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Desaparece la cápsula del tiempo con una carta secreta que la escritora Concha Espina ordenó no abrir en cien años

Concha Espina junto a su hija Josefina de la Serna en el monumento dedicado a la escritora.

Olga Agüero

Santander —

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El día de 1924 en que se colocó la primera piedra del monumento a Concha Espina en los jardines de Pereda de Santander la escritora enterró una carta suya con unas instrucciones muy concretas: no abrir hasta 100 años después. El plazo venció el pasado 23 de agosto, pero el mensaje todavía no se ha recuperado pese a la curiosidad que genera su contenido. Lo cierto es que ni siquiera están visibles la estatua, la fuente y el estanque que componen el conjunto escultórico. Actualmente está rodeado y oculto por una elevada valla dentro del perímetro de la caseta de obras que ha acotado el Banco Santander para ejecutar la reforma de su antigua sede. Solo queda a la vista una de las piezas, estropeada con grafitis. “Puta”, ha escrito alguien con tinta azul sobre el nombre de Concha Espina.

Por el momento nadie ha desenterrado la caja de latón o zinc, según las versiones, que contenía además otro sobre con un autógrafo –un texto manuscrito– de Concha Espina, ediciones de las obras que escribió, periódicos locales con la fecha del día y unas monedas de plata y cobre de la época. “Por ninguna causa ni motivo debe leerse antes de un siglo”, escribió de su puño y letra en el sobre de la misiva la varias veces candidata al Premio Nobel de Literatura.

Ahora, el temor es que este legado se haya perdido tras algunos cambios de ubicación del monumento o que, en el peor de los casos, haya sido destruido por descuido en estas mudanzas. De hecho, hace algunos años se inició una investigación en el Ayuntamiento de Santander tratando de encontrar sin éxito algún archivo o indicio en los servicios municipales de Cultura y Arquitectura. Se llegó incluso a buscar físicamente sobre el terreno y, según han confirmado a elDiario.es, se concluyó –sin que haya una confirmación oficial al respecto– que la caja se ha extraviado o destruido.

La historia comenzó un 23 de agosto de hace un siglo. El Ayuntamiento de Santander nombró hija predilecta a Concha Espina, autora de una prolífera obra narrativa traducida a varios idiomas. “Ser hija predilecta de Santander significa para mí la duración caliente del hogar donde tuve la cuna, de modo que este título de gracia filial es como una lumbre siempre encendida para mi alma en el hielo de los caminos”, proclamó la escritora en su discurso.

Ser hija predilecta de Santander significa para mí la duración caliente del hogar donde tuve la cuna, de modo que este título de gracia filial es como una lumbre siempre encendida para mi alma en el hielo de los caminos

Concha Espina Escritora

Tras una ceremonia oficial en la Casa Consistorial, la comitiva de autoridades, representantes sociales y familiares se desplazó hasta los actuales Jardines de Pereda, conocidos entonces como Boulevard, donde se procedió a poner la simbólica primera piedra de un monumento dedicado a la escritora santanderina. “Terminada de firmar el acta por los asistentes se encerró, en unión de las obras de Concha Espina, los periódicos locales de la fecha de hoy y un sobre, en el cual va metido otro, dentro del que hay un autógrafo de Concha Espina para todos desconocido”, quedó por escrito en el periódico La Región. “En el segundo sobre van escritas de puño y letra de la propia novelista una recomendación para que ni por ninguna causa ni por ningún motivo se lea antes de pasar cien años”, subraya esa crónica.

El acto fue presidido por la reina Victoria, esposa de Alfonso XIII, que fue la encargada de echar la primera paletada de tierra sobre la cápsula del tiempo con la carta secreta, sirviéndose para ello –según relató la prensa– de la pala de plata utilizada por el rey consorte Francisco de Asís en 1852 cuando se colocó en el barrio de Cajo la primera traviesa del ferrocarril de Alar a Santander. Una herramienta que junto a una carretilla de caoba se conserva en el Centro de Interpretación de Santander, ubicado en la Catedral. 

Sobre este pequeño testamento manuscrito de Concha Espina se edificó un conjunto monumental, diseñado por el escultor Victorio Macho. Una fuente de dos caños que vierten a un estanque presidido por una estatua sedente de la escritora. La idea fue impulsada por el periodista local José del Río Sainz 'Pick' y la directora de la Escuela de Magisterio de la ciudad, Carmen de la Vega, que iniciaron una suscripción popular para sufragarlo. El monumento, de mármol y detalles en bronce, se inauguró tres años más tarde, en 1927, con la ausencia de la escritora y la presencia de los reyes Alfonso y Victoria. En los años 60, al monumento se le añadió un frontón trasero como homenaje al hijo de Concha Espina, el periodista Víctor de la Serna.

¿Dónde está la caja?

Los periódicos de la época recalcan en que la urna se metió dentro de la propia primera piedra, lo que podría haberla mantenido a salvo durante los cambios de ubicación que ha padecido el conjunto escultórico. “Se procedió a la colocación de la primera piedra en cuyo centro quedó cerrada la caja de latón”, narra textualmente el periódico La Región del sábado 23 de agosto de 1924 que incluye, además, tres fotografías del acto. La edición de El Diario Montañés es más precisa en los detalles y explica que la profesora Carmen de la Vega, una de las impulsoras del monumento, ejerció de maestra de ceremonia y depositó los objetos “en un hueco de cinc dispuesto donde había de ir la piedra que se colocó seguidamente”.

