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Hondarribia hace memoria y escribe el relato de los 1.200 paisanos que se exiliaron por el “pánico a la guerra”

Fotografía en la que aparecen tres hondarribiarras en la playa de Hendaia, un 4 de septiembre de 1936

Alazne Aldayturriaga

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La imagen de una mujer y dos niñas en una playa en 1936 ha dado la vuelta al mundo. Se ha podido ver en lugares como Francia, México, Argentina o Alemania. Ahora, ha vuelto a su lugar de origen. La mujer es Nikolasa Ugartemendia y las dos niñas, Maria Luisa Etxebeste, nacida en 1925, y Maria Luisa López Etxebeste, que entonces rondaría los dos años. Las tres son “hijas de Hondarribia”. En la fotografía se las ve en la playa de Hendaia un 4 de septiembre de 1936, tras dejar Hondarribia atrás, por miedo a la guerra.

En septiembre de 1936 Hondarribia fue testigo del éxodo de alrededor de 1.200 de sus habitantes ante el “pánico a la guerra”. “Huían todos, de un lado y del otro, porque se protegían en los agujeros porque les estaban bombardeando. La bomba no mira si es de los suyos o de los otros”, declara Pedro Barruso, historiador, en la mesa redonda 'Personas exiliadas en 1936' organizada por el Ayuntamiento de Hondarribia. Cuando se cumplen 85 años del inicio de la Guerra Civil, el consistorio ha querido “dar a conocer el golpe de Estado” ocurrido en 1936 y “las violaciones de los Derechos Humanos posteriores” con la Semana de la Memoria, que abarcará visitas guiadas por la Parte Vieja de la localidad durante el fin de semana y un acto de reconocimiento el próximo 4 de septiembre. Además, en las calles donde vívián los exiliados se colocarán carteles que recordarán su nombre.

“Siempre decimos que [es importante hacer memoria] para que no se repita. Yo creo que es un tópico y estoy un poco más con Marx con lo de que la primera vez que las cosas ocurren se toman como tragedia y la segunda vez como farsa. Creo en la importancia de hacer memoria, sobre todo, para comprender el presente, no tanto para que no se repita, porque se está repitiendo continuamente, sino para comprender quiénes somos, por qué nuestra ciudad tiene las calles que tiene, por qué determinados partidos políticos están en el poder y no otros, por qué los poderes económicos que están detrás de esos partidos siguen siendo los mismos siempre, cómo se adaptan las élites continuamente. También la falta que ha habido en el relato por parte de los derrotados, la verdad, justicia y reparación son imprescindibles”, señala Mertxe Tranche, otra de las historiadoras invitadas.

De toda la población de la localidad fronteriza que se exilió en 1936, algunos volvieron “enseguida”. Sin embargo, muchos otros, como la familia de Mari Kruz Alkain, permanecieron siete o más años en el exilio. Su padre era concejal republicano, por lo que tuvieron que dejar su vida en Hondarribia. “Mi ama entonces tenía una tienda de ultramarinos. Mi padre le dio las llaves del comercio a un amigo francés y le dijo 'échale un vistazo', pero estuvimos tanto fuera que pasó el tiempo y entraron, dejaron todo echo un caos”, comenta Alkain en un vídeo en el que cuenta su testimonio. La familia se marchó en barco a Francia; sin embargo, no podía volver porque quisieron encarcelar a su padre. De hecho, pasó tres meses en prisión. “¿Lo merecía? ¿Por qué? ¿Por ser republicano?”, se pregunta su hija.

La madre de Esther Álvarez también huyó a Francia, junto con ella y sus tres hermanos. “Cuando pasaba la aviación todos corríamos, niños y madres, porque casi todos los padres estaban detenidos. En Hondarribia hay unas murallas, que bombardearon hace muchísimos años, y había agujeros. Cuando llegaba la aviación y no nos daba tiempo de entrar a ningún sitio nos metíamos en los agujeros. Todos los niños llorábamos porque no veíamos más que oscuridad, pero teníamos que librarnos. Cuando pasó, fuimos cerca de la bahía, donde había unas lanchas para trasladarnos a Hendaia”, relata. Los acogió una señora de Saint Gilles, donde permanecieron cerca de un año. “A mi padre lo llevaron prisionero en la guerra, y le obligaron a hacer trabajos forzados. Una vez lo pilló una bomba y perdió el brazo”, cuenta.

Al otro lado del Bidasoa, reinaba el civismo. “Recogían a la gente de aquí y les daban techo. Algunos en garajes, otros en sus propias casas. Lo hacían en la clandestinidad, poníendo en riesgo su vida”, abunda Aitzol Arroyo en la mesa redonda. Sin embargo, también hubo quien se aprovechó de la ocasión para enriquecerse. “Hubo gente que interpuso denuncias falsas contra otras familias porque tenían más bienes o porque estaban celosos, por lo que acabaron en la cárcel y se quedaron con sus casas, sus relojes o sus coches”, ha recordado. “La sociedad tiene derecho a conocer toda la verdad”, añade.

“Los maestros fueron uno de los chivos expiatorios. El magisterio era un cuerpo que debía mucho a la república y los sublevados les hicieron pagar por ello”, narra Barruso, pues hubo maestros que fueron fusilados. Además, durante la guerra, la vida cotidiana, en general, se vio afectada: “Estás soltero, te lo estás pasando bien, estás borracho y acabas un año en la cárcel porque un señor confunde lo que estás cantando”. Así, los historiadores también tienen en cuenta que junto con la represión, también existió una “metarepresión”, porque si bien el represaliado era una persona, tenía familia en casa.

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