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Estas cuatro mujeres llevan 40 años viviendo juntas: “Tenemos que inventar fórmulas para ser consideradas familia”

Marta, Petra (abajo), Juana y Pepa, en una imagen de jóvenes

Pau Rodríguez

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Petra, Marta, Juana y Pepa viven juntas desde hace 40 años en su casa del barrio del Carmel, en Barcelona. Comparten techo y mucho más. Los ingresos y gastos, las tareas del piso, alegrías, aflicciones, alguna que otra propiedad, algo de activismo y, en definitiva, toda una vida en común. Pero no son una familia. O cuando menos no están reconocidas como tal, pese a haber logrado crear una pequeña comunidad cuya convivencia, con sus más y sus menos, sería la envidia de muchos hogares.

Las 'Noies del Carmel', como las conocen en el barrio, son las protagonistas de un documental que lleva precisamente este título, y que retrata su vida en común. No es la única experiencia de convivencia en Barcelona ni mucho menos en España que escapa a la categoría tradicional de familia –las hay, sin ir más lejos, en el movimiento okupa–, pero ellas tienen el mérito de haber llegado juntas a la vejez. Pueden hacer balance y, de paso, demostrar que hay otros hogares posibles. “La convivencia es igual de conflictiva que otras, solo hay que ser generoso y quererse”, sostiene Petra.

Su historia arranca en los combativos años 70 del barrio del Carmel. O incluso antes, cuando tres de ellas llegaron junto a su familia, como tanta otra gente en el barrio, desde pueblos de Extremadura, Andalucía y Castilla y León. Trabajadoras desde la adolescencia, estas mujeres empezaron a coincidir en el asociacionismo juvenil cristiano del barrio. Unas parroquias de la periferia donde en aquella época, recuerdan, no solo se rezaba, sino que se hacía política. Se pregonaba la Teología de la Liberación y se unían a las luchas del barrio por unos equipamientos dignos.

“El Evangelio decía que los primeros cristianos vivían juntos y lo compartían todo, que cada uno tenía lo que necesitaba, y eso es también lo que dice el marxismo”, relata Petra. A esta idea se acogieron para iniciar la comunidad los que por entonces conformaban una pandilla un poco más numerosa, de unas ocho personas. Era 1979, hace cuarenta años, y la casa era la misma que ahora, en la plaza Pastrana.

Esa primera convivencia se rompió relativamente pronto, en 1981, por una discusión ideológica sobre cómo criar a unos hipotéticos hijos. Desde aquel momento han permanecido ellas cuatro, que casualmente no han tenido descendencia. Sobre ello reconocen que los hijos suelen ser un punto de inflexión en proyectos como el suyo, pero tampoco quieren especular. Se limitan a contar su historia por si le puede ser útil a alguien.

A estas alturas, estas cuatro mujeres no quieren defender su forma de vida por encima de la que pueda escoger una familia tradicional, pero sí tienen una reivindicación. “Queremos contar que no hay una única manera, que la gente ha de vivir de la forma que le haga feliz”, argumenta Juana. Pero para su caso no hay unión legal posible, ni matrimonio ni pareja de hecho. “Tenemos que inventar fórmulas para ser consideradas familia”, explica Marta, que añade que, aconsejadas por un amigo, las cuatro acabaron por montar una empresa a cuyo nombre están sus propiedades, básicamente la casa.

“Ahora si a cualquiera de nosotras nos da un patatús evitamos que nadie de nuestros familiares pueda reclamar unas propiedades que son comunes”, argumenta Petra. En su testamento han especificado que lo dejan todo a la empresa. Lo que están discutiendo ahora es quién se quedará la herencia cuando muera la última.

Este es el principal escollo que han tenido que sortear a nivel legal. En cuanto a la convivencia entre ellas, en 40 años ha habido de todo. Su día a día es el de cuatro compañeras que se reparten al detalle las tareas del hogar, discuten y consensúan los conflictos y se reservan espacios para su disfrute. Los lunes siempre cenan juntas y se reservan un fin de semana al mes para hacer planes. “La vida en común nunca es fácil, construir algo con alguien para que dure en el tiempo siempre es complicado, y más aún cuando no son dos sino cuatro los implicados”, expone Marta.

Pero lo que a ojos de hoy podría parecer un piso compartido cuyas compañeras han envejecido juntas, son en realidad cuatro mujeres que siguen comprometidas con los valores fundacionales de su vida en común. Pese a tener distintos trabajos -maestra, profesora, bibliotecaria y trabajadora social- unifican ingresos. Incluso cuando alguna de ellas ha estado en paro. Tampoco han dejado de ser una “casa abierta”, según les gusta definirse, en la que pueden acoger a todo aquel que lo necesite, desde conocidos a refugiados, pasando por hijos de amigos que estudian en Barcelona.

A lo largo del documental, dirigido por Caroline Mignot y Martí Sala, cuentan también cómo han gestionado sus relaciones de pareja. Algunas de ellas, como Petra, están incluso casadas. “En mi caso tengo un día fijado como el de los novios”, comenta durante el film entre risas. Y luego reflexiona: “Yo no me quedo sola si un día no estoy con él, soy independiente, así que toda su vida sabrá que mientras esté con él es solo por amor, ¿qué más se puede pedir?”.

Así como las ideas cristianas y socialistas están en los orígenes de esta comunidad, las cuatro reconocen que, sin embargo, no ha sido así con el feminismo. Son cuatro mujeres, sí, pero el suyo nunca fue un proyecto de este cariz. Ahora bien, tampoco creen casual que hayan sido cuatro mujeres las que han permanecido juntas. “Para que la interrelación y la convivencia fluyan, y para superar dificultades, las relaciones humanas requieren muchas horas, y no se si los hombres valoran tanto las relaciones humanas, ese es el interrogante que tengo yo”.

Más contundente, Petra concluye: “Lo siento, pero los hombres necesitan a alguien que les mime, les cuide y les contemple”. Si existe alguna experiencia parecida con cuatro hombres, “que vengan aquí y lo cuenten”, sentencia.

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