiento, genera una inercia que nos consume y arrastra, provocando La expulsión de lo distinto y la Agonía de eros, del deseo, porque en esta Sociedad transparente, todo es sórdido consumo.

El coreano reflexiona sobre la conversión de la libertad en un imperativo: sé libre. El otro gran imperativo es producir, comprar, disfrutar… más. Crecer al infinito y acelerar el rendimiento. Se trata de una vida vivida como si fuésemos empresas, auto-sometidos a la tiranía del rendimiento. De ahí que la nuestra sea la sociedad del estrés y, a las malas, de la ansiedad y la depresión. Una sociedad del cansancio.

Así las cosas, no es baladí ni ‘cosas de filósofos’ que Byung Chul Han viniera a Santander a hablar del valor de la ociosidad. Cerca de lo que otro filósofo actual, Giorgio Agamben, denomina la “inoperosidad” —dejar de hacer— y la «potencia de no». En un mundo sobrecargado, en el que bullen la tensión, el ritmo invivible, la aceleración, en el que la precariedad existencial y las redes sociales contribuyen a imponer un ritmo insoportable, y en el que casi todos nos rendimos a la oficina móvil del bolsillo, que nos hace estar constantemente ocupados, la filosofía no deja de insistir en que hay que parar, que debemos decir basta, abrir paréntesis y contestar más a menudo, como hace el Bartleby de Melville, “Preferiría no hacerlo”. Pero ni siquiera la COVID y su parón obligado nos ha hecho capaces de salir de la rueda.

Si más o menos teníamos claro que somos idiotas en el sentido griego —insolidarios, individualistas, ajenos al bien de nuestras comunidades—, resulta que, para colmo, somos idiotas que corren. El nuestro es un mundo poblado por idiotas que no paran porque no saben parar. Consumimos sin parar y trabajamos sin parar para poder hacerlo. Y, cuando descansamos, nos lanzamos sobre diversos medios de transporte para movernos más, más lejos si se puede, porque hemos comprado la propaganda de la hipermovilidad capitalista que hace que estemos siempre preparadas para dejar la zona de confort… con lo que cuesta encontrarla.

Somos idiotas que se mueven como locos, que van de un lado al otro haciendo cosas todo el rato, gastando para ello toda la energía que sea necesaria, da igual lo difícil de conseguir, lo contaminante o lo cara que sea. Somos idiotas sin la calma necesaria para pensar, porque ya no paramos ni siquiera de noche, y queremos tener gimnasios, tiendas, cafés y hasta peluquerías 24 horas. No pensamos que podría tocarnos ser, a nosotros o los nuestros, quien tiene que servir comida en una moto a las cuatro de la mañana o recuperar a las seis la clave perdida de un idiota que no quiere que le canten con sonrisa telefónica la nueva oferta dos por uno. Somos idiotas que se congratulan de vivir en un mundo Amazon, en el que gastar 24/7 y trabajar otro tanto para poder pagarlo.

Dice el proverbio oriental que atribuyen a Confucio que cuando el dedo apunta a la luna, el tonto mira el dedo… Cuando el pensamiento apunta a este ritmo invivible y la ciencia nos anima a decrecer y rebajar un nivel de consumo que tiende a infinito en un planeta finito, el súmmum del idiota reivindica una libertad para correr más que es una mezcla de estupidez e incontinencia. Libertad para ser egoísta, libertad para ser insolidario, libertad para abundar en todas las lacras que sería lógico intentar superar, libertad para contaminar y negar el cambio climático, para ser machistas, homófobos y tránsfobos, para ser racistas, para maltratar animales… para ir hacia la peor versión de lo humano posible. Y a anhelar o defender lo contrario pronto lo llamarán, estos idiotas “sin complejos”, tiranía del buenismo o similar.

Volviendo al cansancio del que habla Chul Han, se trata de un fenómeno tan físico como psicológico, y sus consecuencias son sociales, económicas, y en general, políticas. Es, a todos los niveles, cansancio de neoliberalismo, ese que produce monstruos como las extremas derechas de hoy día, peligrosos fantoches que trae la historia cuando se repite como farsa, líderes totalitarios —lo opuesto a verdaderos líderes comunitarios—que ascienden al poder mediante votos cuando la democracia no es real. Son esos que llaman libertad al gobierno del capricho, pero no dejan de meter la nariz en cualquier muestra de genuina libertad de expresión o autodeterminación humana, pues la única libertad que le interesa es —siempre que les beneficie— la desregulación del mercado que merme las tareas de protección ciudadana del Estado (subsidios, pensiones, Sanidad y Educación públicas…). Son esos que toman las calles, capitaneados por un vividor de la política, para escenificar, de cuando en cuando, simulacros de rebelión en un contexto de mentira en el que ellos son la resistencia, y reivindican una comunidad que solo se sostiene por la exclusión de la alteridad.

Que este tipo de oscuros espectros del pasado que quieren “volver al 36” desaparezca pasa por un profundo trabajo democrático que haga florecer instituciones del común que hoy ni siquiera tienen existencia en la vida pública. Su exorcismo pasa por una democracia de proximidad, una democracia real, que destierre la política del enemigo que a este tipo de gentuza beneficia. Es un asunto complejo, pero, en general, quizá no se trate ya tanto de entender sus ideas, que son un amasijo amorfo, sino de captar el contexto de su surgimiento y trabajar por ahí la solución para tener que aguantarlos el menor tiempo posible. Pero para eso, antes que nada, tendríamos que dejar de comportarnos como idiotas que corren. 

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