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ENTREVISTA | Antonio Pampliega

Antonio Pampliega: “La ejecución era un castigo para mi familia, pero una liberación para mí”

Antonio Pampliega.

Gabriela Sánchez

“Lágrimas heladas resbalan por mis mejillas. Sobre la palma de mi mano derecha sostengo las dos cuchillas que he robado a mis carceleros en mi cuarto de baño. La luz del led refulge sobre sus afiladas hojas. La decisión está tomada. Miro esos dos trozos de metal y me pregunto cómo he llegado a este punto”.

Es uno de las fragmentos del diario en el que se refugió Antonio Pampliega durante sus diez meses de secuestro por la rama de Al Qaeda en Siria. Se lo escribía a su hermana pequeña, Alejandra, la misma que corrió a abrazar al periodista tras su liberación, el 8 de mayo de 2016. La misma en quien pensó cuando optó por “lanzar con rabia esas cuchillas” contra la esquina de su celda.

Desde un cautiverio marcado por la soledad, la tortura y las humillaciones por parte de yihadistas, el reportero vomita sus miedos y reflexiones “por si no podía volver a verla, por si no podía despedirme”. Para sentirse acompañado en un secuestro del que, describe, “lo peor no fue el maltrato, sino estar solo”.

En julio de 2015, Antonio Pampliega, Ángel Sastre y José Manuel López fueron secuestrados por el grupo terrorista Frente Al Nusra. Después de pasar los tres primeros meses encerrados en la misma habitación, Pampliega pasó el resto del cautiverio en aislamiento, sin saber nada de los otros periodistas con los que viajaba.

Acusado de espía por sus secuestradores, fue trasladado a un “zulo oscuro”, del que solo podía salir dos veces al día para acudir al servicio. Allí fue víctima de varias simulaciones de ejecución, objeto de golpes y amenazas que, confiesa, parecían convertirle “en otra persona”. Una que “se dejaba morir”, que “no aguantaba más”, que pensó en quitarse la vida y suplicó la muerte a sus captores, pero que acababa agarrándose a cualquier pequeña motivación para resistir.

Este libro muestra con crudeza la oscuridad de un secuestro. Pero también los pequeños golpes de luz a los que Pampliega y sus familiares se aferraron durante 299 días de sufrimiento.

En el libro se desnuda, relata los detalles de su secuestro pero también la evolución de sus pensamientos y emociones, a pesar de lo duro que debe de ser revivir todos aquellos momentos. ¿Por qué lo ha hecho?

Yo necesitaba un proceso para contar lo que me había ocurrido, quería que la gente lea cómo se vive un secuestro. Cómo se puede aguantar o superar eso, incluso sacándole algún toque de humor.

Pensé que ser un libro que también recoja un punto de vista positivo, que transmita que de todo se sale. Quería quitarle ese halo de heroicidad que se extiende sobre los periodistas de zonas de conflicto. Nosotros no somos superhéroes, no. Somos seres humanos y pasamos miedo. Muchísimo miedo. Y quien diga que no, miente. Tenemos miedo a morir, a no ver a nuestra familia; los golpes nos duelen. Cuando me propuse escribirlo quería hacerlo con total sinceridad. Si lo cuento, lo cuento todo, pensado en mi hermana, que es a quien va dedicado este libro.

También busco cerrar una etapa y continuar con mi vida. La gente, cuando sabe quien soy, me pregunta: ¿cómo te trataron? ¿te pegaron? ¿cómo fue? ¿tenías miedo? Lo entiendo, pero esta es una forma de decir 'hasta aquí'. Voy a continuar con mi vida. Voy a seguir siendo un periodista que ha estado secuestrado en Siria pero ya no hace falta seguir mirando hacia atrás. Hay que seguir mirando hacia delante y continuar caminando. ¿Quieres saber como me sentí en mi secuestro? Aquí está.

Relata tortura, amenazas en las que llegan a colocar una espada en su cuello, humillaciones, no poder acudir al baño durante 24 horas... Pero también, intenta plasmar, o contarle a su hermana, pequeños momentos positivos o de relativa felicidad.

Momentos de felicidad, cuando me ponía a jugar con mis compañeros a la ajedrez o nos poníamos a hablar. El día 11 de abril, que me pusieron una televisión. Pero para que me pusieran una televisión tuve que decir hasta aquí. Fue el día que les llamé y les dije: “Cortadme la cabeza, que no puedo más”. Durante los 205 días que estuve solo me preparé para morir. En aquel momento, les toqué la puerta y les dije: ahora.

¿Momentos duros? Fechas señaladas, cumpleaños de mis familiares. Pensar: '¿Qué será de mi familia? ¿Qué estarán haciendo?'. Navidad. Cuando te intentas quitar la vida.