Las coordenadas más aproximadas las desvela La Región en el ejemplar del día posterior al acto: la caja quedó enterrada “en el extremo oeste del segundo trozo de los jardines del Boulevard de Pereda frente al kiosco de la música”, cita textualmente. En este punto se había dispuesto “un pequeño altar y un sitial para la reina”, detrás del cual se pusieron varios sillones “para los palatinos que acompañasen a doña Victoria y autoridades”.

En origen, 'El jardín de Concha Espina' –como lo denomina la prensa de la época–, bajo cuyo suelo duerme la enigmática carta, se orientó hacia el desaparecido edificio del Teatro Pereda de Santander, víctima de la piqueta en 1966. El problema es que a lo largo de este siglo el monumento ha sufrido algunos cambios de orientación y ubicación que podrían haber destruido la urna en algún desafortunado golpe de excavadora. 

En el año 2003 se reformaron los jardines y a Concha Espina la desplazaron para que el monumento mirase en otra dirección por razones que presumiblemente no fueron más allá de un simple capricho municipal. La cuestión es que ahí ya se removió la tierra bajo aquella estructura de mármol sin que haya quedado constancia de que se hubiese señalado la ubicación precisa de aquella primera piedra debajo de la cual tendría que estar enterrada la urna con la misiva.

Los Jardines de Pereda volvieron a sufrir otra agresiva reforma en julio de 2014 cuando el Centro Botín construyó un edificio delante de la bahía e insistió, con el beneplácito del Ayuntamiento, en adaptarlos a esa nueva estética. Para ello, se restauró el monumento a Concha Espina y se recolocó de nuevo en su lugar de origen. Tampoco se notificó entonces el hallazgo o señalización de la urna.

Ahora son otras obras –las de la reforma de la antigua sede del Banco Santander para convertirse en el bautizado centro cultural Faro Santander con el proyecto del arquitecto británico David Chipperfield– las que mantienen oculto el monumento dedicado a Concha Espina, que lleva más de un año rodeado, vallado y en un pésimo estado de conservación, muy poco representativo de cómo la ciudad trata la memoria de una de sus hijas predilectas.

La escritora que cambió el nombre a su pueblo

Concha Espina fue una mujer pionera en vivir de la literatura, ser escritora de oficio, ya que además no tenía otro sustento. Tras un matrimonio altamente problemático para ella se marchó a Madrid junto a sus hijos con el dinero que obtuvo empeñando una sortija de brillantes y esmeraldas. Llegó a la capital con su primera novela inédita bajo el brazo, 'La niña de Luzmela', que resultó un gran éxito editorial.

Después de 37 novelas traducidas a varios idiomas, poemas, obras dramáticas, ensayos y artículos periodísticos fue nominada al Premio Nobel de Literatura en tres ocasiones en los años 1926, 1927 y 1928. En una de ellas se quedó a un voto de conseguirlo a falta de apoyo de la Real Academia de la Lengua Española, que también se negó a que, por ser mujer, ingresara en la institución.

Su talante católico y conservador, su espíritu germanófilo y su sintonía con la dictadura franquista –se afilió a la Sección Femenina y sus hijos estuvieron vinculados a la Falange– le permitieron vivir con comodidad de la escritura, con mayor libertad que otras mujeres de su época, ya que su literatura no resultaba incómoda. Curiosamente fue una de las mujeres que aprovechó a divorciarse durante la República aunque luego dicen que la presentaban como viuda, para disimular aquel estado civil tan incómodo ante la moral de la dictadura.

Escritora prolífica, logró un enorme éxito de ventas y popularidad con un estilo difícil de clasificar entre el romanticismo y el costumbrismo, con algunas excepciones como la novela social 'La esfinge maragata' o 'El metal de los muertos'. En los últimos años, ya ciega, escribía ayudándose de una tablilla y su narrativa tomó un cariz más católico y tradicionalista.

La influencia y consideración que alcanzó llevaron a las autoridades franquistas a cambiar el nombre de su pueblo natal, Mazcuerras, por 'Luzmela': el que ella había inventado en sus novelas. Se rebautizó en el año 1948, aunque posteriormente volvió a recuperar su identidad. Curiosamente, su matrimonio con Ramón de la Serna la vinculó con una extraordinaria vanguardia femenina. Una generación de mujeres intelectuales y artistas cántabras –la pintora María Blanchard, la diputada, escritora y folklorista Matilde de la Torre y la escritora y traductora Consuelo Berges– unidas entre sí por fuertes lazos familiares y de amistad, y por el ambiente rural que habitaron en el entorno del pueblo cántabro de Cabezón de la Sal.

Pérdida patrimonial de la ciudad

Cuando se proyectó la estatua de Concha Espina la idea era situarla de espaldas al mar mirando hacia el arco de la calle del Martillo, en dirección al Teatro Pereda, un magnífico edificio que se derribó en 1966 para construir viviendas y cuya desaparición todavía llora la ciudad.

Fue un escenario imponente con 1.700 localidades distribuidas en palcos a varias alturas que se construyó en 1919 y por el que pasaron los artistas y compañías más relevantes de la época. La desaparición de este edificio de relevante estética e imponente presencia arquitectónica se vivió en la ciudad como un funeral. Y, así, la mirada de Concha Espina se mantuvo en la misma dirección, apuntando al vacío de una llorada ausencia. Ahora, rodeada de vallas, su mirada es mucho más corta e incluso esquiva para los visitantes.

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