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ENTREVISTA

Joaquín Araújo, naturalista y escritor: “El capitalismo es el primer enemigo de la agricultura y ya ha extinguido gran parte de la cultura rural”

Joaquín Araújo, el naturalista y escritor español.

Uxue González

Santander —
26 de septiembre de 2025 22:07 h

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Joaquín Araújo (Madrid, 1947) es naturalista, escritor, periodista, divulgador, cineasta, campesino y muchas cosas más. Un hombre cuya vida se ha desarrollado en los bosques que él mismo ha creado, pues hace más de 40 años decidió dejar la ciudad y vivir en contacto pleno con la naturaleza, cultivando lo que le alimenta y viendo crecer cada árbol plantado con sus propias manos como símbolo de gratitud y aprendizaje. Desde niño soñó con ser campesino y escritor, y esa ilusión le ha llevado a plantar 27.500 árboles y a impulsar la plantación de más de un millón y medio por parte de distintas instituciones.

Autor de 120 libros, director y redactor de ocho enciclopedias, redactor de más de 2.500 artículos, guionista de más de 300 documentales, socio de numerosas ONG, su talento y compromiso con la vida ha sido reconocido en numerosas ocasiones, como por ejemplo, al recibir el Premio GLOBAL 500 de la ONU, en 1991. “El problema es que, en la actualidad, hay una parte de la opinión pública que no quiere que seamos considerados igual de importantes los que vivimos en la zona rural que los que viven allí, en la gran ciudad”, dice Araújo en esta entrevista con elDiario.es, en la que denuncia la injusticia que sufren los agricultores y ganaderos, víctimas de un sistema que, a su juicio, los ha abandonado. Para él, la naturaleza es el antídoto frente a los problemas actuales, incluido el cambio climático. Solo mediante “un sistema educativo totalmente diferente al actual, respeto y comprensión de la vida”, cree que la humanidad podrá frenar la destrucción de su propio planeta, una idea en la que profundizará este sábado 27 de septiembre durante la charla que impartirá en el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira.

Hace más de 40 años decidió 'emboscarse', es decir, vivir en la naturaleza y “ver crecer lo que le alimenta”. ¿Qué le impulsó a dejar la ciudad?

Es un anhelo bastante precoz, incluso asquerosamente precipitado, porque yo he querido ser campesino desde que era un niño, a pesar de haber nacido en el centro de la capital y provenir de una familia en absoluto vinculada al campo y a la vida campesina. No es común, ya que no existía un modelo familiar que reflejara la vida campesina, ni tampoco los medios de comunicación ni el sistema educativo transmitían que ser campesino fuera algo valioso o atractivo. Así que, en mi caso, debió de ser casi un extravío genético. Más adelante, a los 17 años, fundé una suerte de comuna hippie-agraria y me fui a vivir al campo y a cultivar la tierra, pero con un estrepitoso fracaso. Finalmente, cuando tuve la posibilidad con 21 años, decidí que viviría en la soledad de los bosques, en lugares poco transitados y en el mayor contacto posible con la naturaleza. 

¿De dónde viene esa conexión que siempre ha tenido con la naturaleza?

Es muy probable que fuera lo que cada día me parece más importante y en lo que profundizo sin pausa ni descanso, y me refiero a la serenidad. Probablemente, tenía cierta tendencia a no aturdirme, a no distraerme y a no ser carcomido por el ruido... Cuestiones que impulsivamente me llevaban a preferir los lugares sin gente. Pero hay que decir que tampoco me he convertido en un asocial o en un misántropo, sino todo lo contrario, ya que mi vida ha sido muy pública. Casi todo lo que he hecho profesionalmente ha sido estar en contacto con el público a través de los medios de comunicación. Supongo que me atrajo la extraordinaria belleza que tiene la naturaleza y seguro que inicialmente fue pura intuición. También la extraordinaria compañía que supone la soledad, que esto no es un oxímoron, sino una obviedad para mí y, por último, el estar en contacto con los elementos de la naturaleza de una forma tan constante e intensa, que me permitió ser un comunicador de los temas de naturaleza, un divulgador desde una perspectiva que legitima mucho.

Ha desempeñado muchas profesiones a lo largo de su trayectoria profesional y muchas de ellas engloban el papel de comunicador. ¿También quería serlo desde joven?

