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Refugiados desalojados de Idomeni: “Las excavadoras han arrasado con todo”

Juhina y su familia en Idomeni. | Fotografía: Ángel Ballesteros

Hibai Arbide Aza

Idomeni (Grecia) —

“Escapamos de Siria para tener una buena vida, no para tener esta vida. ¡No vinimos aquí para vivir en campos de refugiados! Unos amigos fueron allí [a los campos nuevos] y nos dicen que son horribles. No escapé de Siria para vivir encerrada. Soy una mujer libre, necesito que respeten mis derechos humanos… La vida que tenemos no se la merecen ni los animales”, grita Juhina. Viste chandal gris y hiyab azul marino. Va impecablemente arreglada, a pesar de llevar tres meses viviendo en una tienda de campaña en medio del barro de Idomeni. Empuja un carrito de bebé cargado con varias mochilas. Es todo lo que tiene.

Pocos metros por detrás, el marido de Juhina ayuda a transportar los enseres a una pareja de amigos, que llevan otro carrito de bebé. Este no va cargado de ropa sino que en él va una preciosa niña de dos años. Lleva una botella de dos litros de Coca Cola que ofrece con una sonrisa a los periodistas, que se dan codazos para grabarles mientras caminan por el arcén de la autovía que conecta la frontera de Macedonia y Salónica.

Acaban de salir andando de Idoemi, el campo de refugiados más grande de Europa, en el segundo día del desalojo. “Salimos andando porque no aceptamos que la policía nos lleve a un campo que no hemos elegido. Queremos ser libres”, explica Juhina. “Hoy dormiremos en las tiendas de campaña Hara [una gasolinera sitiuada cerca de Idomeni en la que hay cientos de refugiados desde hace tres meses] y mañana ya veremos. Probablemente volvamos a Atenas, pero no lo sé. Unos amigos se fueron a los campos nuevos y nos dicen que son peor que Idomeni”.

El bebé de sus amigos tiene graves problemas de visión. Es ciega de un ojo y en el otro tiene dieciséis diotrías. “Necesita atención urgente o se quedará ciega del todo. Por eso llevamos tres meses esperando a cruzar la frontera en Idomeni. Irnos a un campo es como volver atrás” dice la joven madre.

Pocos minutos después, por el mismo arcén pasa Mustafá. Tiene diecisiete años, viaja solo. Acaba de salir de Idomeni con tres mochilas y un saco de dormir. Cuenta que el desalojo se está produciendo sin incidentes graves. “La gente no está resistiendo. Es inútil, ¿cómo te vas a resistir a cientos de policías en un lugar así?”, dice sin entusiasmo. “Los únicos momentos de tensión son con los voluntarios”, dice el adolescente sirio “la policía no quiere que estén y he visto que pegaban a algunos que habían conseguido entrar. Les han echado”.

Un número indeterminado de voluntarios se encuentra aún dentro del campo. Llevan allí desde antes de que comenzara la evacuación, tratando de pasar desapercibidos para la policía. Varios reporteros han intentado entrar pero el segundo día la policía ha reforzado la vigilancia de todos los accesos. Hay carreteras cerradas a más de 20 kilómetros de Idomeni, como la que conecta Policastro el campo por la aldea Jamiló, que ayer estaba abierta.

“No permitimos que se graben imágenes de Idomeni”

El martes 24, las mejores imágenes fueron tomadas desde el lado macedonio de la frontera. El segundo día del desalojo ya no era posible. Junto al campo de refugiados de Gevgelija, situado en ARYM a setecientos metros de Idomeni, un grupo de periodistas trataba de convencer a los policías macedonios para que les dejaran acceder hasta la valla. “Hoy tenemos órdenes de no dejar pasar a nadie. Da igual lo que insistáis, son órdenes de arriba; de muy arriba”. ¿De quién? “Son órdenes del gobierno, por presiones de Grecia y la UE. Ellos no permiten que se graben imagenes de Idomeni y hoy nosotros tampoco”, explicaba una y otra vez el mando policial.

Para muchísimos voluntarios también ha llegado el momento de decidir qué hacer. Las organizaciones grandes se repartirán entre los campos nuevos. Los voluntarios independientes -que son muchísimos- no saben si podrán acceder a los campos de titularidad estatal. Algunos tampoco saben si quieren colaborar con estructuras gubernamentales de este tipo. En Policastro, la ciudad cercana a Idomeni, corrillos de voluntarios ocupan casi todas las terrazas en interminables reuniones para resolver estas dudas.

Mientras, el desalojo continúa. Decenas de buses siguen saliendo escoltados por la policía. Y algunos refugiados continúan saliendo a pie. Hassan salía, también a pie, por el mismo acceso principal que Juhina, su marido, Mustafá y el resto. “Idomeni ya está. Se ha acabado. Han vaciado el lado derecho del campo, más de la mitad. Las excavadoras han arrasado con todo. En el otro lado queda gente pero esto en dos días se ha acabado. No hay nada qué hacer”. Preguntado por adónde irá, se encoge de hombros. “Yo no quiero estar aquí, quiero ir a Alemania con mi familia”.

Preguntado por los nuevos campos, contesta: “Los que dicen que están bien están llenos. Voy a intentar quedarme aquí el máximo tiempo posible y luego no sé qué voy a hacer. Si lo supiera, no habría esperado tres meses en una tienda junto a una frontera cerrada”.

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