Si Artur Mas logra presidir el próximo Govern de la Generalitat significará que su estrategia de neutralizar a ERC y a la vez ‘refundar’ CDC habrá dado resultados. Artur Mas jugó muy fuerte. En palabras de David Fernández y Antonio Baños (CUP), hizo chantaje a las entidades y partidos soberanistas: “o vamos juntos o no hay elecciones”. Y ganó la apuesta. Al convocar las elecciones el 27 de setiembre convirtió la Diada en un gigantesco acto electoral a favor de su candidatura. Y reunió a una multitud en La Meridiana. Se situó en cuarto lugar de la lista electoral y no rendirá cuentas de su gestión de gobierno, ni de la corrupción de su partido. Pero esta anomalía, impensable en cualquier democracia avanzada, aquí aparece justificada porque estamos ante un plebiscito y no unas elecciones convencionales.
Porque este es el mayor éxito de ‘Junts pel Sí’, haber logrado instalar en el imaginario colectivo la existencia de un plebiscito. Significa una distorsión de la realidad porque en el supuesto ‘bloque del no’ se sitúan fuerzas políticas que defienden el derecho a decidir (Catalunya Sí Que Es Pot), la confederación (Unió), el federalismo (PSC) y dos tonos del llamado unionismo, Ciutadans y Partido Popular. Y la distorsión de la realidad afecta también al propio bloque soberanista porque la CUP aparece sólo como un incómodo compañero de viaje, como ilustraba el cartel de la coalición ‘Junts pel Sí’ haciendo suya, y sólo suya, la manifestación de la Diada.
Catalunya tiene una sociedad compleja y plural, pero el próximo 27-S acudirá a las urnas bajo una simplificación mayúscula. Artur Mas tiene razón cuando dice que las elecciones son el último recurso para realizar el referéndum que el Estado impide. Pero unas elecciones convertidas en plebiscito significan poner a prueba las costuras de la democracia. Significan, por ejemplo, no conceder el mismo valor a todos los ciudadanos, a todos los votos, en una decisión tan crucial para sus vidas como emprender el camino de la independencia.
El escenario previsible de una victoria soberanista en escaños no otorgaría la ‘autoridad moral’ suficiente que necesita un proceso de independencia. El soberanismo puede ganar las elecciones, pero, a la vez, puede perder el plebiscito si no logra la mitad más uno de los votos. Artur Mas, y Convergència, conservarían el poder gracias a una victoria lograda con las reglas de unas elecciones autonómicas y el relato de un referéndum. Representaría de nuevo una distorsión de la realidad, pero sería el triunfo magistral de aquella estrategia explicitada la tarde del 13 de julio en el Palau de la Generalitat. Cuando Artur Mas dijo a los partidos y a las entidades soberanistas que, o iban juntos, o no había elecciones.
Si Artur Mas es President será su triunfo personal, y de Convergència, que lo fio todo a su líder. La historia dirá si la calidad democrática pagó un alto precio durante los días que hoy vivimos, pero, de momento, las elecciones fijarán exactamente el número de catalanes que ya han desconectado de España. Que quieren irse. Que ya no se fían de promesas. Y serán muchos. Posiblemente casi la mitad. Las elecciones contarán también todos los matices de la otra mitad de catalanes. Esta será la realidad, ya sin distorsiones, que deberá afrontar Artur Mas, si es presidente, y las nuevas mayorías políticas que surjan de las elecciones generales en diciembre.