¿Cuál fue su mayor miedo?

Que mi familia viera como me decapitaban y que no estuvieran orgullosos de mí. Eso era lo que más temía. Intentar aguantar, porque no sabía si iba a ser capaz. Yo me acordaba de mis compañeros, de Jim Foley [asesinado por el Estado Islámico] y de Austin Tice, que sigue secuestrado. Yo pensaba: “Si ellos han aguantado, ¿cómo no voy a aguantar yo?”. Por eso me repetía ese “soy un cobarde”. Pensaba: “Jim estuvo ahí aguantando, leyó un texto. ¿Esa dignidad la tengo yo?”

Estar solo. Lo peor del secuestro fue estar solo. No el maltrato psicológico o físico... No. Estar solo.

En esos momentos de soledad y oscuridad, decidió hablar con su hermana.

Más que hablar con mi hermana decidí escribirle. Con quien hablaba todos los días era con dios. Después de la simulación de decapitación me aferré a él. Para no sentirme completamente solo.

A mi hermana decidí escribirle para pedirle perdón, pero cuando veo que la cosa empieza a empeorar decido escribir lo que me va pasando día a día. No todos los días porque muchos eran bucles, pero sí los que veía importantes y puntuales. Por eso, recuerdo las fechas y le iba contando cómo me sentía. Por si salía de esa, dárselos... o por si alguien encontraba mi cuerpo poder tener esos papeles.

Siempre tenía la esperanza de que le iban a llegar. Para decirle: así se sentía tu hermano mayor .

En ese diario traslada una lucha consigo mismo para sobreponerse a nivel psicológico. Refleja caídas y subidas. Los constantes intentos de mantener la cabeza en su sitio, como el esfuerzo por seguir ciertas rutinas o la escritura.

La rutina era escribir por la mañana o por las noches, luego caminaba por el perímetro y me echaba la siesta. Pero en el momento en el que me dicen, “no vas a poder sacar ningún cuaderno”, me doy cuenta de que no tiene mucho sentido escribir si no se lo voy a poder dar a nadie.

En ese momento pierdo toda la esperanza y me echo al suelo a morir, y espero la muerte. Sinceramente. Por eso perdí mucho peso y mucha masa muscular, porque no hacía absolutamente nada. Hubo momentos muy duros. Yo muchas veces no me reconozco. Pensaba que era un niño pequeño, que tenía cuatro años. No me reconocía.

Dejé de ser Antonio para convertirme en Wail, como ellos me llamaban. Yo me convertí en un perro. Era como su oveja. Hacían así [imita un gesto con la mano], y yo reaccionaba.

Pero se sobrepuso.

Hablando con Dios, llevaba mucho tiempo, empecé a levantarme un poco. Y me decía a mí mismo: “Venga, sabes por qué estás aquí y sabes lo que te va a pasar. Vamos a llevarlo de la mejor forma posible. Te vas sobreponiendo y dices: ”Ahora estoy preparado para morir. Porque ya te lo han quitado todo“.

Cuando me quisieron convertir, me dijeron: “Vas a ir al infierno”. Y yo le dije: “Esto es el infierno”. La ejecución era un castigo para mi familia pero también era una liberación para mí. No aguantaba más. Todos los días lo mismo.

El secuestro se desencadena tras la traición de su fixer (el contacto de los periodistas extranjeros en el terreno). ¿Cree que influyó el hecho de ser periodista freelance y no viajar con el soporte de un medio en el hecho de haber escogido a esta persona? fixerfreelance

Yo creo que sí. Era el más barato. La cobertura de conflicto conlleva unos riesgos y no se necesita únicamente seguros médicos, sino que se requiere una escolta. Nosotros no nos pudimos pagar una escolta. Si pudiésemos pagar hombres armados, seguramente no hubiese acabado como acabó. No pudimos finaniarlocuando los medios nos pagan lo que todos ya sabemos que nos pagan. La precariedad te empuja a pagar al fixer más barato. Y el más barato no siempre nos resulta bueno.

Mi anterior fixer en Siria nos cobraba muy poco pero era el mejor que había. ¿Por qué? Porque era como mi hermano. Nos cobraba comida y gasolina. Pero no todo el mundo es así. Te fías y piensas que la gente no es mala. Pero sí, la gente es mala. O la hacemos mala. No lo sé, no lo tengo muy claro.

Durante su secuestro, le confunden con un espía, lo que se acaba convirtiendo en una condena para usted y acaba encerrado aislado de sus compañeros. Un exmilitar del Ejército del Aire español [al que había entrevistado hace tiempo] envió una serie de mensajes a sus secuestradores que complicaron todo. ¿Ha podido saber por qué lo hizo?

