Por qué los adultos tenemos que jugar más

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Darío Pescador

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Recientemente un amigo me invitó a pasar unos días en su casa con su familia, que incluye un niño de 7 y una niña de 5 que procedieron a convertirme en un esclavo (satisfecho) para sus juegos. Cuando los pequeños me invitaron a su habitación yo esperaba una consola de videojuegos y quizá leer cuentos, pero la escena pronto se convirtió en una batalla de cosquillas persiguiéndonos y rodando por el suelo. 

Curiosamente, esa noche dormí profundamente y al día siguiente mi capacidad de concentración en el trabajo estaba por las nubes. No es sorprendente: jugar, y especialmente los juegos físicos en los que hay movimiento y contacto con otras personas, es una parte esencial del desarrollo del cerebro en los niños. El pilla-pilla, la gallinita ciega, el escondite inglés, el pañuelo, el escondite y otros muchos tienen versiones parecidas en todas las culturas. Pero parece que los juegos no solo benefician a los niños.

El estudio de los efectos de jugar se ha centrado tradicionalmente en los niños y su desarrollo, y solo muy recientemente en los adultos. El juego es la manera principal mediante la que aprendemos las habilidades más básicas que nos servirán el resto de nuestra vida:

  • Exploración de los objetos y sus propiedades.
  • Probar cómo funcionan las cosas.
  • Practicar y ampliar habilidades motoras.
  • Tomar decisiones.
  • Asumir distintos roles. 
  • Gestionar el estrés y la frustración.

Esta última es la parte más interesante, ya que la capacidad de autorregulación emocional, es decir, poder controlar nuestro comportamiento cuando experimentamos emociones fuertes. La incapacidad de gestionar las emociones está detrás de las adicciones a drogas, el alcoholismo, la obesidad y los comportamientos sexuales de riesgo, y en EE UU se calcula que el 40% de las muertes tienen que ver con la falta de autorregulación de una forma u otra. Al contrario, las personas que saben gestionar sus emociones y controlar su comportamiento son más capaces de manejar el estrés, afrontar los conflictos y alcanzar sus objetivos en la vida; en definitiva, ser más felices.

Jugar para aprender a regularnos

Se ha podido comprobar que en los primeros años de vida la autorregulación se desarrolla gracias al juego, que es una especie de simulador para la vida. Pero ¿es esto aplicable también a los adultos? ¿Podemos mejorar nuestra capacidad de autorregulación si nos ponemos a jugar? Los experimentos indican que sí.   

Lo científicos están descubriendo es que el juego no es sólo para divertirse, también puede ser un medio importante para reducir el estrés y contribuir al bienestar general. En un estudio se midió la interrelación entre el carácter lúdico, es decir, la propensión al juego, el estrés percibido y los estilos de gestión del estrés con cerca de 900 estudiantes de tres universidades. Los resultados revelaron que los individuos más juguetones tenían niveles más bajos de estrés y sabían manejarlo mejor. Sus estrategias de gestión del estrés se centraban en gestionar la fuente del estrés, en lugar de la evitación o el escapismo. 

Otro estudio suizo con más de 250 personas entre 18 y 65 años encontró que los sujetos que dedicaban más tiempo a “hacer cosas divertidas con otras personas” experimentaban una mayor satisfacción con la vida y tenían mejor forma física, lo cual podría ser tanto una consecuencia como el origen de su afición a los juegos físicos.

Jugar en el trabajo y en casa

Los beneficios de jugar se extienden al ámbito del trabajo y la productividad. En un estudio se comprobó que los miembros de un equipo de trabajo que participaban en videojuegos cooperativo durante 45 minutos experimentó más tarde un aumento del 20% en su productividad en las tareas en grupo que siguieron.  

No todos los adultos juegan de la misma manera. Los investigadores identificaron recientemente cuatro tipos de comportamiento juguetón en adultos: los que disfrutan haciendo activamente tonterías con amigos, colegas, familiares y conocidos; aquellos que son simplemente desenfadados y no se preocupan por las consecuencias futuras de su comportamiento; los que juegan con los pensamientos y las ideas y disfrutan de los juegos de palabras; y por último los caprichosos, que muestran interés por cosas extrañas e inusuales y se divierten fascinados por pequeñas cosas cotidianas.

Ser adultos que saben jugar también nos hace más atractivos para potenciales parejas románticas. Al preguntar en una encuesta los rasgos de personalidad que encontraban más atractivos en una pareja, “tener buen sentido del humor” era la primera para los hombres y la segunda para las mujeres, “saber divertirse” era la tercera para ambos, y “ser juguetones” apareció en quinto y cuarto lugar respectivamente.  

Si tienes niños a mano, tirarte al suelo a jugar con ellos no solo va a ayudar a su cerebro, sino también al tuyo. Si no hay niños cerca, busca con quién jugar.

* Darío Pescador es editor y director de la revista Quo y autor del libro Tu mejor yo publicado por Oberon.

¿En qué se basa todo esto?

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