He desempeñado muchísimos oficios, pero hay dos cosas que quise ser desde muy pequeño y las dos han cumplido bastante bien. Una de ellas era ser campesino y ver crecer a lo que me alimenta. Por otro lado, a los 15 años empecé a escribir y, desde ese momento, tuve muy claro que también quería ser escritor. He desempeñado otros papeles en mi vida que jamás habría imaginado, sobre todo en mi trabajo como cineasta. Es a lo que menos atención le he prestado, pero llegué a realizar 300 documentales, lo que me abrió la oportunidad de destacar en muchos otros ámbitos: ser conferenciante, activista y participar de forma constante en charlas de todo tipo y condición. Todo ello era impensable cuando empecé. Lo único que sí imaginaba entonces era escribir y ser agricultor.

Ha plantado 27.500 árboles y ha promovido la plantación de más de un millón y medio por parte de diferentes instituciones. ¿Cómo comenzó este proyecto?

Realmente se inició cuando era un niño, ya que plantaba un árbol al año. Posteriormente, durante mi primera vez viviendo en el campo junto a una docena de personas también planté algunos árboles y, finalmente, cuando por fin tuve una tierra que, inicialmente, estaba machacada y era prácticamente un erial, empecé a plantarlos de forma continua. Más adelante, inicié mi propósito de plantar mil árboles al año y, cuando ya llevaba varios miles, comprendí que lo que estaba haciendo tenía sentido. Si me habían publicado libros, yo debía plantar árboles. Para mí era un acto de gratitud y agradecimiento. Sin embargo, cuando fui consciente de que llevaba una media de uno plantado por cada día vivido, pasé a sembrar 400 al año. Además, si no hago el agujero yo a mano con mi instrumento no doy por válido ese árbol, y hay que tener en cuenta que, con el paso del tiempo, uno ya no tiene la misma fuerza física.

Trabajó junto a Félix Rodríguez de la Fuente en diferentes proyectos, como en la famosa serie-documental ‘El hombre y la tierra’ y en la ‘Enciclopedia Salvat de la fauna ibérica y europea’. ¿Qué significó su figura y cómo influyó tanto a nivel profesional como personal en su vida?

Lo más importante y significativo que me ha pasado a lo largo de mi vida fue la llamada que Rodríguez de la Fuente me hizo para trabajar con él. Un día del mes de junio de 1975, yo estaba tranquilamente en mi casa cuando sonó el teléfono y el que hablaba era él, el superfamoso. Para un joven naturalista como era yo, que, por supuesto, sabía quién era, ya que lo sabía toda España, que me llamara para proponerme trabajar con él me cambió la vida. Aquello duró casi seis años y, cuando desgraciadísimamente murió en el accidente de aviación, ese mismo día, tanto las editoriales como Televisión Española me propusieron acabar la obra de Rodríguez de la Fuente. Así que lo hice: acabé las enciclopedias y los últimos ocho capítulos de 'El hombre y la Tierra', lo cual me proyectó aún más profesionalmente y fue algo de lo que aprendí muchísimo. Al fin y al cabo, estar seis años haciendo trabajos de cine y editoriales de Rodríguez de la Fuente equivale a realizar tres carreras universitarias y un par de másteres. Fui su colaborador y, desde luego, el mundo editorial y el hecho de que Televisión Española pusiera bajo mi responsabilidad aquellos últimos ocho capítulos me dio un aprendizaje inmenso.

Félix Rodríguez de la Fuente cambió la percepción social de la naturaleza y de muchos animales, especialmente del lobo. ¿Cuál es su opinión como defensor de la naturaleza y de quienes habitan en ella con respecto a la autorización por parte del Gobierno de Cantabria para sacrificar lobos y la decisión de la UE de rebajar la protección de la especie?

Pienso que se trata de un retroceso en lo que, en el fondo, constituye un verdadero progreso moral para la humanidad: el sentimiento de respeto hacia la naturaleza, el animalismo, la consideración hacia otras formas de vida y el intento de comprender la relación que deberíamos mantener con ella, basada en un claro agradecimiento. Ese avance ha sido muy lento, con conquistas pequeñas y casi siempre provisionales, como ahora mismo se está demostrando con el tema del lobo. Rodríguez de la Fuente consiguió una revolución intelectual, aunque le costó también varias ofensivas. Pero claro, resulta que ahora llevamos unos pocos años en que lo que creíamos consolidado, que era la Red Natura 2000, la reserva de la biosfera, los objetivos del milenio, la agenda 2030, está empezando a ser cuestionado y, hasta cierto punto, se llevan a cargo de muchas administraciones actitudes totalmente contrarias. El lobo tiene tal poder simbólico que casi resume lo que pasa con la naturaleza en general. Además, lo digo porque, aunque he dejado ser ganadero hace dos meses, yo también lo era y tenía un rebaño de cabras que he mantenido durante 49 años, por tanto, sé de lo que estoy hablando. Por un lado, es perfectamente compatible el lobo con la naturaleza que tenemos en nuestro país, sobre todo con la ganadería extensiva, que es la que deberíamos generalizar y, ante todo, es compatible con los espacios naturales. Por tanto, no puedo estar más en desacuerdo con las autorizaciones para menoscabar las poblaciones de lobo.

