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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

El textil coloniza las playas nudistas: “¿Qué hacemos? ¿Os echamos a todos al agua?”

Activistas naturistas reparten panfletos en la playa nudista de Barcelona

Sandra Vicente

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Las gotas de sudor resbalan por la espalda de Cristina y Anna mientras recorren un bosque lleno de pinaza. Cargadas como mulas, salvan los veinte minutos a pie que les separan del chapuzón con el que llevan soñando desde que se han despertado. Podrían haber ido a una playa más accesible, pero deberían ir vestidas. Estas dos jóvenes son nudistas y aprovechan cualquier ocasión en la que consiguen un coche para poder acercarse a playas en las que puedan liberarse del bañador.

Pero cada vez son menos los enclaves en los que se sienten a gusto sin ropa. Avanzan entre los árboles, comentando con preocupación el auge de los llamados “textiles” (personas que usan traje de baño) en las playas nudistas. Hacen cábalas sobre cuál será el estado de esta cala, a la que no han ido en todo el verano. Tras sortear el último árbol antes de llegar a la arena, mascullan un “¡Venga ya!” al ver que el porcentaje de desnudos no llega ni al 15%.

Visiblemente decepcionadas, se empiezan a desvestir en la playa de Rocaplana (Tarragona), mientras muchos de los otros bañistas las miran con los ojos como platos, algunos incluso al borde del escándalo. “Es un asco. Si te molesta lo que ves, ¿para qué vienes?”, pregunta Anna. “Es que no saben que esto es nudista y piensan que somos nosotras las que desentonamos”, le responde su amiga, mirando a los otros bañistas, muchos de los cuales son turistas. “Si yo no voy a tu playa en bolas, no vengas tú a la mía así. Tu bañador me violenta más a mí, que a ti mis tetas”, añade.

Ambas defienden su derecho a estar en esta playa, que es una de las 70 nudistas que hay en Catalunya y apuntan a que la presencia de textiles las está expulsando de estos espacios, que ya no perciben como “seguros”. Con el incremento de bañadores, crecen también los “mirones”, los comentarios poco apropiados, el ruido e, incluso, “los chuloplayas, esos que vienen a ligar”, apunta Cristina. “Y claro, ellos vestidos y tú desnuda, pues es violentísimo”, remacha.

Las quejas de los naturistas van en esta línea, pero la ley es clara: no se puede prohibir el uso del bañador. En cambio, el nudismo sí se puede sancionar. Como acto en sí, dejó de ser delito con la aprobación de la Constitución, que dejó atrás las consideraciones morales. En cambio, algunos municipios entienden que puede entrar dentro del delito de exhibicionismo y, por tanto, han reservado el nudismo a unas pocas playas, fuera de las cuales ir sin bañador es punible.

En Catalunya hay menos de 10 municipios que apliquen esta consideración. Uno de ellos es Barcelona, la única ciudad de Europa con una playa nudista urbana. “Tan modernos para unas cosas y tan retrógrados para otras”, se lamenta Elisenda Fernández, presidenta de la Asociación Nudista de la playa de la Mar Bella, la única de la capital catalana. Lamenta que esta práctica esté tan regulada en la ciudad, hasta el punto que muchos bañistas han sido multados por exhibicionismo.

La playa nudista tiene apenas 10 metros y cuenta con una señalización muy escasa. “Cuando alguien va distraído caminando por la orilla, no falla: siempre salta el típico que llama a la [Guàrdia] Urbana diciendo que es intolerable por los niños”, asegura Fernández, a quien le “revienta” que se equipare nudismo con exhibicionismo. “Es muy perturbador relacionar una parte del cuerpo con la perversión sexual. Sobre todo, siendo que los niños ven cosas mucho peores en Internet que en la playa”, añade.

Voluntarios contra los bañadores

“Tendríamos que hacer algo”, reflexiona Anna, mientras se toma un baño esquivando textiles. Algunos de los cuales -con gafas de bucear- le ponen bastante nerviosa. “Pero ¿qué?”, se cuestiona. Desde la Federación Naturista-Nudista de Catalunya (FNNC) se han hecho esta misma pregunta muchas veces. Han realizado reuniones con ayuntamientos y Diputaciones para que instalen cartelería o señales más claras en la entrada de las playas. Pero, mientras eso no se materializa, han organizado grupos de voluntarios para que vayan a repartir panfletos e interpelen directamente a los textiles.

