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En la zona cero de la huelga del taxi: “Si morimos será con las botas puestas”

Pintada de los taxistas de Barcelona

Neus Tomàs

El Passeig de Gràcia, la principal arteria comercial de Barcelona, se ha transformado en el 'manifestódromo' de la ciudad. Sea con el permiso oficial correspondiente o sin él, la avenida que acoge los escaparates de las grandes marcas se ha convertido en el escenario preferido para protestar. Habitualmente es cosa de unas horas. Pero los taxistas han decidido que se quedarán de manera indefinida en el Passeig de Gràcia. Tampoco piensan desalojar la Gran Via, una de las calles que a diario absorbe más tráfico y que está ocupada por miles de taxis desde el viernes.

“Estamos hartos de que nos engañen. Llevamos años luchando y lo único que exigimos es que se cumpla la ley”, explica Miguel. Este veterano del taxi lleva dos noches durmiendo en el coche. Recuerda que hace una década ya se manifestó por primera vez en Madrid para defender los derechos de su colectivo. Desde entonces la cosa ha ido a peor. La norma que reivindica es la que establece una proporcionalidad de una licencia de vehículo de alquiler con conductor –las usadas por Uber y Cabify– por cada 30 de taxis.

Su compañero José Luis denuncia la “competencia desleal” de las empresas que se dedican al transporte de pasajeros con licencia de Vehículos de Transporte con Conductor. Las siglas VTC son las más repetidas en las conversaciones en los bancos y corrillos improvisados en la Gran Via y el Passeig de Gràcia. “Si morimos será con las botas puestas”, proclama José Luis. Él, como otros compañeros suyos, reconoce que siempre ha habido servicios de coches con chófer pero denuncia que ahora “se comen el mercado” sin tributar como las empresas de taxis ni obligar a sus trabajadores a cumplir requisitos mínimos como pasar un psicotécnico.

La mayoría agradecen que la alcaldesa, Ada Colau, les esté apoyando y consideran que si la gestión estuviese en manos de las administraciones locales y autonómicas no se habría llegado a una situación que consideran límite para su supervivencia.

En estos corrillos a la sombra se pone nombre y apellidos a su desdicha. Entre los más citados está José Antonio Parrondo, que fue uno de los suyos hasta que este expresidente de la Gremial del Taxi de Madrid decidió adquirir licencias de VTC a través de dos sociedades. “Parrondo compró licencias a 32 euros y las ha vendido a 50.000 y 60.000 euros”, asegura un taxista indignado tras consultar en su teléfono móvil la información en la que consta este presunto pelotazo.

En los bancos donde antes había turistas cargados de bolsas ahora hay taxistas, muchos acompañados de familiares, negando que se quiera perjudicar a la ciudad con su protesta. “Nosotros nos comemos todas las manifestaciones. Las de los bomberos, las de los policías, los gays, las lesbianas, los independentistas, los que no lo son... no pasa nada por que ellos se coman una nuestra”, defiende uno.

En cambio, también los hay que asumen que su protesta es lesiva para Barcelona. Vicente es de los que lo reconoce: “No es una situación agradable para el comercio. Habíamos parado antes pero las administraciones no nos hacían caso. Pero es verdad que, por ejemplo, los petardos no ayudan. La semana que viene ya nos habremos olvidado todos de esto”.

Pero los comerciantes no lo tienen tan claro. Furest es una de la tiendas del Passeig de Gràcia que sobrevive al asedio de las multinacionales de lujo. Tiene mucho cliente turista y ha sabido conservar a fieles barceloneses. Sus responsables explican que la facturación ha bajado y que la imagen que ofrece estos días su calle complica que se acerquen clientes, ya sean de paso o los habituales. También los quioscos se quejan de que el bloqueo de los taxistas provoca que los ejemplares de la prensa en papel llegue más tarde de lo habitual.

Mientras, los turistas, que habitualmente son mayoría entre los peatones de esta zona de la ciudad, esquivan, muchos de ellos arrastrando maletas, las improvisadas mesas que se han ido colocado para comer o pasar las horas. Entre la Gran Via y la calle Casp varios grupos de taxistas paquistaníes han decidido acortar el tiempo jugando a las cartas. Los que no tienen mesa echan la partida directamente en el suelo.

Jorge es uruguayo. Llegó este domingo y a falta de taxi cogió el metro, donde unos carteristas intentaron robarle. “Ese es el verdadero problema aquí”, apostilla uno de sus amigos. Este grupo de abogados relata que en Uruguay ya vivieron una polémica parecida a la provocada por la irrupción de Uber y Cabify. Allí se solucionó exigiéndoles las mismas obligaciones que a las empresas de taxis.

A pocos metros se escuchan aplausos. El alborozo responde a la 'colocación' de una placa de cartón a modo de nombre de calle en homenaje a esta protesta. Escrito a mano se puede leer 'Plaça nova del taxi, fets de l'1/30, 27 de juliol de 2018“.

La iniciativa es recibida con satisfacción mientras algunos taxistas y familiares aprovechan la aglomeración creada para repartir una hoja en la que se detallan sus reivindicaciones. Sorprende la primera frase elegida puesto que para definir a este sector se afirma que es “un colectivo que lleva 5 años implicado en la lucha contra el cáncer infantil”. Recuerdan que un equipo de voluntarios facilitan la movilidad de los niños que padecen esta enfermedad y que desde este colectivo se ha ayudado a buscar fondos para luchar contra el cáncer. En la misma octavilla se reseña que el sector del taxi no dudó durante los atentados de Barcelona en ponerse a las órdenes de la Guardia Urbana para ayudar a las personas que estaban en la Rambla. 

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