Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La aceptación social de las ikastolas
Pronto se cumplirá un año de la celebración de la VII Asamblea de EHI (Euskal Herriko Ikastolak), con el propósito de actualizar la respuesta educativa a los vertiginosos cambios sociales que se han producido en los últimos años. Parecido tiempo ha pasado también desde la publicación de Koldo Tellitu de su libro sobre la historia social de las ikastolas en el siglo XXI. Con motivo del lanzamiento del libro, Tellitu hacía esta reflexión en una entrevista del diario 'Deia': “En la creación de las ikastolas el apoyo social fue 'general'. En las dos últimas décadas la aceptación social ha sido más 'compleja'” (traducción propia).
Ambos hechos —la asamblea y las declaraciones— revelan la conciencia de que los tiempos han cambiado y la preocupación de las ikastolas por responder adecuadamente a la sociedad vasca de hoy. Nadie de duda del valor de aquella “intuición genial”, en palabras de Jon Sarasua, que fue el movimiento de las ikastolas en momentos tan difíciles para el euskera y la cultura vasca como fue la época del franquismo. Se ha escrito más sobre la épica de las ikastolas en el siglo XX, pero el libro de Tellitu manifiesta también una historia posterior que, no exenta de tensiones internas, ha estado sostenida por fuertes convicciones y animada de una energía creativa admirable.
Ahora bien, en estos tiempos menos “épicos”, la preocupación por la aceptación social y por la supervivencia del proyecto llevan a la pregunta de si las mismas recetas del pasado valen para acertar en el presente. En el momento actual haría dos objeciones a las ikastolas.
La primera es que dejen de considerarse el todo, cuando son una parte. Es verdad que las ikastolas reconocen otras tradiciones educativas en el país, pero por su desmedida autorreferencialidad se sienten la esencia para la construcción de un sistema educativo propio para Euskal Herria, la vanguardia de una escuela pública vasca, que nace del pueblo y es para el pueblo, un nuevo modelo de ser “público”, cuyas condiciones de posibilidad merecer ser discutidas. Cuando las ikastolas hablan de pueblo, no puedo evitar preguntarme de qué pueblo están hablando, porque el que yo conozco es muy plural y se divide en clases sociales. Esta autopercepción de pureza las lleva en ocasiones a actuar como si tuvieran “patente de corso” para no sujetarse a la normativa vigente e incluso, puntualmente, a amenazar con la insumisión.
Como confiesa Tellitu en su libro, “las ikastolas nunca han sido un proyecto exclusivamente educativo” (traducción propia). Han sido y son la punta de lanza educativa de unas apuestas políticas legítimas, pero que no comprometen a todo el país. Ahí se tambalea la pretensión de querer ser públicas. Son solo una parte del todo y harían bien en abandonar su pretensión hegemónica.
Euskal Herria no es el país que las ikastolas creen, ni será, seguramente, el que aspiran a construir. Las propias ikastolas están preocupadas por el debilitamiento del sentido nacional. No hay nada de malo en sus apuestas, al contrario, son una aportación imprescindible. Euskal Herria, con sus siete territorios, es una realidad plural y mestiza que no se va a dejar meter en su conjunto por el embudo identitario concreto que proponen, por más que haya que defender y cuidar el euskera y su cultura, por ser nuestros y por su minoridad. Como dice el Pacto Social Vasco por la Inmigración: “La diversidad es parte esencial de nuestra historia e identidad colectiva”.
La segunda objeción tiene que ver con la composición social del alumnado de las ikastolas, particularmente con la presencia sustancialmente menor del alumnado inmigrante en relación con la escuela pública. No hay construcción nacional aceptable sobre dualidades sociales. Comparto las críticas de las ikastolas al Departamento por la manera de llevar a cabo el mecanismo de reserva de plazas. Pero no les va a ser fácil ser más heterogéneas con las medidas anunciadas: becas propias, cuotas progresivas y mejor reparto de la matrícula viva, aunque esto último tenga su importancia.
El discurso de las ikastolas sobre la inclusión, en realidad, suena a asimilación voluntarista. Un proyecto que se nutre de las clases medias vascas o aspirantes a ellas, que va acompañado de un sesgo de distinción y en el que hay que sortear algunas barreras económicas es difícil que resulte atractivo para la inmigración. El cuadro se completa con la defensa sin matices de la libre elección de centro y de la planificación según la demanda.
Una media de 30 inmigrantes se incorpora a nuestras aulas diariamente. Las ikastolas saben que su futuro inmediato no se puede construir de espaldas a la inmigración. Están ante un dilema difícil de resolver. Una entrada masiva de inmigración las haría menos atractivas para parte de su público. No es fácil querer hacer compatibles las apuestas identitarias con las sociales. Más allá de la voluntad por querer abrirse a mayor diversidad, hay que acertar con la manera.
Las ikastolas van a seguir gozando de aceptación, porque su proyecto forma parte del ideario nacionalista hegemónico. Otra cosa es si van a ser percibidas con la simpatía de amplias capas de la población, como en sus orígenes, o si, por el contrario, salvo en Iparralde, están encontrando su techo en las resistencias más o menos explícitas a un mesianismo endogámico en lo ideológico y en su composición social. Les deseo suerte y acierto.
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