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Un año “raro” para los residentes de psiquiatría: “Que la rueda que se ha iniciado sobre salud mental siga girando”

Sede de Santiago del Hospital Universitario de Álava

Beatriz Olaizola

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Chester Bennington era el vocalista de la banda estadounidense de rock Linkin Park y tenía 41 años cuando en julio de 2017 se quitó la vida. El funeral se celebró el 29 y las muestras de cariño, tristeza y sorpresa dentro y fuera del mundo de la música se sucedieron durante los meses siguientes. Aitzol Miguélez se encontraba en Oviedo, preparando el examen MIR en una academia de la ciudad, cuando ocurrió. Ya sabía que quería dedicarse a la psiquiatría, pero Linkin Park era su grupo favorito y la noticia del suicidio de Chester le impactó tanto que se reafirmó en su decisión. Ahora tiene 28 años y es residente de cuarto año (R4) en la OSI Araba; en concreto trabaja en la sede de Santiago del Hospital Universitario de Álava (HUA), en la ciudad de Vitoria. Olga Iglesias tiene 26, es residente en el mismo hospital y todavía estaba en la carrera cuando se hizo pública la muerte del cantante. Es R1, aún residente de primer año, pero en septiembre dejará su puesto a los recién llegados y pasará a ser R2 . Aitzol comenzó su andadura como profesional de la psiquiatría antes de la crisis sanitaria de la COVID-19 y termina su viaje inmerso en ella. Olga no ha conocido otra forma de ejercer. Cuando empezó, en septiembre de 2020, ya habían pasado seis meses desde el inicio de la pandemia en España.

Para ambos ha sido un periodo de cambios y adaptación, dentro y fuera del servicio, y han tenido que potenciar el cuidado personal para poder aplicarlo después en su trabajo. “Ha sido una época más difícil que cuando empecé la especialidad, porque ha supuesto muchos cambios. Hemos tenido que adaptar consultas y se ha potenciado bastante lo telefónico y lo online”, explica Aitzol. Renunciar a la atención personal ha sido uno de sus retos: “En psiquiatría, el contacto cara a cara y el lenguaje no verbal nos dan mucha información. No es solo el discurso de la persona que tenemos delante. Es ver cómo viste, en qué estado viene, qué comentan sus acompañantes”. A ello se le ha sumado la preocupación dentro del propio servicio, en especial durante los meses de confinamiento en marzo y abril. “Las atenciones bajaron mucho. Nosotros sabíamos que los pacientes graves seguían estando allí y teníamos la incertidumbre de saber cómo estarían en casa, porque muchos centros de día tuvieron que cerrar”, recuerda Aitzol. Para su “sorpresa”, los pacientes con trastorno más graves “aguantaron el confinamiento mejor de lo esperado”. El desgaste, en pacientes y personal del servicio de psiquiatría, llegó después: “Han aflorado patologías, trastornos adaptativos, ansiedad, depresión... afecciones congruentes con el momento que nos ha tocado vivir”.

En psiquiatría, el contacto cara a cara y el lenguaje no verbal nos dan mucha información. No es solo el discurso de la persona que tenemos delante

Aitzol Miguélez residente de psiquiatría de cuarto año en la OSI Araba

En el caso de Olga, a la pérdida de la presencialidad se le añade la mascarilla durante las entrevistas con los pacientes. “Parece una tontería, pero al tapar la cara se pierden las expresiones de los pacientes y la cercanía. Es como poner una barrera en medio de la comunicación. Tampoco les podemos tocar o dar la mano, lo que sí podríamos hacer en otra situación. Es una distancia añadida”, relata la residente de primer año. Salir de la universidad, el MIR y empezar a trabajar como médico en un año como fue 2020 ha sido “raro”. “Muy raro”, insiste Olga. Ella tendría que haberse incorporado al servicio de psiquiatría en mayo del año pasado, pero la situación epidemiológica pospuso su entrada y la de muchos otros residentes hasta septiembre, cuando tuvo que incorporarse a una unidad “adaptada” a la pandemia. No tenía “una idea formada” de cómo sería su entrada en el mundo de la medicina, pero sí que había esperado un “contacto más estrecho” con los pacientes y su entorno. Ahora, casi un año después, el Hospital Universitario de Álava ha recuperado “prácticamente todas” las consultas presenciales y el trabajo de Olga y Aitzol se aproxima un poco más a lo 'normal'.

