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Carlos y Aly, dos historias tras los bicitaxis en vías de extinción

Carlos y Aly, dos historias tras los bicitaxis en vías de extinción
Barcelona —

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Barcelona, 11 ago (EFE).- “No somos ni taxis ni vehículos particulares, somos un servicio turístico”, explica Carlos Flashey, nicaragüense afincado en Barcelona desde 2010 y que conduce uno de los llamados bicitaxis desde 2015, mientras almuerza un plato combinado de un restaurante aledaño.

A partir de 2023, los habitantes de Barcelona ya no podrán ver por las calles de la ciudad a parejas y familias de turistas subidos a estos bicitaxis -las cada vez más habituales bicicletas con remolque para transportar a turistas-, que hacen viajes por las zonas más conocidas de la capital catalana.

Esto es así porque Ayuntamiento y la Generalitat han acordado restringir esta actividad en la capital catalana, mediante la modificación de la ley del taxi y estableciendo multas que podrán alcanzar los 6.000 euros.

“MÁS PRECARIO ES TRABAJAR EN UN BAR”

Carlos, que vive en Barcelona desde 2010, año en el que llegó de Nicaragua, cuenta, mientras está pendiente del móvil ante el improbable caso de que le toque hacer turno esta mañana, que estudió medicina durante cinco años, pero cuando llegó a España no pudo convalidar los cursos que ya había aprobado.

Mientras explica su historia revolotea por los alrededores del local de bicitaxis “Funky Cycle” Fode Aly. 'Aly', como le llama cariñosamente Carlos, es de Guinea, y aunque no menciona cuánto tiempo lleva en España, chapurrea suficiente español como para interrumpir la historia de Carlos y expresar su indignación con la situación.

“Ellos -sin especificar si se refiere al Ayuntamiento, la Generalitat o cualquier autoridad de la administración estatal- no nos dan trabajo, pero tampoco nos dejan trabajar en paz”, denuncia antes de volver a introducirse en la parte trasera del negocio.

Carlos se suma a sus lamentos: “Para mi es más precario estar todo el día trabajando en un bar o un restaurante”, asevera.

La tarifa aproximada puede variar dependiendo del número de viajeros que deban transportar, pero ronda el euro al minuto, por lo que suelen situarse entre 15 o 20 euros por cada viaje.

Ambos compañeros de trabajo son jóvenes, rondan los 30 años, y desde que la incertidumbre envuelve al sector pasan gran parte del día esperando en el local. No concretan qué horario hacen, aunque sí aseguran que es muy flexible: lo cierto es que por la noche, momento en el que hay más demanda, es cuando es más habitual verlos circulando por el litoral barcelonés.

CON LICENCIA, PERO SIN PODER CIRCULAR

Carlos, que aún no ha perdido la sonrisa y el buen humor en toda la conversación, se entristece un poco cuando habla de Jairo, un joven que también vino de Nicaragua, como él, pero que llegó a España tras las revueltas que vivió el país en 2018.

Aunque Jairo no está esta mañana en el local tampoco está en la calle buscando clientes con su bicitaxi, ya que, según narra su amigo, el Ayuntamiento le confiscó el vehículo hace unas semanas y ahora le exige pagar una multa de 525 euros bajo la premisa de haber hecho un “mal uso del espacio público”.

El bicitaxi de Jairo, según indica Carlos, está inscrito en el registro municipal, pero eso no conlleva que pueda transportar viajeros en la vía pública.

De hecho, en una rueda de prensa en la que se anunciaron las nuevas medidas restrictivas, el primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona, Jaume Collboni, informó de que el consistorio había confiscado 40 de estos vehículos a la espera de que se “aclare” la normativa.

UN SERVICIO TURÍSTICO, NO UN TAXI

Carlos y Aly, que ahora ha vuelto al local tras un rato desaparecido, reconocen que no todos los conductores cumplen las normas de circulación, pero culpan al Ayuntamiento de que no les “saltaran las alarmas” cuando comenzaron a aumentar las solicitudes para inscribir los bicitaxis en el registro municipal.

El joven nicaragüense, además, recuerda los días en los que estudió un grado de formación profesional de turismo en el barrio de Sarrià tras verse obligado a dejar la carrera de medicina que había iniciado en su país.

Relata que cuando recoge a sus clientes se transforma en un guía turístico que les lleva a las zonas más interesantes de Barcelona, les recomienda los mejores restaurantes de la ciudad e incluso les hace de 'confidente' mientras pedalea por alguna calle en dirección a la Sagrada Familia o al Paseo Marítimo.

Celia Oliveras Castillo

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