No sé por qué lo hizo. Yo quiero pensar que lo hizo de buena voluntad, para intentar liberarnos. Él había estado dando instrucción militar a los rebeldes sirios, entonces, tendría contactos y llegó a nosotros.

Después del secuestro se puso en contacto con nosotros, me dijo que quería verme. A lo que le contesté que no me encontraba bien. La segunda vez que me escribió, lo hizo de malas maneras. Diciendo que era un desagradecido, que mucha gente se había jugado la vida por mí y me mandaba las conversaciones por Whatsapp mantenidas con nuestros secuestradores, las fotografías de nuestros pasaportes y la carta que me envió y que le respondí cuando estaba secuestrado.

¿Se va a enterar ahora entonces de las consecuencias que tuvieron esos mensajes?

Imagino.

En varios momentos del libro reflexiona sobre el contexto que empujó a los yihadistas, a sus propios captores, a estar donde están y a hacer lo que hacen. Un ajedrez provocó momentos de empatía con uno de sus secuestradores, Tom. “Miro a Tom y no puedo dejar de ver a un niño pequeño a que le han quitado lo más preciado”, escribe después de que el joven le sincere que en breve combatirá en Alepo.

El chaval tenía 19 años cuando le conocimos. Llevaba en la guerra cinco años. Empezó con 14. Su hermano murió combatiendo. Este chaval era pastor y la vida le cercenó su futuro y sus esperanzas. Entonces, también te ves reflejado en ello. Te preguntas: “¿Y si me hubiera pasado?”. Soy un ser humano frente a otro ser humano al que la guerra le ha jodido la vida. ¿Quién eres tú para juzgarlo?

A través de la ajedrez se crea un vínculo, una relación de ser humano a ser humano. De tú a tú. No de ser humano a secuestrador. Entonces, al final lo acabas entendiendo. Entiendes lo que hace pero no lo compartes. Porque, si quieres defender a tu país, hay otros mecanismos. Puedes grabar y subirlos a Youtube, o te vas a un hospital y ayudas a los pacientes. La solución más rápida y más fácil es coger un Kalashnikov, pegar cuatro gritos de Dios es grande y matar al prójimo. No, eso no lo comparto. Pero si que lo puedes llegar a entender.

¿No guarda rencor a sus secuestradores?

No, no les guardo rencor, pero no les perdono. Eso lo he aprendido allí. Veía que [los yihadistas] nos tenían tanto odio a los occidentales que me decía: ¿Yo quiero esto en mi vida? ¿Quiero vivir toda mi vida con odio? No. Prefiero pasar página y continuar .

Pero no les voy a perdonar, no por lo que me hicieron a mí, sino por lo que le hicieron pasar a mi familia.

En ocasiones habla del prisma occidental que juzga a la población siria. ¿A qué se refiere?

Por ejemplo, en España, algunos no entienden por qué en 2015, se levantan en sus correspondientes revoluciones en lo que se llama la Primavera Árabe. En Túnez, Egipto, Libia. ¿Por qué? Desde España, sin embargo, sí se apoya el 15M. Cuando el 15M nace en las plazas. Como las revoluciones siria, egipcia, tunecina o libia. El 15M bebe de lo que ocurre en Tahir. Pero ellos parece que no tienen derecho.

Porque son moros estúpidos y no saben. Yo, el occidental, que tengo estudios, me puedo quejar porque soy mileurista o porque los pisos valen esto. Pero ellos no pueden quejarse de que llevan 40 años con un dictador. Que sean ellos, solamente ellos, quienes decidan. Que se equivoquen o no se equivoquen. La historia les juzgará.

Es posible que se hayan equivocado. Pero mejor vivir libre y morir libre que vivir bajo el yugo de un dictador.

Hay una parte de cierta izquierda que, tras pasado lo que ha pasado, le ataca, duda de su secuestro e incluso le llama incluso terrorista. ¿Cómo lo vive y por qué cree que lo hace?

Lo vivo bastante mal porque me afecta muchísimo. Me afecta a mí y a mi familia. Puedo entender que compartan o no la visión que yo doy de la guerra. Que entiendan o no que yo haya dado con un bando o con otro. Pero que se ponga en duda que he estado secuestrado... [resopla]. Yo creo que son palabras mayores. Lo hacen siempre desde el anonimato. Se escudan en eso. Sé que debería dejarles de contestar, pero bueno, por como soy, que me afectan bastante las cosas, entro al trapo. ¿Que soy terrorista? Bueno [sonríe con resignación]. No saben ni quién soy.

