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Los barrios se llenan de carteles de 'se alquila habitación': “La gente necesita el dinero”

Carteles de alquiler de habitaciones en el distrito madrileño de Tetuán

Analía Plaza

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Los paquetes de garbanzos se amontonan en el 'colmado popular' de Tetuán, en Madrid. Como en otras 'colas del hambre', cada tarde desde que empezó la pandemia acuden a este local —un antiguo estanco— entre diez y quince personas para llevarse comida. La mayoría son madres migrantes que trabajaban limpiando casas y perdieron su empleo en los últimos meses. Están permitidos diez paquetes por cabeza: suele hacer falta azúcar, aceite de oliva, compresas y otros productos de higiene personal.

“Cada vez menos gente se lleva garbanzos”, comenta Antonio Ortiz, dueño del local y responsable de esta Casa Vecinal. “No es que estén hartas de comerlos, es que no tienen donde cocinarlos. Viven en habitaciones y no siempre tienen acceso a cocina. O no tienen cazuelas”. Este martes entre las cinco y las seis pasaron cuatro mujeres, todas con hijos (algunos en su país de origen), y solo una no compartía. El resto vivían en pisos con seis, siete y hasta nueve personas más, por no menos de 250 euros mensuales la habitación.

“Vine de Santo Domingo con 1.500 euros y no he encontrado trabajo aún”, cuenta Guillermina, una de las mujeres que entra. “Antes compartía habitación con otra chica. Se fue y me mudé a otra más chiquita”. En su casa son siete: ella y dos parejas con niño, cada una en una habitación. A otra la echaron del piso en el que estaba de interna, así que buscó un cuarto individual. De momento lo paga gracias a la ayuda de amigos. “Un poquito de aquí, otro de allá”, dice.

Los perfiles de pobreza que deja la pandemia en España son diversos y aún están poco estudiados. Quienes mejor los conocen son las organizaciones sociales, las que sostienen con comida, ropa y juguetes a muchos de los que estaban al filo y se han quedado sin ingresos. Una de las cosas que ven es el aumento de adultos que viven en una habitación, ya sea solos, con pareja o en familia.

Los últimos datos de la Encuesta de Hogares del INE son de 2019 y en ellos ya se veía un repunte de hogares con personas que no forman ningún núcleo familiar y, sobre todo, de hogares formados por dos o más núcleos familiares. Hay 423.000 hogares así, como en el que vive Guillermina. En 2014 eran solo 369.000. Crecen todos, pero más los que incluyen personas extranjeras.





Eso por un lado. Por otro, la pandemia ha disparado la oferta de habitaciones en toda España. Especialmente en Madrid, donde se ha triplicado respecto a marzo. Es la capital de provincia en la que más aumenta, seguida de Murcia, Ceuta, Sevilla y Barcelona. En Idealista hay ahora mismo 13.500 habitaciones disponibles, el grueso en los barrios de Centro, Chamberí y los más humildes Latina y Tetuán.



Este es un fenómeno con varias caras. Por un lado están todas las habitaciones que han quedado libres en los pisos de alquiler turístico; por otro, las de los estudiantes extranjeros que han dejado de venir. Luego están los hostales y hoteles que que se han pasado al alquiler para sobrevivir, que en más de un caso se anuncian en portales inmobiliarios. Y está la calle. Las farolas y paredes de las avenidas que cortan barrios populares —como Bravo Murillo, en Tetuán, o Avenida de la Albufera, en Puente de Vallecas— se han llenado de papelitos ofreciendo habitación, muchas veces ajenos a lo que se cuece en internet.

“Lo vemos a pie de calle”, dice Jorge Nacarino, presidente de la Asociación Vecinal Puente de Vallecas. “Es posible que haya gente que alquile como vía alternativa, para no dejar la vivienda porque no aguanta y necesita que alguien le ayude a pagar el alquiler”. Ortiz hizo la misma observación. “Se ve mucho cartel. Antes eran de pisos, ahora de habitación”.

Un extra para tirar

¿Quién alquila habitaciones con anuncios en la calle? ¿Y a qué precio? En Puente de Vallecas están a unos 300 si es para una sola persona y a 350 si son dos. Los que ofertan son en su mayoría familias sudamericanas, en pisos que tienen alquilados y en los que viven con sus hijos pequeños. “Aquí hay dos habitaciones con parejas y otra con un hombre solo. Todos trabajan: se van por la mañana, vuelven por la noche y apenas usan la cocina”, dice la oferente de una habitación en Carabanchel. Antes la usaba su niña pequeña, pero ahora necesita el dinero.

Cobrando 300 euros por una habitación libre se hacen más llevaderos los casi mil de alquiler que paga María (nombre ficticio) en el barrio vallecano de Doña Carlota. Se terminó su contrato en el piso anterior y pasó los meses de verano en una habitación con su hija de 26 años y su marido. Cuando aquello era insoportable, y antes de perder el trabajo, encontraron un piso de tres habitaciones. Alquilan una. Entre la fianza, el mes de agencia, el mes en curso y que ella está en paro, no han tenido más remedio.

Algo parecido le sucede a Anna (nombre ficticio) a pocas calles, en plena Avenida. Dispone de dos habitaciones muy pequeñas, una a 200 euros y otra a 350, en un piso interior que comparte con otras dos mujeres y en el que el salón funciona como habitación. La pequeña es la del servicio, solo cabe la cama; la 'grande' tiene litera, así que caben hasta tres personas. El baño, la estancia más luminosa de la casa, cuenta con un par de silloncitos “para descansar”. “Antes sí tenía salón, pero es muy caro y por eso lo alquilo”, dice. “¿Y para que lo quiero? ¿Para beber vodka?”

Siendo la última semana de mes está la cosa que arde en Madrid. Todo el mundo busca habitación para entrar el 1 de diciembre. Desde la Asociación de Vecinos del Manzanares alertan de otro perfil: el nómada habitacional. “Hay un montón de familias así. Hasta tres y cuatro por habitación. Y van cambiando, porque no pueden pagarlas”, explica Diana, una de las responsables. Conoce los dos tipos de casos: el que necesita el dinero y el que necesita habitación. Los segundos son más dolorosos.

“Hay una madre con un niño de 8 y una niña de 13 en una. También un chico con un niño pequeño en la habitación de un sótano, que estoy por traérmelos a mi casa yo”, cuenta. “En general, vemos mucha 'nueva calle' (gente que se ha quedado sin casa) y mucha gente que alquila pensión. Ahí solo tienen microondas, así que se llevan latas de conservas, botes de judías y embutido”. En la Parroquia San Ramón Nonato de Puente de Vallecas reparten comida caliente a 500 personas al día, las que están en peor situación: en la calle o sin dinero para pagar la luz. 290 familias con algo más de holgura recogen su cesta tres veces al mes.

Quienes recurren a una habitación y las entidades recalcan que, pese a todo, no son baratas. Algunos de los consultados ofrecían pequeños descuentos (de 300 a 280 euros) por 'cómo está la situación'. Los casos de desahucio, por ejemplo, no terminan así. “Son muy caras”, indica Fernando Bardera, del sindicato de inquilinas. “Sabemos que aumenta la oferta pero no vemos que bajen los precios. Los desahucios en los que hay unidad familiar terminan acoplados en casas de familiares o amigos, porque en habitaciones no caben. Y cuando no está esa alternativa, solo les queda la ocupación”.

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