El lobo tiene tal poder simbólico que casi resume lo que pasa con la naturaleza en general. No puedo estar más en desacuerdo con las autorizaciones para menoscabar las poblaciones de lobo

¿Por qué cree que las administraciones han tomado estas decisiones?

Porque estamos en medio de una involución ética y política, desde mi punto de vista, peligrosísima. Se preguntan qué es esto de proteger la vida, de conservar el paisaje e incluso de la igualdad, y es que hay quienes están trabajando en que los humanos no nos consideremos iguales unos a otros. Si se acaba consiguiendo el supremacismo de una parte de la sociedad, los animales, que siempre están en segundo plano, se acabaran considerando absolutamente despreciables. Además, vivimos dominados por la búsqueda del máximo rendimiento en el menor tiempo posible y, al mismo tiempo, inmersos en la ley del mínimo esfuerzo. Sin embargo, ser ganadero exige un esfuerzo enorme y, cuando incluso el propio ganadero no desea estar con su ganado, se llega inevitablemente a esta situación. Las mayores demandas en la Cordillera Cantábrica son de ganado caballar y vacuno que no tiene vigilancia, lo que conlleva a que haya pérdidas, pero se podría perfectamente compensar, e incluso evitar, con la presencia de pastores y mastines. El problema es que, en la actualidad, hay una parte de la opinión pública que no quiere conservar la vida, que no quiere el paisaje bello, limpio y libre y que no quiere que seamos considerados igual de importantes los que vivimos en la zona rural que los que viven allí, en la gran ciudad.

¿Qué modelo de gestión del lobo considera justo y sostenible, que equilibre ganadería, protección de la especie y de los ecosistemas y los derechos de quienes viven en el mundo rural, como usted?

Un modelo ya inventado y ensayadísimo. Por ejemplo, en el Parque Nacional de Yosemite (California), uno de los más importantes del mundo, no había lobos y comenzaron a surgir numerosos problemas debido a la superpoblación de ciervos. Para solucionarlo, se reintrodujeron lobos y la situación mejoró de forma notable únicamente con su presencia. No cabe duda de que su existencia podría ser compatible con todo lo relacionado con el sector cinegético, pero los cazadores insisten en que el lobo acaba con algunas especies de interés para la caza. Sin embargo, la realidad es que en España sobran cantidad de ciervos y jabalíes y el problema es que los grandes herbívoros apenas tienen enemigos naturales. En un caso extremísimo, en el que no soy partidario de hacer hincapié, si hay un momento específico en el que sea conveniente que se mate un lobo, se podría hacer. Pero insisto, para mí eso sería en el uno por mil de las ocasiones. 

Una sociedad equilibrada debería contar, al menos, con un 20-25% de su población en el sector primario, debidamente remunerada

Usted denuncia que agricultores y ganaderos reciben un beneficio muy por debajo de lo justo por lo que producen.

El mínimo que debería recibir un agricultor o un ganadero es, al menos, un tercio del precio de venta al público. Es un tema que siempre queda pendiente. Se argumenta que, si se les pagara más, habría inflación, pero vivimos en este delirio donde lo esencial resulta insignificante, no por decreto ley aprobado por alguien, sino por el peso de las especulaciones y de la financiación especulativa que dominan nuestra sociedad. Este sistema promueve que lo más importante sea, al mismo tiempo, lo más injustamente tratado. ¿Por qué un producto determinado puede alcanzar un precio infinitamente mayor que algo esencial para la vida, como es la comida? Esa lógica es la que impulsa una industrialización absoluta, radical y dominante, así como el exilio voluntario del campo. El capitalismo es, en este sentido, el primer enemigo de la agricultura y, de hecho, ha extinguido gran parte de la cultura rural. Al sistema le interesa que la sociedad se concentre en las ciudades, para disponer de mano de obra barata, generar mayores rendimientos económicos y transformar a una parte de la población en trabajadores de servicios, burócratas o funcionarios. Una sociedad equilibrada debería contar, al menos, con un 20-25% de su población en el sector primario, debidamente remunerada.

¿Cómo se puede motivar al sector más joven de la sociedad a permanecer en sus pueblos? ¿Cree que se trata de un cambio de mentalidad colectiva?

