ETA y sus episodios nacionales

Que en Euskadi nos morimos por votar a favor de nuestra independencia quedó evidenciado el pasado Día del Padre, con la clamorosa participación ciudadana en las consultas impulsadas por Gure Esku Dago en 34 localidades de Guipúzcoa y el municipio vizcaíno de Larrabetzu. Nada menos que un 24% del censo electoral (incluidos en él adolescentes de 16 años) fueron a las urnas que se montaron para decidir si queremos o no que Euskadi se independice de España.

Lógicamente, más del 81% de los que votaron dijeron que sí; un hecho que, por su enorme trascendencia, abrió el informativo nocturno de la ETB. Y la información venía ligada a la que ya nos había llegado de eso que llaman Iparralde respecto a la intención de ETA de entregar las armas. Y ambas estaban unidas por el papel que se autoasigna una extraña “sociedad civil” que nadie recuerda haber elegido para tomar decisiones estratégicas sobre nuestro futuro.

Y es que aquí la sociedad civil manda mucho, desde que el Pacto de Lizarra puso en marcha el invento de los “agentes sociales”, para desarrollar la Euskadi de pensamiento único pretendida por ETA y secundada por el nacionalismo de entonces. A partir de ahí, nada se ha hecho en Euskadi de fundamento sin el visto bueno de la sociedad vasca. Fue la sociedad vasca la que puso en marcha la Euskadi de Lizarra; la que posteriormente acabó con la “violencia armada” de ETA; y la que ahora, con los “Artesanos de la Paz”, hará posible su desarme. Hay quienes piensan que todo esto llega demasiado tarde, al menos para las víctimas del terrorismo. Pero igual no han considerado que la paz pudo haber llegado mucho antes si los Gobiernos de España y de Euskadi (al menos en la etapa de Patxi López) no hubieran estorbado tanto durante años, con la connivencia culpable del Gobierno francés.

De hecho, ETA quería desarmarse cumpliendo la voluntad de la sociedad vasca. ¿Y cómo se lo pagó el Gobierno de España?: mandándole a la Guardia Civil, para desactivar sus comandos y detener a los militantes de la lucha armada, dejando claro que, según con quién, no se puede ser bueno. Afortunadamente, no llegó a caer en la trampa que le tendían; y, al final, haciendo caso a los vascos, optó por dejar las armas, en lo que fue una clara victoria nacional sobre los enemigos de Euskadi. Nada tiene de extraño, pues, con estos precedentes, que el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, sostenga ahora, a propósito del desarme anunciado, que todo lo que deben hacer los Gobiernos de España y Francia es “no hacer nada, quedarse quietos y que no manden a nadie”, porque “alguien ya les dirá lo que hay”.

Alguien como, por ejemplo, “Txest” Etcheverry, que, delegado de ETA por la sociedad civil, ya ha anunciado que es su grupo el que ostenta la responsabilidad del armamento y el que gestionará lo que se hace con él, se ponga el Gobierno francés como se ponga. Aunque el Gobierno francés, que es muy suyo para estas cosas, ya ha dicho, por medio de su ministro del Interior, que únicamente la autoridad judicial es la que está habilitada para hacerse cargo de las armas. Concediendo, eso sí, con mucha “politesse”, que, si los “artesanos” hacen las cosas como es debido, no irán a parar al furgón policial. Ya es sabido que los de la Liberté, Egalité y Fraternité no admiten que nadie haga bromas con el Estado. Al menos con el suyo.

Veremos cómo van las cosas. Lo que no admite duda, en cualquier caso, es que ETA ha conseguido unas cuantas semanas para ambientar su Aberri Eguna particular, transformando el final de la banda en una victoria más frente a los enemigos de Euskal Herria y sus derechos nacionales. Lo ha dicho Arnaldo Otegi: “El desarme es un acto de soberanía popular y desobediencia”. Luego, claro está, vendrá el Estado vasco, el objetivo de Gure Esku Dago. Que era también el objetivo por el que ETA se vio obligada a matar contra su voluntad; y por el que ahora suspira EH Bildu en el Parlamento Vasco. Y el Estado Vasco vendrá, por supuesto, de la mano de los “agentes sociales”. No puede ser de otra manera. Al fin y al cabo, están en juego nuestros propios episodios nacionales. Y no parece haber razón alguna por la que los Estados español y francés metan las narices en ellos.