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Vivir la violencia machista en primera persona a través del teatro

Una actriz baila mientras los espectadores la observan sentados en sillas de ruedas

Maialen Ferreira

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No es lo mismo escucharlo de fuera que vivirlo en primera persona. Impacta más si la agresión es a una misma, si la injusticia es hacia un ser querido o si la vida con la que termina la violencia es la de alguien cercano. Por ello, desde Hortzmuga Teatroa pensaron que la mejor forma de que el público conociera de primera mano y empatizara con historias reales de violencia machista era a través de un formato artístico vivencial. Es decir, haciéndoles partícipes de cada una de las historias en lugar de espectadores impasibles.

Así crearon Memoria Eraikiz - Flores en el asfalto, un teatro que une danza, sonidos e iluminación y trasladan al público al momento en el que cada una de las siete protagonistas sufrieron su agresión machista. Para lograr una mayor implicación por parte de los espectadores, se coloca a cada uno de ellos en en camillas de hospital, mirando al techo y con auriculares para poder oír cada una de las voces de estas mujeres que relatan de una a una su historia. De esta forma el público es testigo del sufrimiento, impotencia y, algunas veces, salvación de las protagonistas.

“Nos hemos puesto en la piel de estas mujeres porque nos parece interesante hacer vivir al público una sensación aproximada a la sensación de tensión, esa incertidumbre y ese miedo continuo que viven las víctimas. El objetivo era que vivieran las historias en sus propias carnes. El público que llega sabe que va a escuchar unos relatos duros, pero no se esperan que van a ser parte de la historia. Muchos nos cuentan que al ver la obra es la primera vez que se sienten violentados. Hay un ambiente de tensión según entras que lo perciben todas las personas. No hay nadie que haya salido indiferente ni que haya dicho que no le ha removido al menos un poco. Ese es el objetivo principal, que no salgas de la misma manera que has entrado”, asegura a este periódico Nerea Lorente, miembro de Hortzmuga Teatroa.

A cada visitante se le da un pase que contiene un número. Ese número corresponde a una de las 28 camillas de hospital en las que tendrán que tumbarse. Mientras escuchan a las protagonistas, una bailarina vestida de médica se pasea por cada una de las camillas. Mira fijamente a algunos, mueve la camilla de otros hasta el centro de la sala y realiza bailes con una tela blanca que muestran la asfixia y el acorralamiento que viven estas mujeres en este tipo de situaciones. 

“El público llega a sentir miedo y tensión”

Entre las historias que se narran, siempre de forma anónima aunque algunas de ellas reconocibles por el carácter mediático de sus casos, destaca una joven a la que a los 14 años su madre la llama “enferma” por haberle contado que le gustaban las chicas, una mujer a la que imputan por el intento de aborto de un niño que no quería tener o una madre a la que durante el juicio por el asesinato de su hija le preguntaron si era ligona. Todas ellas forman parte de la investigación 'Flores en el asfalto' que recopila 28 testimonios de víctimas de violencias machistas de distintos tipos realizada por la ONG Mugarik Gabe.

Según explica Lorente, a pesar de que la mayoría de las personas que acuden a ver esta obra de teatro son mujeres, muchos de los hombres que las han visitado salen sorprendidos. “Nos comentan que llegan sentir miedo y tensión. El estar postrados en una camilla los vuelve indefensos y les asusta el no saber de dónde va a venir ni de qué forma le va a suceder la actuación. Esa es la clave de este formato”, detalla.

“Hemos recogido siete historias intentando mostrar diferentes violencias machistas. No se puede hablar de todas ellas ni se pueden contar todas, pero sí se pueden narrar diferentes tipos de violencias como las psicológicas, físicas, sexuales o institucionales. Nos parece importante visualizar todas porque hay algunas que son muy obvias, mientras que otras son tan sutiles que las tenemos hasta normalizadas”, indica Lorente.

Hortzmuga Teatroa lleva más de 30 años trabajando con historias sociales, polémicas y de transformación. “Lo que nos hace crear las historias que contamos a través del teatro son las historias sociales. Utilizamos el teatro para la transformación porque entendemos que son historias que necesitan ser contadas. Lo que buscamos en nuestros formatos es que las personas lo vivan, sea un público que participe de forma activa en el espectáculo y que vuelva a su casa de forma diferente tras haber visto el espectáculo”, concluye Lorente. Por el momento la obra ha sido representada en distintos pueblos y ciudades de Euskadi y Navarra, pero dentro de poco estará disponible en Valladolid y no descartan visitar más comunidades del resto del país.

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