Otro aspecto clave en el último año de residencia de Aitzol y el primero de Olga ha sido cuidar su propia salud mental. Dedicar ocho horas diarias, más si tenían guardia, a la de los demás, pero encontrar un espacio para la suya propia. Para el R4 ha supuesto “un aprendizaje” como futuro médico adjunto: “Se viven situaciones tensas de por sí, y la COVID-19 nos ha tensado más. Nos ha obligado a reinventarnos y a acumular estrés añadido. A hacer entrevistas de media hora con el EPI puesto. Son experiencias muy diferentes que tensan y nos obligan a hacer nuestro propio trabajo a nivel personal”. También el servicio en su conjunto se ha visto desgastado. Aitzol explica que “muchos se han infectado”, otros han estado ingresados y han tenido que cuidarse unos a otros. “Si uno no cuida su propia salud mental como profesional, difícilmente va a poder ayudar a los demás. El grupo ha sido muy resiliente y nos hemos ayudado”, recalca. El cómo se han cuidado es similar para ambos residentes. Olga ha optado por buscar “ratos para parar” o para hacer aquello que le gusta y su cuerpo le pide. Sola. “Escucharme y encontrar momentos solo míos”, señala. Aitzol menciona la actividad física, comer bien y “buscar islas de placer personales” cada día. Recalca que no todo el cuidado debe derivarse a lo farmacológico: “Son una muleta muy importante en la que alguien se apoya, pero no son milagrosos ni van a ser los responsables de una mejoría completa, ni tampoco de un empeoramiento. Ayudan, pero hay que hacer más cosas”.

Se viven situaciones tensas de por sí, y la COVID-19 nos ha tensado más. Nos ha obligado a reinventarnos y a acumular estrés añadido

Aitzol Miguélez residente de psiquiatría de cuarto año en la OSI Araba

Después de un año en el que el 6,4% de la población española ha acudido a un profesional de la salud mental, según datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), los dos residentes del servicio de psiquiatría del HUA consideran que sí se puede extraer una nota positiva: la salud mental en el foco mediático. “Espero que dure, aunque hay veces que soy un tanto pesimista al respecto”, confiesa Aitzol. Para él, es un tema “que lleva muchos años ahí”, pero que “tiende a taparse” y que “realidades como el suicidio o el consumo de tóxicos” no se hablan. “Aquello de lo que no se habla, no existe. Es importante que la gente tome contacto con ello”, insiste el casi medico adjunto. Olga también cree que ha comenzado a “derribarse el tabú”, pero no está segura de si es un verdadero cambio.

Uno de los lugares donde más lo ha notado Aitzol es en el propio hospital, donde existe “un estigma muy importante entre los profesionales de la salud” en cuestiones de salud mental. “Con la pandemia han entrado en contacto con ello. Muchos han tenido problemas de ansiedad e insomnio. Hemos creado programas especiales para apoyar a médicos de las UCI o de urgencias”, explica. Recuerda que muchos compañeros de profesión venían al servicio “afectados” y que “han experimentado por primera vez lo que es un ataque de ansiedad”. “Antes igual venía alguien a la urgencia con una crisis de ansiedad y no le daban tanta credibilidad o se minimizaba, pero al vivirlo en sus propias carnes se han dado cuenta de que existe. Tenemos que seguir trabajando para que la rueda que se ha iniciado sobre salud mental siga girando”, añade el R4.

¿Volverían a escoger la especialidad de psiquiatría después del último año? Un sí rotundo de Aitzol y un sí rotundo de Olga. “Mis emociones y las vivencias que he tenido durante la pandemia me han ayudado a mejorar como profesional. Soy mejor médico”, cree el primero. “Estoy muy contenta con mi decisión y si volviera atrás escogería de nuevo la psiquiatría”, concluye la segunda.

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