Sí. Para cambiar una mentalidad de forma colectiva hay que invertir en docencia, en educación y en medios de comunicación. Cuando yo era niño, consideraba divertidísimo poner una huerta. Sin embargo, dile a un niño que dispone de una tablet y que tiene videojuegos que se vaya a un trozo de tierra a jugar a que está plantando lechugas. Las tecnologías de la información y la comunicación ya son las dueñas del mundo porque son dueñas de la mente y la atención humana. Es extraordinariamente difícil que los jóvenes permanezcan en sus pueblos, pero no sería imposible si existiese un sistema educativo y unos medios de comunicación diferentes a los actuales, que fomentaran la vida rural y mostraran su importancia real, en lugar de tratarlos como si fueran una piltrafa social y decirles que cuanto antes abandonen el pueblo, más oportunidades tendrán. 

A pesar de esa situación de abandono en la que se encuentran los pueblos, el turismo rural está en auge en España. ¿Es beneficioso para esa reconexión con la naturaleza que usted defiende o forma parte del propio sistema capitalista del que hablábamos al principio?

Ante la oferta de mercancías absolutamente lejanas de lo que significa la vida, a lo que es un paisaje o a la belleza de la naturaleza, el turismo rural ofrece una mínima dosis de ello. Toda la docencia que parte del paisaje queda en nada, si solo se practica durante unos minutos en lugar de varias semanas. Es tan fugaz que realmente no puede considerarse un verdadero contacto con la naturaleza. Además, si se llama “turismo” no puede ser realmente rural; es un oxímoron como la copa de un pino. En esencia, el turismo es todo lo contrario de un verdadero contacto con la vida rural, con los animales y las plantas, y no deja de ser un mercado más dentro del sistema.

Si se llama "turismo" no puede ser realmente rural; es un oxímoron como la copa de un pino. En esencia, el turismo es todo lo contrario de un verdadero contacto con la vida rural, con los animales y las plantas, y no deja de ser un mercado más dentro del sistema

Usted suele referirse a la necesidad de encontrar antídotos frente a los graves problemas actuales. ¿Cree que la propia naturaleza es el antídoto frente al cambio climático?

Sí. En la naturaleza está la solución a todas las cuestiones posibles. Comemos, bebemos, respiramos e incluso pensamos gracias a ella. Estamos vivos porque ella ha puesto a nuestra disposición desde los elementos más básicos hasta la propia inteligencia, que es una emanación de la historia de la vida y del proceso evolutivo. Sin embargo, lo que va ganando por goleada en la sociedad es el pensamiento de que la naturaleza es algo explotable porque está por encima de ella, pero es al revés: la naturaleza no nos necesita absolutamente para nada y nosotros la necesitamos para todo. La manera de frenar su destrucción es siendo conscientes de lo que realmente es, algo que sería posible con una educación sumamente exigente que enseñe a respetar nuestro entorno. La naturaleza es lo que nos abastece y lo que nos hace posibles, pero es necesario sentimentalizarla. Yo me considero una persona pacífica por ser naturalista y vivir en el bosque, y estoy convencido de que eso se se puede enseñar. Para mí, la educación que no despierta sentimientos no es verdadera educación.

¿Qué objetivos le quedan por cumplir?

Me gustaría que hubiera una ley de educación y que la base del sistema educativo fuera la comprensión de la vida. Desde un punto de vista más personal, quiero escribir otros cuatro o cinco libros, que ya están en marcha, e incluso me gustaría hacer una película, un proyecto que siempre se quedó como una posibilidad. Pero lo más importante para mí, como alguien que ha creado su propio bosque y que ha vivido en él durante sus últimos 50 años, es conseguir frenar el cambio climático, la verdadera catástrofe de las catástrofes, que amenaza a todo lo esencial en mi vida, pese a lo que digan algunos dirigentes como Donald Trump, que se atreve a negarlo y a decir que nos lo hemos inventado. Esto refleja a la perfección la gran perversión del presente: gobernar en contra de lo que la sociedad sabe que es cierto.

¿Piensa que aún estamos a tiempo de revertir esta situación?

Es imposible saberlo. Desde un punto de vista objetivo, desde la perspectiva científica, no estamos a tiempo, sino que estamos condenados a un colapso. No obstante, si tuviera lugar una revolución inesperada, intelectual y sentimental, que ya ha sucedido en la historia de la humanidad, si las personas empezasen a comprender la vida y la quisieran, tal vez eso propiciaría un cambio en el sistema económico y, entonces, se podría conseguir. Pero lo dictaminado por la ciencia es que estamos francamente mal.

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