Alimento caducado, ¿lo tiro o me lo como?

Foto: Leo Reynolds

Mercè Palau

Se calcula que cada europeo tira 179 kilos de alimentos al año (la Unión Europea calcula que el 40% de este derroche se realiza en los hogares), lo que significa que se desperdician en la UE más de 90 millones de toneladas de comida anualmente. De estos, unos 7,7 millones se tiran en España por diferentes motivos, entre ellos la errónea valoración de la caducidad de un elemento.

Si leemos el etiquetado, nos encontramos con una fecha, que bien puede indicar cuándo caduca el alimento o bien cuál es el momento de consumo preferente, dos conceptos distintos que el consumidor debe saber diferenciar, pero para lo que realmente no ha sido entrenado por autoridad alguna. Que aparezca una u otra depende del tipo de alimento y puede determinar si su consumo es viable o ya no.

Consumidores desorientados

Si bien el fabricante está obligado a garantizar la sanidad de sus productos, mediante estudios científicos y controles periódicos, que le dicen en condiciones normales cuánto aguantará un alimento en perfecto estado, se traspasa al consumidor la responsabilidad de decidir si lo consume o no una vez traspasada la fecha indicada.

Un consumidor cada vez más desorientado, a tenor de declaraciones como la del ex ministro Arias Cañete, que animaba a comer yogures caducados sin problema. O ante decisiones de ciertos países, como Grecia, de vender alimentos caducados a un precio más asequible. Pero también cada vez más consciente de que se tiran a la basura gran cantidad de alimentos, una realidad poco sostenible con la realidad de crisis a la que nos enfrentamos.

En España, según los resultados del Barómetro del Clima de Confianza del Sector Agroalimentario, realizado en 2012 por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA), el 59,2% de los españoles tira los productos que cumplen con la fecha de caducidad, mientras que un 20,7% los consume si no ha pasado mucho tiempo. El 19,5% restante opta por consumirlo o tirarlo en función del tipo de producto.

¿Se puede comer lo cadudado?

Pero vayamos por partes. Es importante saber qué significan las fechas para optar por comer o no. La fecha de caducidad indica hasta cuándo un alimento deja de ser seguro para el consumo alimentario. Pese a las declaraciones y decisiones políticas ya citadas, esta fecha no es nada arbitrario que se decida a lo loco. Con la ley en la mano, y bajo criterios científicos y estudios rigurosos, a partir de la fecha de caducidad el alimento no es apto para el consumo humano y puede provocar intoxicaciones alimentarias.

La modificación de esta fecha tampoco es algo que se decida sin más, aunque a menudo el consumidor pueda tener esta sensación. Debe tenerse en cuenta que muchas de estas fechas se aprobaron en momentos en los que las tecnologías utilizadas eran muy distintas a las actuales. Por tanto, la producción de alimentos de antes con la de ahora es distinta, y los márgenes de seguridad que pueden establecerse hoy también son distintos y, en general, tienden a ser mucho mayores porque así lo permiten los avances.

Estas modificaciones tienen siempre detrás criterios científicos que asumen los expertos en la materia; deciden si la modificación es oportuna o no en cada uno de los alimentos, como ha pasado con el yogur. De ahí que tomarse a la ligera esta fecha no es ninguna tontería. Y menos con ciertos alimentos, como el pescado y la carne envasados, o los huevos: productos con un riesgo mayor que otros ya que, en general, no tienen resistencia a la colonización microbiana.

¿Qué es el consumo preferente?

La fecha de consumo preferente, en cambio, nos indica hasta qué momento el alimento mantiene todas las cualidades organolépticas -como el olor, el sabor y la textura- intactas. Esta fecha no tiene nada que ver con la seguridad y solemos encontrarla en alimentos como el aceite, los cereales, las sopas y purés o las latas. Esta fecha, que normalmente viene indicada con “consumir preferentemente antes del...”, o “consumir preferentemente antes del fin de…”, puede ir acompañada de las condiciones de almacenamiento que deben mantenerse en casa.

En estos casos, podemos aprovechar algunos trucos caseros para aprovechar alimentos que, por ejemplo, han perdido humedad, como las magdalenas (mojarlas con leche, por ejemplo, permitirá que las consumamos aunque hayan pasado unos días de la fecha de consumo preferente). Este concepto, a diferencia del de caducidad, es mucho más flexible. No es lo mismo comerse un alimento caducado que uno pasado. En el primer caso, nos exponemos a un riesgo; en el segundo caso, no.

Hacia un consumo más sostenible

A pesar de que se ha relacionado buena parte del enorme desperdicio de alimentos a fechas de caducidad en ocasiones demasiado prudentes, se plantean otras causas, como una mala gestión del almacenamiento en casa de la comida o una ineficaz interpretación de las etiquetas. Hábitos de compra correctos, almacenaje acertado de los alimentos y recuperación del concepto de reciclado podrían ser más efectivos que eliminar las fechas de caducidad, aseguran los expertos en la materia.

También deberían plantearse los márgenes de seguridad de las industrias alimentarias que, en algunos casos, y con un fin preventivo, son muy altos. Estas, para determinar la fecha de caducidad, suelen basarse en tres tipos de análisis distintos. Uno de ellos es el microbiológico, a través del cual los expertos consiguen simular cuándo aparecen los agentes patógenos; el análisis físico-químico determina, por su lado, el momento en el que aparecen compuestos químicos.

Por último, un último análisis sensorial aporta información sobre cuándo el alimento empieza a mostrar signos de deterioro, como un mal olor. A partir de estos análisis, se determina la fecha con un cierto margen de seguridad.

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