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Dos mundos y una investidura

Josep Carles Rius

Las elecciones del 20 de diciembre del 2015 en España debía ser el momento en que dos mundos midieran sus fuerzas. Era la primera vez que se enfrentaban en unas elecciones generales el bipartidismo tradicional (Partido Popular y PSOE) con los partidos emergentes (Podemos y Ciudadanos). Los dos mundos, el 'viejo' y el 'nuevo', han librado la batalla en la calle y en los platós de televisión. Ahora se medirán en el Congreso de los Diputados. Y el primer acto es la sesión de investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno.

La realidad de estos mundos, por supuesto, es mucho más compleja, pero sí es verdad que el resultado de las elecciones fue leído en términos de renovación política y social. De nuevas y viejas hegemonías. Y, también, en términos de nuevos y viejos ecosistemas comunicativos. El bipartidismo pasó de representar el 73,45 % de los votos, al 50,73%. Y Podemos, el partido que mejor encarnaba los 'nuevos tiempos', alcanzó el 20,66%, mientras Ciudadanos, la renovación de la derecha, el 13,93%. En otras palabras, el 20-D significó un nuevo marco político para España, pero no fue un vuelco en el sistema de hegemonías. Los dos mundos siguen frente a frente y el recambio será un proceso lento, sostenido en el tiempo. De aquí, en buena parte, el bloqueo político que vive el país.

Más allá del resultado electoral, hay conquistas irrenunciables y que los propios partidos tradicionales ya saben que no les queda más remedio que asumir. La transparencia frente a la corrupción, la paridad de género, el equilibro entre democracia directa y deliberativa, una mayor comunicación y diálogo con la ciudadanía, más participación, los códigos éticos… van a formar parte de una nueva manera de entender el ejercicio de la política. Serán reconocidos como imprescindibles para alcanzar una mayor calidad democrática. Existirá un constante debate entre legalidad y legitimidad. En el ámbito territorial (Catalunya-España) y en el social (por ejemplo, la atención a inmigrantes sin papeles).

Para los autores del estudio 'Ya nada será lo mismo' (Centro Reina Sofía 2016), se trata de “la aparición de concepciones democráticas más amplias, más incardinadas en la cotidianidad y la búsqueda del impacto más allá de las instituciones, el impacto en la cultura y la economía que ya existía en los movimientos de los años sesenta”, pero que ahora tiene herramientas mucho más poderosas, como son las redes sociales. De alguna forma, y simplificando, era el viejo mundo analógico, influenciado por los medios convencionales, englobados en la que podríamos llamar cultura de masas, frente al mundo digital, procedente de iniciativas ciudadanas, que se informa a través de medios alternativos, muy activo en la red.

Eran dos mundos paralelos, pero que tenían un potente punto de encuentro: la televisión. En este contexto, muchos análisis simplistas redujeron los fenómenos Podemos (Pablo Iglesias) y Ciudadanos (Albert Rivera) a las habilidades dialécticas y a la buena imagen de sus líderes ante las cámaras. Es verdad que algunas cadenas de televisión les dieron muchos minutos en 'prime time' porque aportaban grandes audiencias. Pero en ambos casos los discursos de Pablo Iglesias y Albert Rivera conectaron con el público porque respondían a aspiraciones sociales y realidades concretas. Muchos otros personajes políticos 'salen en la tele' y en ningún caso podrían transformar sus palabras en votos porque no responden a la realidad.

En el caso de Podemos, su presencia en la televisión permitió que cristalizara en el personaje todo un movimiento social que tenía sus raíces en el 15-M. Pero lo más importante es que una parte significativa de la ciudadanía veía su realidad cotidiana reflejada en sus palabras. Es decir, existía una realidad, la crisis y su impacto desolador sobre los jóvenes. Una movilización ciudadana que se transformó en proyecto político. Y un personaje, Pablo Iglesias, sobre el que cristalizó tanto la protesta como la esperanza. ¿Hubiese ocurrido lo mismo sin la apuesta de la Sexta a la hora de invitar a Iglesias a su tertulia? Seguramente, no con la misma celeridad, pero la realidad estaba ahí y la movilización en las redes sociales también.

Lo que dio tanta potencia a Podemos fue la suma de los tres factores. La realidad y la fuerza de la televisión, precedida y amplificada después por la fuerza de las redes. En el caso de Ciudadanos la historia es más simple. La clave es la degradación del Partido Popular y la necesidad de ofrecer a sus electores una salida lógica, un partido que signifique la modernización y regeneración de la derecha española. Para tal misión, eso sí, contó con el apoyo entusiasta de los principales medios convencionales.

Para Joan Subirats y Fernando Vallespín, autores de España/reset, “muchos de los presupuestos de la 'sociedad de masas' siguen vigentes: una parte de nuestra ciudadanía sigue siendo políticamente inmadura, sigue reaccionando en grupo a motivaciones emocionales. Pero la parte de la sociedad que sí está formada y madura políticamente (que siempre ha sido mayor de lo que le interesaba calcular a las élites) cuenta ahora con nuevos recursos: la posibilidad de manifestar sus opiniones, anhelos y estados de ánimo con independencia, sin necesidad alguna de pedir permiso a los medios de comunicación tradicionales”.

Es decir, han cambiado las reglas para siempre gracias a las grandes plataformas de la red. Pero conviven dos mundos. Que se interrelacionan. Un mundo nuevo, emergente. Y un mundo que no sólo se resiste a morir, si no que en muchos casos goza de buena salud, como se demostró el 20-D, el día de la verdad. Fue un empate en el que el mundo 'viejo' del PSOE ha decidido unir fuerzas con el mundo aparentemente 'nuevo' de Ciudadanos. Para frenar a Podemos y todos los aires de cambio que llegan de la periferia, de Catalunya, pero también de Euskadi o Galicia. Incluso de Valencia. La 'revolución' deberá esperar. Pero, tarde o temprano, los dos mundos romperán el empate.

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