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Agustina Recio tras la exhumación de su padre 85 años después: “Solo quiero que esté junto a mi madre y mi hermana”

Agustina Recio sentada frente a la fosa común en la que estaban los restos de su padre, Florentino Recio, y otros seis fusilados más

Fidel Manjavacas

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“El peor momento de mi vida fue cuando sacaron a mi padre de mi casa. Tenía 6 años. Estábamos cenando en el patio, vinieron unas personas y dijeron 'Florentino deja de cenar'. Yo le dije que no les hiciera caso y que cenara pero insistieron en que se levantara así que dejó el plato y se fue”. Es el recuerdo que tiene Agustina Recio (91 años) sobre la última noche que pasó en casa su padre, fusilado por el franquismo junto a otros seis hombres en Recas (Toledo) el 19 de noviembre de 1936.

Han tenido que pasar 85 años para que Agustina haya podido exhumar los restos de su padre del lugar en el que fue asesinado y donde ha permanecido enterrado en una fosa común junto a otros cuatro hombres -Jerónimo Cedillo Zurita, Domingo Díaz (o Domingo Martínez), José María Barahona (o Seseña) y Pedro Díaz-. Asimismo, al lado de esa fosa se encontraban también en otra Gabriel Zurita Garillete y Juan Zurita Martin -padre e hijo-. Todos ellos bajo una especie de panteón instalado por sus familiares para preservar, señalizar y mostrar los nombres de las personas asesinadas.

La exhumación, que se ha llevado a cabo durante esta semana en el paraje de Los Tintos -perteneciente al término municipal de Villaluenga de la Sagra-, se ha podido desarrollar gracias a la lucha que han mantenido algunos familiares y, sobre todo, a la labor que ha hecho el equipo de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). En apenas tres días han conseguido localizar y desenterrar los cuerpos de los siete fusilados, cuyos restos óseos han trasladado al laboratorio que tiene la asociación en el Campus de Ponferrada de la Universidad de León para identificar los mismos.

Agustina, a quien han tomado muestras de ADN, aguarda ahora a los análisis -que podrían tardar en certificar los resultados entre uno o dos meses- para poder llevar los restos de su padre al cementerio municipal de Recas. “Yo lo que le pido al Señor es que me deje meter a mi padre con mi madre y con mi hija. Después que haga lo que quiera conmigo”, manifiesta en una entrevista con este medio la hija de Florentino Recio Fernández, conocido en el pueblo como “el tejero” y fusilado a los 39 años.

“Nos dio un abrazo y un beso a cada uno. No le volvimos a ver más”.

“Mi madre -Ricarda Martín- y mis cuatro hermanos se fueron con la pena al otro mundo de dejar allí a mi padre sin poderlo sacar”, relata Agustina, quien recuerda que el día antes de que lo asesinaran, tras haber estado varios días encerrado en el Ayuntamiento del municipio toledano junto a los otros seis varones, avisaron a su madre para que fuera con sus hijos a despedirse de él. Entonces Agustina tenía 6 años, un hermano de 3 y otras tres hermanas de 1, 9 y 12 años. “Nos llevaron, nos dio un abrazo y un beso a cada uno. No le volvimos a ver más”.

Durante los tres días en los que se han extendido las labores de exhumación, Agustina ha querido estar presente frente a la fosa en la que estaba Florentino pese al viento o las temperaturas más bajas que se registraban en algunos momentos. “No me importaba que hiciera frío, quería ver a mi padre”, asevera. Han sido horas de emociones, de diálogo entre familiares, de “ilusión” y de “alegría” por recuperar un pasado del que aún quedan amargas memorias.

En este sentido, recuerda cómo su madre y otras mujeres de los hombres asesinados fueron a llevar a flores al lugar donde fueron inhumados clandestinamente. “A los dos días las llamaron al Ayuntamiento. Les cortaron el pelo al cero y les pusieron tres moñitos con la bandera nacional para sacarlas en procesión por todo el pueblo... fue horroroso”, señala Agustina, quien afirma que en el pueblo se conocía quiénes habían llevado a cabo el fusilamiento apenas un mes después de que las tropas franquistas entraran en Recas.

Entre ellos, afirma, estaba un vecino que fue precisamente el encargado de repartirles la comida que se incluía en la cartilla de racionamiento que daban a la familia, que se trasladó a vivir a la casa de la abuela materna. “Cuando llegábamos mi hermana y yo nos decía que no nos iba a dar nada, decía que viniera mi madre, que estaba trabajando. Pero su mujer, que era muy buena, salió y le dijo que le diera a esas niñas ”todo lo que necesitaran ahora mismo'. Fue mano de santo“, apunta Agustina, quien ensalza el ímpetu de su hijo Benedicto para que se haya podido llevar a cabo esta exhumación.

“Trabas y puertas cerradas”

“Soy muy cabezón. Dije que iba a sacar los restos y mi mujer, mis hijos e incluso mi madre decían que era una guerra perdida”, explica por su parte Benedicto, quien ha luchado desde hace cinco años “dando palos de ciego” hasta que por fin dio con “el mejor alcalde que te puedes encontrar” -Carlos Casarrubios, de Villaluenga de la Sagra- después de que en los ayuntamientos de Recas, Yuncler o Yunclillos le hubiesen puesto “trabas” y “cerrado las puertas” años atrás. “Me dijo -el alcalde de Villaluenga- que me pusiera en contacto con la ARMH, y a partir de ahí empecé a ver la luz”.

