Escuela cristiana y equidad

Hace no demasiado tiempo escribí en este mismo blog Viento del Norte sobre la sociología de las ikastolas. Hoy me gustaría reflexionar sobre el actual papel social de la educación cristiana.

La reciente película “Los domingos” parece remitir al espejismo de un influjo aún poderoso de los colegios cristianos en las vocaciones religiosas. Nada más lejos de nuestra realidad vasca, donde las vacas flacas de las vocaciones llegaron para instalarse hace ya varias décadas.

Planteando la cuestión menos pretenciosamente, la escuela cristiana se podría preguntar, si, al menos, logra que se arraiguen las convicciones cristianas en el alumnado que egresa de ella. Pero parece que tampoco. Un director de un gran colegio diocesano, cuya labor social está fuera de duda, me comentaba la presión que sufría por parte de su obispo, pues teniendo alumnado por centenares, esa matrícula no se traducía en prácticas eclesiales como la confirmación.

¿Qué correlación guardan, entonces, los centros cristianos, sean de Kristau Eskola o diocesanos o del Opus Dei, con el perfil de indiferencia religiosa, cuando no de beligerancia laicista, que manifiesta hoy la sociedad vasca? ¿Cómo explicar la fortaleza todavía considerable de los más de 120 centros de Kristau Eskola, de la larga veintena de diocesanos y de los 7 del Opus Dei?

Una falsa razón podría aducir que es una respuesta a la fe cristiana en la que educan muchas familias. Pero ya estamos viendo que, sin negar la motivación en algunos casos, eso no se compadece con la realidad sociológica que vivimos. Tanto distanciamiento social de la Iglesia no da para tanto colegio religioso. Habrá quien diga que no se transmite la fe, pero que esos centros sí son una referencia para la transmisión de un determinado “mundo de valores”.  Pero la trasmisión de valores humanistas hoy no es exclusiva, ni específica de los centros religiosos. Compete a toda clase de centros, desde luego a la Escuela Pública. Sin ir más lejos, también por los centros aconfesionales van proliferando iniciativas de cuidado de la consciencia y de la interioridad en el marco de eso que se han dado en llamar “espiritualidades laicas” (mindfulness y demás).

Si hoy, pese a las debilidades que muestran determinados centros ante la bajada de la natalidad, la escuela cristiana se mantiene en pie solo puede explicarse por las inercias históricas que han hecho que muchos centros confesionales sigan siendo un refugio para clases medias o medias-altas, contraviniendo incluso el propio magisterio eclesial. La última exhortación de León XIV, “Trazar mapas de esperanza”, dedicada precisamente a la educación, habla de la necesidad de tener “coraje para garantizar el acceso a los más pobres, apoyar a las familias frágiles y promover becas y políticas inclusivas… Perder a los pobres equivale a perder la escuela misma” añade el Papa. La exhortación apostólica no hace, sin embargo, ninguna referencia a la segregación escolar, ni a la medida en que lo que él llama las “constelaciones educativas católicas” han contribuido o siguen contribuyendo a ella.

Precisamente, el presidente de Kristau Eskola, Fernando Casas, en el acto inaugural del principio de curso afirmaba que sus centros no son ni el problema ni la causa de la segregación escolar, sino agentes que llevan mucho tiempo trabajando por la solución. ¿Realmente es así? Nadie duda del compromiso social de algunos de los centros cristianos, en algunos casos en condiciones verdaderamente difíciles, con una gran dedicación y con recursos que no tienen en cuenta su realidad. Desgraciadamente, algunos de esos centros están en primera fila para desaparecer, mientras que los que atienden a las clases acomodadas son los que gozan de buena salud.

Como lo ha hecho un estudio reciente de la Fundación Bofill en Cataluña, sería bueno que las patronales de la escuela cristiana, o bien el propio Departamento de Educación, ahora que va a actualizar el decreto de conciertos, dieran datos de qué centros están alineados con la equidad y a cuáles les falta mucho todavía o no hacen nada. El dinero público debe dejar de financiar privilegios y todavía demasiados millones se destinan a un porcentaje considerable de centros que segregan.

Es hora de que la escuela cristiana, particularmente Kristau Eskola, deje de ser una amalgama de centros a los que solo les une una unidad gerencial. A falta actualmente de dirección, de reflexión conjunta y de posicionamiento público, creo que los centros cristianos no se pueden limitar a defender su pabellón, como si fueran un único proyecto, y a pedir indiscriminadamente más recursos para sus centros. Deben reflexionar —y actuar en consecuencia— sobre el sentido que tiene para sus propios principios el mantener esa determinada parcela de poder que supone su amplia presencia en la enseñanza reglada.