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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

La mala educación llega tarde al Mad Cool de la mano de Lauryn Hill

Lauryn Hill durante su actuación.

Francesc Miró

Tanto se ha hablado de los caóticos directos de Lauryn Hill que, ante uno de ellos, el espectador no sabe muy bien qué esperar. Puede ocurrir cualquier cosa. Hill se ha ganado a pulso la fama de no entender de horarios: aparece en el escenario cuando quiere y se marcha de la misma forma. Sus conciertos pueden durar treinta minutos, una hora o, directamente, puede no haber concierto. Nadie controla lo que hace ni cómo lo hace.

A uno de los últimos que ofreció en Londres llegó tres horas tarde y toda su explicación fue que no sabía cómo vestirse. A otro, en 2009, como pistoletazo de salida de una gira europea, sufrió un retraso de dos horas y luego tocó poco más de media. Culpó al tráfico. La última vez que estuvo en España, en el festival barcelonés Cruïlla de 2015, el retraso se redujo a cuarenta minutos, y luego su directo tuvo numerosos problemas técnicos.

El año pasado, sin ir más lejos, canceló sorpresivamente toda una gira-acontecimiento por la celebración de los veinte años del lanzamiento de su álbum estrella: The Miseducation of Lauryn Hill. Al concierto de anoche en el Mad Cool debía llegar a las nueve menos cinco de la noche y tocar durante hora y media. Y ni lo uno, ni lo otro.

Lauryn Hill salió al escenario del festival madrileño con una tranquila media hora de retraso en la que una entregada DJ Reborn intentó no impacientar al público. Aunque tarde, la grande del R&B ofreció un espectáculo de 45 minutos, menos de lo que dura su disco, haciendo valer su figura en el Mad Cool.

Un concierto agradecido, complaciente por momentos, y sin embargo uno en el que se pudo ver la artista que es: imparable en su faceta rapera, feroz y dictatorial sobre quienes comparten escenario con ella -estuvo dando órdenes a técnicos y coros todo el concierto-, y absolutamente brillante en lo vocal. Un concierto único en el que el principal inconveniente fue... la propia Lauryn Hill.

El concierto de la reina que nunca reinó

El de Lauryn Hill era uno de los conciertos más esperados de esta edición del Mad Cool, tanto por la legión de fans como por la de detractores. Al fin y al cabo es una de las figuras más relevantes de la música negra contemporánea, y no se prodiga demasiado por estas tierras. De hecho, el próximo 17 de julio está previsto que actúe en el Auditorio de Castrelos de Vigo, en un concierto para el que el consistorio desembolsó más de 300.000 euros, según la Voz de Galicia.

Tenían la esperanza de que fuese su único concierto en territorio español, y que se desplazasen hasta allí fans de la rapera de todo el territorio peninsular. Así que es de suponer que la organización del Mad Cool ha tirado de talonario y le ha robado parte del potencial a los gallegos. ¿Ha valido la pena? La pregunta aún flota en el aire.

El concierto arrancó siguiendo la caligrafía exacta de The Miseducation of Lauryn Hill, con esa intro grabada en una clase de primaria de un barrio obrero de Newark -Nueva Jersey-, en la que el educador Ras Baraka, que acabaría siendo alcalde de la ciudad, reflexionaba sobre la naturaleza del amor y la amistad ante niños de doce años. Y tras ello, el primer gran tema: Lost Ones, en el que se pudo ver la actitud desafiante y el afiladísimo verbo que la han llevado a ser quien es.

Tras aquello se sucedieron temas como Every Ghetto, Every City, Superstar o Everything Is Everything -durante el que Lauryn mandó callar al coro en diversas ocasiones, molesta por cómo sonaba su voz-. Al tiempo que dedicaba encendidos discursos recordando a figuras como Sam Cooke y Marvin Gaye, y hablaba de lo que suponía ser una mujer racializada en la industria musical de finales de los noventa.

Con Ex-Factor llegó uno de los poquísimos momentos en los que la banda que acompañaba a la rapera tuvo oportunidad de lucirse. La cantante dejó que la guitarra y trompeta protagonizasen sendos solos, tras lo cual volvió a tomar las riendas dejando a la platea muda con su interpretación de To Zion -la canción que compuso para su primer hijo, que supuso un verdadero cisma en su carrera-.

