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Los comerciantes chinos levantan otra vez la persiana: “No se ha hablado bien de nosotros y lo hemos pasado igual de mal”

Xu corta el pelo a una clienta este lunes

Oriol Solé Altimira

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“Lo siento, pero te voy a tener que cobrar un euro más”. Tras un corte de pelo impecable, Xu Qin Xiang comunica a su clienta el pequeño incremento de precio, que ella acepta con gusto. “No importa el precio, yo tenía que venir ya. ¡Mira qué pelos llevo!”, tercia otra mujer que espera sentada su turno. Xu Qin Xiang reabrió su peluquería hace una semana tras más de dos meses de cierre provocado por el coronavirus. “El negocio está muy flojo, pero es mejor que nada”, confiesa.

Durante la primera semana de marzo, la comunidad china de Barcelona cerró sus negocios y dejó a los niños en casa, en lo que sería una antesala del parón económico general desde mediados de mes debido a la declaración del estado de alarma. Un paseo este lunes por el barrio del Fort Pienc de Barcelona, el que concentra mayor proporción de comercios regentados por los 50.000 ciudadanos de origen chino que viven en la capital catalana, atestigua que la actividad sigue a medio gas.

Casi todas las populares peluquerías y salones de belleza estaban abiertos. En el primer día que ya pueden atender a clientes sin cita previa, la mitad de bazares y tiendas mayoristas seguían cerrados. Los que más persianas bajadas concentraban eran los bares y restaurantes, que en Barcelona, al igual que en Madrid, todavía no pueden desplegar sus terrazas.

Una de las excepciones era el bar que Yu Ye y su marido tienen en la Gran Via, que desde hace dos semanas abre para servir comida por encargo. “Hay muy pocos clientes, pero tenemos dos hijos pequeños y no podíamos seguir cerrados: no hay cole pero las facturas no paran y hay que pagarlas”, dice Yu apostada al otro lado de la mesa fijada en la puerta del local.

Todos los comerciantes consultados se expresaban en el mismo sentido: aunque no salgan del todo los números, es mejor abrir para intentar ingresar algo que seguir parados. En todas las tiendas abiertas se indicaba a los clientes que debían entrar con mascarilla, guardar la distancia y lavarse las manos con el gel que proporcionaban los propios comercios. “Casi no pasa nadie, pero hay que ir abriendo”, lamenta Fen, empleada de una tienda de accesorios de telefonía de la calle Ausiàs March.

A un par de calles, la tienda de productos de peluquería y estética de Violeta Yang atiende a sus primeras clientas tras su reapertura. La empresaria, que luce máscara de plástico cubriendo toda su cara, no tiene repartos en enseñar los geles y las mascarillas que da a las clientas entre las cajas de mercancía que se amontonan a la entrada del local. “Hemos hecho un ERTE como todos, y ahora es más difícil que antes.... pero poco a poco”, asevera.

“Yo cerré cuando lo ordenó el Gobierno porque mis clientas son españolas y las peluquerías cerraron a última hora. El que cerró antes lo hizo a lo mejor por miedo, pero la vida sigue y todo el mundo necesita comprar cosas”, continúa la empresaria mientras termina de atender a Reyes, una peluquera de Barcelona que acaba de realizar su primera compra postconfinamiento. “Dí que sí, que a las peluquerías nos han matado, el Gobierno no nos ayuda nada y lavar el pelo es lo más higiénico que hay”, agrega la clienta.

A Violeta no se le escapan los mensajes racistas que circulan desde el inicio de la pandemia contra la comunidad china en España. “Hay mucha gente que ha dicho cosas malas y no ha hablado bien de los chinos, pero nosotros hemos cumplido y lo hemos pasado igual de mal que todos”, asevera.

Además de tener que cerrar sus negocios, los comerciantes chinos veían como mientras en España endurecía las medidas de confinamiento, sus parientes en su país de origen vivían la desescalada que ahora ha empezado aquí. “Les veías por el móvil que ya podían salir a la calle y daba un poco de envidia”, asegura Yu. “Te enseñaban todos lo que iba pasando antes de que ocurriera aquí”, recuerda Xu.

El presidente de la Unión de Asociaciones Chinas en Catalunya, Lam Chuen Ping, justifica el cierre antes del estado de alarma de los comercios –que algunos publicitaron como vacaciones– porque a principios de marzo, asegura, la comunidad china consideraba insuficientes las medidas que había tomado hasta entonces el Gobierno. Joana Yeye, presidenta de la asociación multicultural Amanecer, señala que sus compatriotas cerraron “por miedo”: sus parientes en China y en el Norte de Italia les contaban la virulencia del virus “mientras aquí se decía que era como una gripe”.

“A principios de marzo en mi tienda nos pusimos mascarilla para trabajar y recibía burlas e insultos de los clientes españoles. Yo decía que la mascarilla era muy importante pero no se lo creían. Ahora por desgracia ya lo ha aprendido”, apunta Yeye. Chuen Ping señala además que los comercios que han empezado a abrir son una minoría, y lo achaca a que se trata de mayoristas que no pueden aguantar más sin vender el género o a tiendas de una misma familia que necesita afrontar gastos. “La falta de claridad del Gobierno con las medidas económicas y las ayudas tampoco ayuda mucho”, sentencia.

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