Y es que el paraje en el que estaba enterrado su abuelo, ubicado entre la carretera que une Recas con Yuncler, pertenece al término municipal de Villaluenga de la Sagra. Tras conseguir la documentación y los permisos requeridos gracias a la labor de la asociación, por fin ha podido ver la exhumación de los restos de Florentino, que era natural de Portillo. Precisamente, en esta localidad ha podido encontrar también estos días la casa en la que creció su abuelo y ponerse en contacto con familiares que no había conocido hasta ahora.

“Siempre me he preguntado por qué iba a ponerle flores a mi abuelo aquí -frente a la fosa común- y a mi abuela allí -en el cementerio municipal de Recas-”, agrega Benedicto, quien creció en Recas con su abuela y vive actualmente en Bilbao, donde Agustina trabajó hasta jubilarse. Y cuando lo hizo, adquirió una vivienda en el pueblo toledano en la que pasaba “desde marzo hasta después de los Santos”. En los últimos años, han realizado innumerables viajes con la convicción de poder exhumar a su abuelo.

“Le digo a todos los familiares -de víctimas del franquismo- que sigan luchando y que puedan sacar a sus familiares, aunque cuesta mucho, porque las administraciones no quieren recordar. Hay que ponerse en contacto con la ARMH, todo lo que ellos puedan hacer lo van a hacer”, remarca Benedicto, quien rechaza el rencor y aboga por “perdonar incluso hasta al que apretó el gatillo”.

El nieto que prometió a su padre desenterrar al abuelo

También se puso en contacto con la asociación Alberto Cedillo, nieto de Jerónimo Cedillo Zurita, quien había prometido a su padre antes de que muriera que haría todo lo posible por exhumar al abuelo de la fosa común en la que estaba junto a Florentino y otros tres hombres. “Cuando estaba malito -su padre- le comenté si podía moverlo y me dijo que sí”, apunta Alberto al tiempo que señala que ha tenido “sensaciones de todo tipo” desde el momento en que conoció que por fin iba a llevarse a cabo la exhumación.

“Marco González -el coordinador de la exhumación y vicepresidente de la ARMH- me dijo que había otra persona interesada -Benedicto-. Yo no vengo a este pueblo desde que era un niño. Vivo en Madrid, donde se fue mi abuela con sus siete hijos después de que asesinaran a mi abuelo”, apunta Alberto, que reconoce que ha sido la asociación la que “prácticamente ha hecho todo” lo necesario para poder desenterrar a los siete de Recas.

La tataranieta de Jerónimo, presente en la exhumación

Paloma Berihuete Cedillo, nieta también de Jerónimo ha podido presenciar la exhumación en la que también estuvo su nieta Vega -tataranieta de Jerónimo-, quien había nacido apenas cinco días antes de que comenzaran las labores y posibilitó que hasta cinco generaciones coincidieran en este “emocionante” momento. “Cuando me dijo mi hijo que venían casi me da un vuelco el corazón. Fue un momento muy emotivo para mí y para el resto”, destaca.

“Mi abuelo era republicano, pero no era partidista ni estaba metido en ninguna historia. Tenía siete hijos y era profesor aquí en el pueblo. A esta gentuza, a los golpistas, no le interesaba para nada que la cultura trascendiese, porque la cultura y el saber es aquello que les sepulta. No tuvieron misericordia con él ni con ninguno”, asevera Paloma.

Recuerda ir de niña al lugar en el que estaba enterrado su abuelo. “Pasábamos aquí un día de encuentro familiar, pero no como una tragedia”. Su abuela, que no quiso que sus hijos “vivieran en el rencor”, “inculcó a la familia que esto no se podía olvidar”, pero reconoce que cuando eran más jóvenes no eran “tan conscientes” de lo que ocurrió, también por el tabú que la represión generó sobre este tema en muchas familias. “Ahora que realmente se está viviendo esto es muy emocionante”, añade, al tiempo que apunta que, para ella, “el círculo se cerraría si -Jerónimo- estuviera enterrado con su mujer y sus hijos”.

Un círculo que sigue abierto en muchas otras familias del país y que motiva la labor de la ARMH, que lleva desde el año 2000 trabajando con el objetivo de “dignificar nuestro pasado” y “profundizar en nuestra democracia”. En estos más de 20 años, han llevado a cabo unas 200 exhumaciones y han podido localizar a más de 1.500 víctimas de la represión franquista. Todo ello de manera desinteresada y gracias al trabajo “impagable” que realizan personas voluntarias como las que han podido exhumar los restos de estos siete hombres asesinados en Recas.

Todos ellos fueron trasladaron en cajas individualizadas para poder corroborar el sexo, la edad, la causa de la muerte y la identidad de cada uno, recogida a través de fuentes orales o historiadores locales, así como certificados de defunción y otros documentos. Bajo la tierra, encontraron también muchos objetos personales como carteras de cuero, mecheros, calzado, dinero, o incluso una caja de pastillas Juanola, comentaban los familiares, que inciden en que, “lo más importante es que se ha hecho justicia”.

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