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Vivir 106 años para contarlo: 'Legado' preserva 11.000 años de experiencia en relatos contados por sus protagonistas

Martina López Martínez, una de las protagonistas del proyecto Legado Cantabria.

Paco Gómez Nadal

Santander —
30 de enero de 2024 22:09 h

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En julio de 1917 nació Gloria Fuertes. Unas semanas antes, tres pastores aseguraban haber visto a la Virgen de Fátima. 1917 fue también el año de la Revolución Rusa, y el final de la mítica y muy real Mata Hari, después de haber sido detenida y ejecutada por los servicios secretos franceses. En julio de 1917 nació el torero Manolete, en el mismo mes y en el mismo año en el que también nació Vicente Marino Moverán Pecoustau en el antiguo Hospital de San Rafael de Santander, justo donde ahora se ubica la sede del Parlamento de Cantabria.

Tras parir, su madre tuvo que caminar 22 kilómetros hasta Polanco con Vicente en los brazos y la pobreza agrietando sus pies. También en ese mes de julio nació Carmen Ceballos Calderón en Las Rozas de Valdearroyo y solo un año después, en 1918, la conocida como gripe española mató a su madre, Francisca, y a su hermana Matilde.

Justo en ese momento, en noviembre de 1918, en el día de San Martín, nació Martina López Martínez en Tierzo, un pueblo al sur de la comarca de El Señorío de Molina, en la provincia de Guadalajara. Y ahora puede recordar estos 105 años de vida desde el municipio cántabro de Colindres, donde se instaló a vivir con su hermana menor tras la crisis sanitaria de la COVID-19.

Junto a nosotros vive la historia viva, la voz de aquellos que han superado el siglo de vida y que siguen tejiendo historias para alimentar nuestra historia. La voz y la vida de Vicente, de Carmen o de Martina ya está recogida en Legado Cantabria, el proyecto de UNATE y Fundación PEM que documenta las historias de vida de las personas mayores de 70 años de la Comunidad Autónoma y que ya ha superado las 130 historias preservadas, muchas de ellas personas centenarias que constituyen la esencia de lo que somos.

Además de Martina, de Carmen o de Vicente, y por encima de los 100 años, también se guarda la experiencia vital de María Pacheco Pérez (1919-2023), Jesusa de la Vega Ruiz (1919-2021), Lucrecia Diego García (1920-2023), María Jesús del Hoyo Gutiérrez (1920), Josefa Boo Camus (1920), Dolores Castillo (1922), Victoria Jimeno Sesma (1922), o Consuelo Sainz Quijano (1922-2022).

Es cierto que Legado Cantabria vive tiempos difíciles —“estamos buscando fondos para poder continuar con la tarea”, confiesa Zhenya Popova, la coordinadora del proyecto—, pero sigue sumando años a este peculiar intento por “construir la historia oral de Cantabria contada por sus protagonistas”. Y es que cada una de estas vidas es historia viva no solo de Cantabria, sino de este país que ha transitado en algo más de un siglo por la azarosa historia que lleva de la pobreza, el analfabetismo y la falta de oportunidades, a la democracia, la educación y una calidad media de vida irreconocible.

Cuando Vicente Marino nació, la esperanza de vida de un hombre era de 42 años. Hace unos meses, en noviembre de 2023, entraba caminando, a sus 105 años, al acto de reconocimiento de Legado Cantabria, en el auditorio de Casyc Up, apoyado en una cachava y con la ayuda de dos familiares. Estaba orgulloso y tranquilo. Es lo que tiene una vida de esfuerzo y una supervivencia que rompe las estadísticas. Si su primera caminata la hizo con días de vida en brazos de su madre, recuerda este hombre que hoy luce un pin con la bandera de la República, en octubre de 1935 fue el momento de su segunda gran caminata.

Tenía 18 años cuando participó en la marcha a pie en siete etapas al mitin de Manuel Azaña en el campo de Comillas (Madrid) junto a otras amistades, como el anarquista José Pernía González. De ahí a participar en las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC) o en la toma del Cuartel de la Montaña en Madrid hubo un paso y mucha conciencia. Después empezó la guerra, y las batallas dentro de la División Líster, y la detención, y siete años en las duras cárceles del franquismo y, tras intentar encontrar un trabajo en un país que ya no era para él, la huida y exilio en Francia desde 1947 hasta los años 80.

A Martina, sin embargo, le sorprendió esa guerra de visita en Barcelona. Se refugió en el pueblo de La Roca del Vallés —“pasando mucha hambre”— y se comunicó una sola vez con su familia a través de Cruz Roja. Un viaje soñado se convirtió en un abismo que no le permitía regresar a casa. Para poder emprender su viaje de regreso a Tierzo, con 21 años, tuvo que vender ropa y telas. Su dinero republicano ya no valía nada en la zona controlada por los golpistas. “Fue un largo viaje en un coche de soldados hasta la comarca de Molina de Aragón”, desde donde continuó en carro hasta Tierzo, pero su llegada se festejó “tirando la casa por la ventana”.

Hace tan solo unos días, en este pasado mes de enero (¡de 2024!) recibía en Colindres al equipo de Legado Cantabria para recoger el diploma que la acredita (y le agradece) como una de las personas que ha entregado su patrimonio inmaterial a la sociedad. Martina vive en la localidad costera desde la crisis de la pandemia y allí convive “muy feliz” con Amparo, su hermana pequeña, y el marido e hijo de ella. Su extensa trayectoria de 104 años dice haberla llevado —a pesar de sus problemas de salud— “sin abusar de nada, andando mucho, y siendo buena persona”.

Un año antes que Martina y dos días antes que Vicente, el 16 de julio de 1917, nació Carmen Ceballos Calderón en Las Rozas de Valdearroyo. En aquella época Arroyo, la localidad donde residían Eugenio Ceballos, trabajador de la mina de carbón, y Francisca Calderón, costurera y ama de casa con sus hijos e hijas (Carmen, Matilde, Anuncia, Bernardina, Celestino, Casimiro, Sebastián y Domingo), era un lugar próspero, con la fábrica de vidrio La Cantábrica, y una sentencia que aún no imaginaba nadie: la construcción del Pantano del Ebro.

Su infancia se vio marcada por la pérdida temprana de su madre y hermana Matilde cuando apenas tenía un año, debido a la gripe española en 1918, un hecho que no solo dejó una profunda huella en la familia, sino que también tuvo un impacto devastador en la zona. Todo parecía languidecer. La fábrica echó el cierre en 1928 y tras la Guerra de España comenzó una etapa muy dura para esta familia, que estaba comprometida con las luchas revolucionarias.

Uno de sus hermanos, Casimiro Ceballos, había jugado un papel crucial en la conocida como Revolución de 1934 de Reinosa y era miembro del comité del Frente Popular. A Carmen le tocó gestionar el envío de niños y niñas a la Unión Soviética y, después, ayudar a sacar de la cárcel a su hermano Casimiro, quien había sido sentenciado a muerte. Finalmente, cuatro de sus hermanos se exiliaron a Argentina. Luego… toda una vida: la decisión de continuar soltera, con dos hijas nacidas a finales de los años cuarenta y a principio de los cincuenta, trabajo como empleada de hogar en Madrid, San Sebastián o Bilbao, y el regreso al territorio cuando ya las fuerzas menguaban.

Y toda esa vida, todas esas vidas, a los 106 años, entregadas con generosidad a la memoria colectiva de Cantabria a través del proyecto Legado Cantabria que ya suma, minuto a minuto, conversación a conversación, 10.875 años de vida preservados en sus vídeos.

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