“Hay mucha gente que no tiene respeto, pero no todo es negativo. También lo hacemos para que se animen”, explica Segimon Rovira, presidente de la FNNC. Apunta que no hay ninguna playa igual y que no es lo mismo concienciar en una cala escondida que en una playa urbana como la de la Mar Bella de Barcelona. “Es muy complicada. Hace falta picar mucha piedra”, dice Elisenda Fernádez en referencia a que, a diferencia de otros espacios nudistas, este se encuentra a los pies del paseo marítimo y, por tanto, es poco resguardado.

La presencia de textiles es tal que parece que la playa no sea nudista. Por eso, Fernández y otros voluntarios se juntan para repartir panfletos informativos. Uno de ellos es Raimon Martín, que hace casi 30 años que viene a esta playa. “Muchos apelan a la libertad. Pero no entienden que ellos tienen mucho espacio donde ser libres de llevar bañador, mientras que, si lo hacen aquí, nuestra libertad de estar desnudos se acaba”, asegura.

Raimon se acerca a una pareja de italianos y les explica, sonrisa y panfleto en mano, que están en una playa nudista. Para su sorpresa, en lugar de disculparse, perdonan a los naturistas. “Tranquilo, no me molestas. Estoy acostumbrado. De hecho, voy en speedo corto”, espeta. Cuando ambos naturistas consiguen salir del estupor y cuentan la situación, el joven se muestra sorprendido. “Pensaba que era una playa normal y estabais pidiendo permiso. Siempre habéis sido tan discretos...”, expone. A lo que Elisenda, visiblemente irritada, le contesta: “¿Qué quieres que hagamos? ¿Os echamos a todos al agua?”.

Nudistas vs. un chiringuito

Los nudistas tienen mucho en contra: la vergüenza, la costumbre y, en algunos casos, hasta la presencia de negocios privados, que quieren sacar tajada de las arenas tranquilas y escondidas en las que se encuentran las playas nudistas. En la de Rocaplana, por ejemplo, las asociaciones naturistas han detectado que los cámpings se ofertan como lugares de ensueño con “increíbles calas” a cinco minutos a pie. Sin avisar de que son nudistas e “incluso, asegurando a los clientes que pueden ir con bañador”, se lamentan desde la FNNC.

En el caso de la Mar Bella, el negocio que les está “hundiendo” es un chiringuito. Se trata de un establecimiento que no atiende a personas desnudas y, además, forma parte de la empresa Matinée: es punto de encuentro en el festival gay Circuit y organiza fiestas y eventos específicamente enfocados a este colectivo. “Barcelona tiene 5km de playas. ¿Por qué se ponen en la nudista, que busca ser tranquila?”, se lamenta Fernández. Esta activista nudista denuncia que, a partir del mediodía, la playa se convierte en “una sarao” y en un conocido punto de cruising de la ciudad.

“Es una falta de respeto por parte del Ayuntamiento. No tenemos nada en contra del colectivo gay ni de las fiestas, pero, ¿por qué en los únicos 10 metros de playa nudista que tiene Barcelona?”, se pregunta. Desde la FNNC también critican la implantación de negocios en los espacios naturistas y los califican como “el principio del fin”.

Estos negocios atraen a personas textiles y “les legitiman, de alguna manera, a llevar bañador”, asegura Martín. “Cuando todo el mundo a tu alrededor va vestido, cuesta mucho resistir”, añade Anna. Y no solo en lo que al nudismo se refiere: la práctica del topless también va en descenso.

Desde la FNNC apuntan a las redes sociales, al “miedo a ser fotografiado, a que te acosen o a que se rían de ti”. Muchos nudistas comparten esos miedos. “Te sientes muy observada. Pero solo si hay textiles”, reconoce Cristina. Elisenda concuerda y apunta que a ella jamás la han mirado, increpado o molestado en una playa nudista. “Aquí ves solo cuerpos normales. No hay una gran preocupación por la estética, solo por el disfrute del sol y la naturaleza. Es cuando me pongo un bikini que me fijo y me hacen notar mis michelines e imperfecciones”, cuenta

Aun así, cada vez menos jóvenes se atreven a desvestirse. “Que si arena en sitios raros, que si quemarse el pubis. Incluso miedo a qué pasará si te excitas”. Estas son algunas de las excusas que le ponen a Cristina sus amigos. Pero, detrás de eso, hay “vergüenza a no tener un cuerpo de revista. Un cuerpo que, de hecho, nadie tiene”, expone esta joven, que asegura que no va a rendirse. Ella se va a seguir desnudando, le pese a quien le pese. “Sin ropa tengo una mejor autoestima y un moreno más bonito”, bromea.  

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