Think Bask, quiere ser una red de pensamiento analítico donde aquellas personas que generan conocimiento en nuestra sociedad, como universidad, investigadores sociales, analistas, fundaciones, ONG’s, sindicatos, partidos políticos, blogs, etc... tengan un cauce de expresión y un lugar de encuentro. En este espacio caben todas las opiniones y el debate es bienvenido.
La mano visible
El escocés Adam Smith (1723-1790) sentó las bases de la economía moderna y los principios del liberalismo económico. A una lectura aérea de su voluminosa 'Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones' (1776) se deben algunas referencias populares en el complejo territorio de la economía política. La más conocida de ellas es la que habla de la “mano invisible” como “sistema de libertad natural” que hace coincidir en un beneficio común los intentos individuales por conseguir un beneficio privado. Es precisamente la acción del Estado –otra referencia insistente en los últimos años- la que distorsiona ese orden natural y desequilibra la igualdad de oportunidades de los ciudadanos, haciéndolo todo ineficaz y más costoso para el conjunto de la sociedad. Desde la simplificación de ese axioma se trata de reducir a la nada la acción pública, dejando a los individuos el terreno libre para su benemérita actividad (favorable a lo colectivo, incluso a pesar suyo).
Pero Smith, que era un hombre brillante y previsor, dedicó el último libro de su obra a las funciones del soberano o del Estado. Asignó a ese tándem solo tres. La segunda habla de su obligación de proteger “contra la injusticia y opresión de cualquier otro miembro” de esa sociedad y del “deber de establecer una administración exacta de la justicia”. Incluso la tercera, que se refiere a la necesidad de que el Estado soporte las infraestructuras públicas que no puede acometer la inversión privada, asumiría en su actualización que éste se dedicara a proteger las reglas del juego económico. El escocés se extendió aquí en cuánto debía gastarse para proteger el comercio exterior, pero perfectamente podría incluirse esa protección de las normas mercantiles para propiciar, precisamente y de nuevo, la igualdad de oportunidades de los intereses privados.
En resumen, que las bondades de la 'mano invisible' no se imponen por sí mismas, y que hace falta la 'mano visible' del Estado para que funcione ese “sistema de libertad natural”. Este aserto se ha llevado a cabo desde entonces en los países donde más ha funcionado el capitalismo, con los Estados Unidos a la cabeza. Ningún país de economía no regulada podía presumir de tan abundante legislación destinada precisamente a limitar la acción de las asociaciones concebidas para alterar el precio de las cosas o las amenazas contra la igualdad de acceso a los mercados (la competencia libre). La ley Sherman para vigilar los 'trust' en aquel país es ya de 1890.
Los más decentes partidarios del capitalismo y sus más serios detractores coinciden en que el dinamismo de la libertad económica es de tal voracidad que, sin control, se devora a sí mismo… tras haber arramblado con todo lo que hasta entonces encuentre a su paso. Gobernado por su lógica, el capitalismo cava su propia tumba, que decía el barbudo alemán. Obama lo dijo también en su primera toma de posesión, en 2009: “Sin un ojo atento, el mercado puede descontrolarse”. Lo había hecho ya. La mano visible del Estado, en este punto, es tan protectora del sistema como del individuo al que éste amenaza.
La crisis actual lo es del sistema capitalista. Crisis en su acepción genuina de cambio. El capitalismo de después de la 'revolución conservadora' de Reagan y Thatcher se maneja con la 'fórmula D-L-P'. La D es desregularización de la economía, descontrol por desmontaje de todas las instituciones que el 'keynesianismo' que nos salvó de la gran depresión del 29 había establecido para que el capitalismo no se devorara a sí mismo. El desmontaje y pérdida de la función original de vigilancia de las empresas de ahorro y crédito (Savings & Loans) durante el primer Gobierno Reagan están en el origen del agujero financiero que padecemos. Luego vino todo lo demás, sin limitación ninguna, en una suerte de orgía desreguladora. Como dijo aquel gran estadista: “¿Quién es el Estado para decirme a mí si puedo beber o no?”. Pues, como eso, todo.
Hace solo unos días la noticia fue que la Unión Europea multaba fuertemente a algunos de los más grandes bancos europeos por manipular a su favor los índices de referencia de las hipotecas. ¡Pensábamos que el euríbor lo dictaba directamente el Supremo Hacedor! Y no, lo hacían unos canallas que dejaron reservas en sus beneficios… para pagar la previsible sanción. Hace solo unos días nuestro ministro Montoro hacía que otra multa supermillonaria contra una gran empresa, Cemex, se quedara en cosa menor, o que un DNI que delataba inexorablemente a la infanta Cristina como implicada en el choriceo de su empresa familiar desapareciera del pliego de cargos. En esos dos casos sabidos ha puesto en crisis una entidad de la que nos tenemos que fiar todos si no queremos salir corriendo: la Agencia Tributaria. En los dos casos acude a la marrullería de la política al uso, tratando de confundir a los ciudadanos convirtiendo algo tan grave en alpiste para el “debate” político cotidiano. Pero la zafiedad prestidigitadora de Montoro no puede ocultar lo evidente: todo forma parte del mismo desmontaje, de este caos planificado para su beneficio. Hasta ahí ya llegamos.
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