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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Indignado: irritado, enfadado vehementemente

José M. Portillo

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Esa es la definición de indignado y puedo asegurar que es exacta. Así es como me siento y como creo que se sentirán a día de hoy otros muchos españoles. Irritado y enfadado con el partido al que voté y con los partidos con los que a estas alturas debería ya haber formado un gobierno que nos saque del fondo de la caverna. Han sido incapaces de ver más allá de la puerta de la sede de cada uno de esos partidos y contemplar el país. Las cuentas se las están rindiendo a sus respectivas ejecutivas y a sus equipos de asesores electorales, pero no a quienes les dimos el voto para formar un gobierno que pivote sobre bases sustancialmente diferentes de lo que hemos conocido en los últimos cuatro años. El nuestro es un régimen parlamentario y tiene la ventaja de que permite que no gobierne el partido más votado, aunque para ello es necesario que los demás partidos salgan de sus sedes, dejen un momento de echar cuentas electorales y se pongan de barro hasta el cogote.

A pesar de que las pasadas elecciones marcarán la alteración del sistema de partidos en España no parece que vayan a marcar la modificación de la política. Esta sigue siendo una política confesional, como si el país llevara este designio en su ADN. Confesional en el sentido de que tanto los partidos que estaban como los que acaban de llegar entienden igualmente la política como la plasmación de una ideología, la suya. Y no, la política no es eso. No lo debería ser ni cuando se tiene mayoría absoluta, pero en ningún caso cuando el panorama es como el actual. En ese caso la política se convierte en un arte, no en una técnica. Es el arte de crear un ecosistema político que trascienda la ideología propia y genere un gobierno a partir de esa transgresión. A nuestros partidos, viejos y nuevos, ese paso les da vértigo, tanto que han sido incapaces siquiera de iniciarlo.

El recorrido, casi idéntico en unos y otros, ha seguido perfectamente el canon del confesionalismo ideológico: no pactaré con nadie, solo lo haré si no se cruzan estas líneas, no hay nada que hablar si no se acomodan a mi propuesta. Después viene el rasgado de vestiduras y la acusación mutua ¿Nos están hablando a ciudadanos del siglo XXI o a soldados en guerra de religión? Me indigna, es decir, me cabrea, que PSOE, Podemos y Ciudadanos me hablen como si yo fuera miembro de su respectiva confesión. No, solamente les he votado, nada más, y lo he hecho por una razón política, porque quería un gobierno diferente.

Me enfada que Sánchez, Iglesias y Rivera crean que mi voto puede contarse como quien cuenta hooligans de un equipo u otro antes de un partido y más aún que crean que pueden volver a contarme de ese modo dentro de un par de meses. Yo voté para que se activara la política, porque creo que los problemas de nuestro país dependen en su arreglo mucho más de la política que de los mercados. O mejor dicho, porque creo que uno de nuestros más graves problemas es haber dejado a los mercados funcionar sin política. De la política depende que en Europa defendamos un tratamiento justo de los refugiados, que corrijamos la enorme y creciente brecha de desigualdad social, que reconstruyamos un sistema de sanidad como el que teníamos, que la educación y la investigación sirvan para exportar ciencia y no científicos. De la política depende que la mancha de aceite de la corrupción no siga invadiéndolo todo. Esa política era posible con un nuevo gobierno.

¿Por qué no lo tenemos? La respuesta, creo, no hay que buscarla en las propuestas y documentos que se han cruzado, que contenían altas probabilidades de acuerdo. Hay que buscarla en la cultura política de nuestros partidos. Tanto el partido viejo de este triángulo como los dos nuevos siguen un idéntico patrón de identificación entre partido y única política posible, es decir, el confesionalismo político. Todo lo demás resulta secundario ante ese bien que es la preservación del partido y su feligresía. De ahí la manía que les ha entrado de preguntar constantemente a sus bases, como si la formación de gobierno fuera cosa que pueden decidir unos cien mil militantes socialistas o los que voten en la consulta de Podemos. Pero es que tampoco se trata de conocer la opinión de esas bases, sobre todo, porque ya se conoce de antemano. Son actos de y para el partido. En el caso de Sánchez fue el modo de sacudirse la mosca cojonera de Susana Díaz y compañía y en el de Iglesias el de reafirmar su unión mística con Podemos puesta en entredicho últimamente.

Esa confusión entre el partido y la política, tan propio de nuestra cojitranca cultura politica, nos ha llevado a este callejón sin salida y a mí, y supongo que a muchos ciudadanos, a la indignación. Sí, estoy irritado y enfadado vehementemente porque constato que lejos de una nueva política estamos en la de siempre solo que con más actores. Estoy cabreado porque Sánchez, Iglesias y Rivera siguen refugiados en el templo de sus partidos y no parecen dispuestos a arriesgarse a salir a la plaza pública de la política. ¿Quién la ocupará entonces? El que dijo que no había más que esperar tranquilamente a que estos terminaran d

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