Josep Cuní está sufriendo un aluvión de críticas por el tratamiento que ha hecho -y hace- del terrible incidente -no accidente- de Germanwings. La audiencia por encima de todo. En general, el hecho de que el programa de Cuní sea por la noche provoca que, cuando un evento se da repentinamente por la mañana, él, obviamente, llegue tarde. De ahí que parezca que quiera compensarlo de mil maneras. No es necesario dar ejemplos porque pasa continuamente. Hoy en día, hay algo incuestionable: A los dos minutos de producirse un evento importante, sea cual sea, todo el mundo lo conoce.
No poder decir nada hasta seis u ocho horas después, por más que alargues tu programa por la cola, te descuelga: has llegado tarde. Lo siento, pero es así. Una vez aceptas que ya no servirá de nada cubrir la noticia -repetimos esto: has llegado tarde, muy tarde- la única salida viable es dar otro carácter a la exposición del asunto. Cuní lo tiene claro y cuando llega tarde, siempre reacciona así. Esta vez se le ha ido la mano porque la cobertura del incidente ha sido nefasta. La idea era exprimir hasta la última lágrima. La culminación fue la entrevista a la madre de uno de los muertos, con preguntas que dan tanta vergüenza que no es necesario ni reproducir. Allá él.
Pero una vez dicho esto, lo que queremos comentar es precisamente la existencia, cada vez más habitual, de padres, madres, cuñados, hermanas, novios y novias, “mejores amigos”, simples vecinos, dispuestos a hablar con los medios a la mínima ocasión. No es necesario que te inviten a un plató, como hizo Cuní: A pie de accidente, saliendo de un tanatorio, todo el mundo está listo para hablar ante las cámaras. Es un fenómeno absolutamente nuevo. Estamos tan acostumbrados a verlo que, cuando nos toca a nosotros, nos encuentran dispuestos sin problemas y como profesionales. Testigos en directo, o testimonios indirectos. O simplemente, la dependienta del bar donde el muerto tomaba el cortado cada mañana. Todo el mundo entra al trapo, salvando excepciones. Estamos convencidos de que nos merecemos nuestro minuto de gloria televisivo. Y cuando se da la ocasión histórica que nos lo permite, no dudamos.
El problema, pues, es Cuní -y no sólo él, hay que ver la cobertura hecha por Tele5, por ejemplo- pero también somos nosotros. Es uno de los signos de los tiempos. Y que conste que la dignidad de la madre entrevistada por Cuní fue notable, muy superior a la de su entrevistador. La señora sólo tenía una obsesión, no quería nada, ninguna compensación, pero deseaba que la compañía asumiera la responsabilidad por haber permitido que el copiloto asesino hubiera despegado. Es seguramente debido a este deseo que los productores del programa consiguieron convencerla de ir al plató: “Venga, así su denuncia tendrá más eco”.
Cuní, en vez de preguntarle si lloraría mucho, habría tenido que limitarse a grabarle la denuncia y pasarla íntegramente, sin entrevistador, había de sobra. Y el golpe periodístico habría sido igual de bueno. La dignidad de la madre lo aguantaba todo. Pero optó por el otro camino. Como hemos dicho, allá él. Pero mucho cuidado, porque el narcisismo absoluto de los tiempos actuales hace que, cualquiera de nosotros, sólo oliendo el micro, no podamos evitar salierle al encuentro. Allá nosotros.