Se meten con lo mismo que ellos defienden. ¿Cómo se puede defender a Bashar Al Asad. ¿Que es de izquierdas? ¿De verdad? Llevan 40 años siendo dictador. Y, antes, su padre. Muamar el Gadafi tenía en su casa un sótano para esclavas sexuales. Sadam Hussein tenía grifos de oro además de un zoo en su casa. ¿Esas gentes son de izquierdas? Quienes lo defienden ni siquiera son capaces de abrir la mente y pensar. “A ver, este señor es de izquierdas pero no es buena persona y es un dictador”.

Por eso deben reflexionar: si las revoluciones árabes están manejadas por alguien, ¿por qué el 15M no? Es mi pregunta. Me gustaría que me contestaran con argumentos sólidos.

Cuando le liberan, las primeras palabras que le dice a su madre cuando le llama desde una comisaría de Turquía son...

“Lo siento” [interrumpe]. Sí. Esa sensación de culpabilidad todavía la tengo. Se tarda en gestionar. Porque no solo sufren los secuestrados, también las familias. La incertidumbre. Saben lo que le pasa a los occidentales en Siria porque lo han visto en la tele. Durante 299 días no saben si van a ver a su hijo. O si el secuestro se va a alargar mucho más. Austin Tice lleva cuatro años.

Yo he tenido la suerte de que todos mis familiares, salvo mi tío, aguantaron. Y, ¿si no? ¿Y si hubiera muerto mi madre? Ella tiene un problema de corazón. Yo soñaba mucho con eso: “No la voy a volver a ver”, pensaba a veces. Visualizaba el momento de no verla al regresar.

Por eso, uno de los momentos más duros del secuestro es cuando tengo que llamar a mi casa después de estar liberado. Porque ha sido casi un año. En un año pueden haber pasado muchas cosas.

De ese lado, del sufrimiento de las familias, hace un pequeño relato la periodista Cristina Sánchez, quien se encargó de ser su portavoz y apoyo durante todo el proceso. ¿Cómo lo vivió su familia?

No me han contado mucho de esos momentos pero sé que han sufrido mucho porque los conozco. El trabajo de Cristina ha sido vital para que ellos no decayesen. Y eso que ha habido momentos de bajón. Recuerdo una de las fotos que me hicieron los secuestradores y que mostraron a mis padres. Al verla, mi madre decía: “No, ese no es mi hijo”. No me reconocía.

Entonces, cuando sales de una reunión donde has visto a tu hijo en esas circunstancias, Cristina se los llevaba a dar una vuelta para intentar que no estuviesen solos. Mi familia ha hecho muchísima piña entre ellos para cuidarse los unos a los otros. El bajón les ha venido ahora. Están pasando unos momentos complicados. Esas cosas llegan cuando llegan. Vamos poco a poco.

Ha vuelto a hacer coberturas en el extranjero. Estuvo en Irak hace unos meses, ¿se lo toma de otra manera?

Ahora intento que los viajes no sean tan largos, porque sabes que han cambiado cosas en su vida. Que ya no les puedes decir eso de “no va a pasar nada”.

Ahora pienso más en mis actos y decisiones que pueden afectar a otras personas. Por ejemplo, ahora que he estado en Irak, no tenía ninguna prisa por un a un frente de combate. Eso no me ocurría antes. A todas las guerras a las que he ido, iba a primera línea. Ahora no, me da igual.

Me he dado cuenta de que no hace falta siempre ir a Oriente Medio, que parece que los reporteros de conflicto tenemos una obsesión. Estoy cansado. Hay otras guerras. Otros sitios para contar otras historias y no obsesionarse por contar todos lo mismo. Eso sí me ha cambiado.

¿Volvería en un futuro a Siria?

No, nunca más. No puedo volver a un sitio en el que, por contar lo que estaba ocurriendo, acabamos secuestrados. Yo tengo mucha suerte de estar aquí. Mucha suerte. Ahora yo sé lo afortunado que soy. Pero tengo amigos que no.

'En la oscuridad' también muestra momentos de luz durante algunas de sus reflexiones, en los que piensa en aquellas personas o momentos que no valoraba en su día a día. A algunas también les escribe para decírselo.

Allí vi que el ser humano da importancia de cosas que no la tienen. Te tienen que pasar estas cosas para darte cuenta. Por ejemplo, con mi hermano. Durante años apenas nos hemos hablado... O decir a tus padres “te quiero”. ¿Cuánta gente no se lo dice? Allí me acordaba del último abrazo que me dio mi padre. Fue el día de su cumpleaños. El 8 de julio. Pensaba en ese día mucho y decía: “A lo mejor no les veo nunca más”. Esa sensación es la que me pesaba, el no poder despedirme de ellos. Por eso quise escribir a mi hermana. Al menos desear que fuese eso lo último que tuviese de mí. Deberíamos dar importancia a otras cosas.

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