Odiseas de andar por casa
Saroo Brierley encontró a su madre por Google Maps, después de perderla a los cuatro años de edad. Como un Marco inmóvil sin mono Amedio ni Paraná que remontar, Saroo desandaba las vías sin moverse de su habitación y repasaba las fachadas del otro lado del mundo buscando un rastro que le desenterrara algún recuerdo. De niño se ganaba el pan mendigando con su hermano en los vagones que cruzaban la India rural, pero un día le traicionó el cansancio.
Se durmió en el andén, y al abrir los ojos no había nadie alrededor suyo, excepto un tren a punto de partir. Decidió que su hermano estaba dentro, subió según se cerraban las puertas y se montó por error en un larga distancia que le depositó mil kilómetros más allá, en Calcuta. Pasó de la mendicidad a un orfanato y fue finalmente adoptado por una familia australiana.
En la isla de Tasmania, estaba a un continente de distancia con un mapa en la pared, en el que su madre quiso conservarle la herencia y paliarle la morriña. Un papel que por necesidad incluía su antigua casa, de la que no recordaba ningún nombre. Cuando veinte años después internet le cartografió el mundo en fotos de satélite, Saroo dedicó las noches a recorrer las vías que salían de Calcuta, hasta que un día encontró su estación. Lanzó mensajes por Facebook a residentes cercanos hasta localizar la fuente que recordaba cerca de un cine. En 2012 abrazó a la madre que perdió en 1987.
El arte de viajar sin moverse del sitio
La historia de Saroo tiene una culminación emotiva, pero es conveniente pausar la foto en cualquiera de esas noches, con su ruleta de ratón haciendo zooms de ida y vuelta, recorriendo el mundo sin moverse del salón. El alemán Bernd Stiegler publicó en 2012 un ensayo titulado La quietud en movimiento donde traza la tradición del periplo estático. Pone el punto de arranque en Viaje alrededor de mi cuartoViaje alrededor de mi cuarto, un libro de 1794 donde el conde Xavier de Maistre entretiene cuarenta y dos días de cautiverio describiendo su habitación como si fuera un continente ignoto.
De Maistre gira la literatura de viajes, que eran el prólogo de la fama y la aventura, y la orienta hacia el interior. Si los descubridores habían extendido el planeta con exploraciones que no estaban en las escrituras, el bromista paródico encontraba un planisferio íntimo en la cama, en los grabados de la pared, en el cepillo de los zapatos. “Su parodia de los viajes va a significar un salto mental, un punto de vista inédito que permitirá a los lectores futuros, sin salir de casa, el asombro de ver las puertas del caos y la simultaneidad del universo”, escribía Enrique Vila-Matas en 2010, tras descubrir con sorpresa que en Turín realmente existía la habitación de De Maistre y no había sido un ejercicio puramente intelectual.
La técnica amplió el alcance de estas odiseas de andar por casa. La fotografía, los dioramas y las postales eran ventanas al mundo que permitían avistar sin trasladarse. En 1861, Wendell Holmes defendía que las construcciones se podían demoler sin remordimientos si ya las había inmortalizado el daguerrotipo, al que describía como “espejo con memoria”. El mundo podía sacrificarse si ya estaba atesorado. El universo interior de la parodia del Conde de Maistre tomaba mayor valor que el planeta exterior del confín de la ventana, en un retruécano del idealismo donde las ideas habitan en lo suprasensible y la verdad reside en el interior de los hombres. El viaje inmóvil permitía contemplar las glorias lejanas pero protegiéndose de la perniciosa influencia del exterior, que es donde, en la tradición escolástica, viven los tres enemigos del alma: el mundo, el demonio y la carne.
Novelas de zapatilla y transporte público
En la presentación de su reciente novela Las Ganas, contaba Santiago Lorenzo los problemas que tiene hoy practicar el safari de cercanías que tan certeramente hila en sus novelas. Por su historial de director de cine, busca localizaciones para sus historias, y contaba su desagrado porque los policías le piden identificación por mirar jardines desde la valla y pasear aceras entre comercios. Las novelas de Lorenzo son “de mucha zapatilla y mucho transporte público”, y eso es sospechoso en nuestra época de prisa productiva y aparcamiento en centro comercial.
Los agentes del orden asaltan a los autores que le dan a la pierna pudiendo otear por el objetivo del coche de Google Maps o desde la ventanilla de un turismo en alquiler con chofer. Como juzgó el humorista Faemino cuando decidió dar la vuelta al mundo en taxi: “Me va a parar aquí, porque esto ya sube un poquito, y total, el mundo ya esta visto: tres rotondas y seis plazoletas”. La dimensión de las postales no está contaminada de barriadas ni degradada por uso ni manchada de vida. El safari de cercanías es un interés sospechoso en el conjunto de las cosas que están muy vistas. Lo contrario al mundo: lo inmundo.
El exterior se le racanea al ciudadano tras convencerle de la belleza interior. Esta inversión del espacio, donde lo valioso antes estaba ahí fuera y ahora está eclipsado porque “cada individuo es un milagro único”, lo condensa el antropólogo Manuel Delgado en la frase “madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle”. Google Maps ha convertido la historia de Saroo Brierley en publicidad propia y el cine la va a trasladar a la dimensión de la gente guapa, con Nicole Kidman en el papel de australiana maternal. El hombre que recorría India buscando su origen encontró a su madre en la calle, que es donde se encuentra a quienes no son la madre. Su odisea desde casa oxigena los viajes de salón porque vuelve a poner lo valioso ahí afuera, en esta época donde se celebra el mapa para escatimar el territorio.