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Las olvidadas

Niños sirio-palestinos refugiados en Líbano

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Ustedes van a leer esto en los primeros días de 2022, aún con la resaca de los buenos deseos y los buenos propósitos. Sin embargo, yo escribo en los últimos días de 2021, en medio del balance vital que parece imponerse sin que pueda hacer nada por evitarlo.

No voy a generalizar porque eso está feo, y suele ser mentira. De modo que les diré que en mi caso, en los últimos años, el balance suele tener un regusto doloroso, y eso que en mi vida he superado un cáncer grado III y debería sentirme como quien alcanza la cumbre del Everest o gana el Premio Franz Kafka, cuanto menos, por el resto de mis días. 

Pero es que en este balance agridulce no suelo mirar mi propia vida, supongo que por eso en el balance general me sale muy alta la cuenta de los pasivos, con las deudas y obligaciones que tengo con el mundo.

Que Desmond Tutu nos deje hace que la cuenta se incline por el lado de la memoria hacía los desafíos futuros. Ser fiel a los principios más humanos de justicia desde el afecto, mantener nuestra independencia incluso de las instituciones que abrazamos, porque es más importante la Justicia que cualquier otra consideración o lealtad.

Y me acuerdo de Simone Weil, y de su conocida sentencia “El mal es ilimitado, pero no infinito. Sólo lo infinito limita lo ilimitado.” (“La gravedad y la gracia” 1947) y me pongo manos a la obra con la mirada amorosa, y por tanto infinita, hacia el mundo.

En ese estado me alcanza una llamada, y me recuerda una guerra que no acaba, la de Siria. Y me recuerda que aún existen personas que escapando de la guerra van a parar a los campos de refugiados. La persona que me llama me habla concretamente de la situación en el Líbano, donde estas personas que no conozco pero que son tan personas como yo, viven sufriendo una precariedad que no cesa. 

¿Qué balance harán de sus vidas? ¿Qué propósitos de Año Nuevo formularán? ¿Creerán aún en la bondad del Ser humano? Porque seamos sinceras, nuestro sistema es injusto y no da respuestas justas ante las emergencias de la vida. Nuestro sistema social hace aguas por el lado de las instituciones.

Consulto la prensa internacional y descubro que en 2021 se ha informado de que en los campos de refugiados “UNICEF estima que el 22 por ciento de las familias de refugiados sirios enviaron a sus hijos a trabajar y el 35 por ciento tuvo que interrumpir la educación de sus hijos.”

Descubro que el Ministerio de Educación del Líbano aplica políticas que bloquean el acceso de los niños refugiados sirios a la educación (Fuente Human Rights Watch diciembre 2021). Miles de niños refugiados sirios han estado fuera de la escuela, bloqueados por políticas que requieren registros educativos certificados, residencia legal en el Líbano y otros documentos oficiales que muchos sirios no pueden obtener.

No me voy a extender, porque ustedes estarán entrando en la última recta de la Navidad, pensando en hacer la felicidad de sus seres queridos, pensando en regalos que muestren su amor a quienes conocen bien, y pensando sobre todo en hacer feliz a la infancia que mejor conocen. Sin embargo, me voy a permitir dejarles dos propuestas diferentes, para ser mágicos en la verdad e infinitos en el amor como nos propone Simone Weil.

La primera atender la llamada de la ONG Sonrisas en Acción y hacer un donativo, por pequeño que sea, en su cuenta bancaria con el concepto “Dona Navidad” (ES42 2100 4839 5422 0012 5632) para que esa infancia que crece en la absoluta precariedad no deje de tener fe en el Ser humano, y esperanza “esta pequeña niña que atravesará los mundos”

La segunda, cargar con las deudas y obligaciones del balance sin perder la alegría. Mi regalo es recordarles que “umuntu, ngumuntu, ngabantu”, un dicho popular que se traduce como “una persona es una persona a causa de los demás”.

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