En ese momento, Iggy Pop empezaba su concierto a escasos metros de su escenario, y el público iba migrando. Visiblemente molesta por ver como se desinflaba la audiencia -es lo que tiene empezar con media hora de retraso-, cada vez con más espacio y menos público, encaró el tramo final del breve recital. Llegaron entonces las interpretaciones de Doo-Wop (That Thing), absolutamente brillante y de una vitalidad contagiosa en directo, y una emotiva versión de Killing Me Softly With His Song, de su etapa con The Fugees. Y todo terminó sin más aspavientos: lo bueno si breve...

Luces y sombras de la mala educación

“Gracias a los que habéis estado ahí los últimos veinte años. Y gracias por seguir ahí”, dijo sinceramente la rapera para despedirse del escenario. Se dirigía a las pocas personas que se habían mantenido fieles hasta el último minuto de su actuación, mientras al fondo se escuchaba la voz ronca de Iggy Pop.

Pero a su vez, se lo decía a unos fans que, décadas después de un álbum relevante, varios escándalos, una breve estancia en prisión, y más de un desplante en prensa y en actuaciones en directo, seguían ahí: apoyando a la dama del R&B.

El año pasado se celebraba el vigésimo aniversario de The Miseducation of Lauryn Hill, uno de los discos más influyentes de la música negra contemporánea. Un golpe en el tablero musical de finales de los noventa que vendió 20 millones de copias en todo el mundo, con el que Hill consiguió diez nominaciones a los premios Grammy, ganando cinco y convirtiéndose en la primera mujer en conseguir tantos galardones.

La que había sido 'la chica de los Fugees', fue desde entonces Lauryn Hill y solo Lauryn Hill. Una intensa lucha de egos había dinamitado las relaciones entre Wyclef Jean y Pras Michel -el trío original que formaba The Fugees-, a lo que se sumaba una tormentosa relación amorosa entre Hill y Jean que hizo que todo estallase en 1996.

Ese año, la rapera conocería a Rohan Marley, hijo de Bob Marley, con quien tendría nada menos que cinco hijos. Del primero, Zion David, estaba embarazada mientras grababa The Miseducation of Lauryn Hill, su primer y prácticamente único trabajo importante en solitario. Las discográficas le pidieron que abortase, pues se le auguraba una carrera estelar que un hijo podía enturbiar. Pero ella decidió seguir adelante con el embarazo y dio a luz en 1997, ganándose la antipatía de algunos de los grandes managers del momento. Zion tendría más tarde varios hermanos y hermanas: Selah Louise (1998), Joshua Omaru (2001), John Nesta (2002) y Sarah (2008).

El éxito de su primer álbum la hicieron rebelarse ante muchas de las hostilidades que forman parte inherente del mundillo musical, llevando la contraria a poderosos estudios, firmando contratos que luego no cumplía y haciendo las cosas según sus reglas y las de nadie más.

Fueron los años en los que empezó a exigir 10.000 dólares por conceder una entrevista contestada por correo, en los que se alejó de todos los focos y durante los que publicó un disco acústico llamado MTV Unplugged No. 2.0, recibido con antipatía por la crítica pero de letras brillantes y ningún artificio -una guitarra por todo acompañamiento-.

Diez años después del lanzamiento de este segundo álbum, Hill se vería entre rejas por impago de impuestos. Pasaría tres meses en prisión, tres en arresto domiciliario y un año en libertad condicional. Pagó 60.000 dólares de fianza y el millón de dólares que le debía a Hacienda. Y tras aquello, los escándalos mermaron y ella volvió a los escenarios con energías renovadas.

La Lauryn Hill que salió al escenario del Mad Cool anoche seguía llegando tarde, y comportándose de forma despótica sobre el escenario. Pero también se demostraba como una artista impecable en lo musical, con un arrojo y una voz capaces de hacer vibrar a profanos y adeptos. Una cantante única que, veinte años después, seguía siendo la mujer que revolucionó el panorama 'maleducadamente', y que hoy sigue agradecida por quienes aún corean sus versos.

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