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ENTREVISTA

Estella Matutes, hematóloga: “El valor de curar un cáncer es incalculable, pero la medicina confunde precio con valor”

En los noventa, la doctora ibicenca desarrolló un sistema para afinar los diagnósticos linfáticos que tuvo repercusión mundial.

Pablo Sierra del Sol / Marcelo Sastre

Eivissa —
9 de agosto de 2025 21:44 h

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La mesa delata a una profesional que trabaja hasta en vacaciones. Hay cuadernos, papeles, post-its, una tableta reposando sobre un atril desmontado y, concesión, la última novela que le han publicado a Eduardo Mendoza. Justo antes de marcharse de su isla natal, el Ajuntament d’Eivissa distinguirá a la hematóloga Estella Matutes Juan como la primera hija ilustre del municipio. El premio a una carrera dedicada a investigar la leucemia. Formó parte de The Institute of Cancer Research, una institución tan pública –depende de la University of London– como influyente –presumen de ser los primeros en haber demostrado que un ADN dañado puede causar cáncer–; y, en los últimos años, “echa una mano” como emérita en el Clínic de Barcelona.

–¿Se jubilan alguna vez los médicos vocacionales?

–Soy demasiado nerviosa para estarme quieta.

La hematóloga pertenece al clan más poderoso de Eivissa. Su hermano mayor fue uno de los políticos más importantes de la derecha española y encabeza una de las familias más ricas e influyentes del país. El pequeño de sus sobrinos es quien dirige una de las mayores hoteleras del mundo, pesca negocios con Rafa Nadal, firma patrocinios con el Real Madrid de Florentino Pérez. Vivir varias décadas en el Reino Unido deja poso: Matutes recurre al sentido del humor cuando se le pregunta por el peso de su apellido. “Como los ingleses no sabían pronunciar bien Matutes”, dice la hematóloga, “yo, directamente, me presentaba como Estella: es un nombre que conocen y que en mi familia está muy presente. Me llamo así por una bisabuela que se apellidaba Wallis porque era británica”.

Imponiéndose al ruido de las chicharras, la doctora Matutes razonará durante más de una hora sobre muchas cuestiones. No usará tecnicismos, mirará a los ojos, se hará entender.

Estella Matutes Juan, antes de comenzar la entrevista con elDiario.es

Leyó a Freud de forma compulsiva justo antes de irse a la universidad.

En verano siempre he aprovechado para leer todo lo que no me dejaba tiempo la literatura médica porque ya lo hacía de adolescente. Cuando acabé el bachiller me compré los dos tomos [de las obras completas] de Sigmund Freud. Me fascinó su visión sobre el aspecto psicológico de la Medicina.

Fue un impacto.

Muy fuerte. Hasta la época de Freud, la psiquiatría se enfocaba en electroshocks y medicación, no miraba la parte anímica, que es la que realmente sufre con la enfermedad.

Freud elaboró sus teorías y contribuye a desarrollar el psicoanálisis treinta, cuarenta, cincuenta años antes de que usted empiece a estudiar Medicina. ¿La salud emocional importaba cuando empezó a tener trato con pacientes?

No tanto como ahora, pero para tratar a un enfermo primero debes conocerlo: ese es el mejor consejo que me dieron cuando empezaba como médico. Da igual la enfermedad, cada paciente es único; cómo reacciona ante el dolor; cómo valora, cómo siente.

¿Por qué cambió su voluntad de ser psiquiatra por la Hematología y el estudio del cáncer?

Hay circunstancias que influyen. Conocer a niños con enfermedades de la sangre, por ejemplo. Fue una llamada: ¿qué puedo hacer yo para ayudarlos?

"El mejor consejo que me dieron cuando comenzaba es que nada es más importante que el paciente".

En la España de los setenta, cuando usted empezó su carrera profesional, y especialmente en entornos rurales, el cáncer era una enfermedad tan letal como invisible. Un tabú del que se sabía muy poco.

Es que la tecnología de la que disponíamos era muy pobre. Ha sido impresionante encontrar medicamentos eficaces para curar al paciente o, como mínimo, cronificar la enfermedad para que tenga una calidad de vida buena, como ocurre en muchos casos de infartos o diabetes. Con los cánceres, sobre todo con los de la sangre, hay una gran proporción que no requiere de un tratamiento agresivo. En otros, hay que atacar al tumor de una forma más agresiva porque no queda más remedio ni tiempo: hay que intentar salvar al cuerpo. Pero si el diagnóstico es temprano, se puede mantener al enfermo años y años con una calidad de vida buena con medicación. Especialmente, si es una persona mayor.

Con los cánceres hay una gran proporción que no requiere de un tratamiento agresivo. En otros, hay que atacar al tumor de una forma más agresiva porque no queda más remedio ni tiempo. Pero si el diagnóstico es temprano, se puede mantener al enfermo años y años con una calidad de vida buena con medicación. Especialmente, si es una persona mayor

Hace años que alerta de que la quimioterapia no es la panacea por los efectos secundarios que produce en el paciente.

Así es, pero hay que explicárselo muy bien al enfermo. Si yo tengo un cáncer y veo que no me dan quimio, lo primero que voy a preguntar es: ¿por qué no me tratan? Fijémonos en la astenia linfática crónica [una sensación de falta de energía o vitalidad, mantenida, percibida en reposo y que se incrementa con el ejercicio]: hay casos que no progresan y otros que sí, pero que se pueden tratar con medicamentos que se toleran muy bien.

¿Sigue dando mucho miedo la palabra leucemia?

Ya somos capaces de curar el 90% de las leucemias infantiles y diría que, en el global, porque hay más de cincuenta tipos, un 50% de las que se detectan en adultos. La clave es adaptarse al paciente porque, cada vez, tenemos más herramientas. Ya es habitual que, después de la quimio, se plantee una operación y un trasplante [de médula ósea] para consolidar lo conseguido. Ahora, además, podemos jugar un poco con el sistema inmunitario: sacas linfocitos y les añades una proteína que irá en contra de las células leucémicas –están entrenadas para ello– cuando se las vuelvas a poner al paciente. También tiene sus efectos secundarios, claro, pero se usa desde hace siete u ocho años y da resultados con personas sanas y jóvenes que sufren leucemias muy resistentes.

Ya somos capaces de curar el 90% de las leucemias infantiles y diría que, en el global, porque hay más de cincuenta tipos, un 50% de las que se detectan en adultos. Ahora, además, podemos jugar un poco con el sistema inmunitario: sacas linfocitos y les añades una proteína que irá en contra de las células leucémicas –están entrenadas para ello– cuando se las vuelvas a poner al paciente

Los especialistas que tratan el cáncer tienen un gran poder entre manos. A la hora de administrarlo, ¿chocan la ética y los avances científicos?

Hay que informar al paciente en todo momento. Ellos deciden, por ejemplo, si quieren entrar en un estudio de un fármaco o de un proceso.

¿Qué ha aprendido de los enfermos que ha tratado?

No sé si ocurre porque soy una persona bastante habladora y locuaz, pero muchos pacientes acababan siendo casi amigos. Nos contábamos la vida, más allá del tratamiento, y nos pedíamos consejo sobre lo que haríamos o no haríamos. Con ellos, he aprendido mucho sobre cómo nos enfrentamos a los problemas realmente graves. Tener un cáncer en la sangre lo es.

Matutes cree que la medicina ya no es una carrera tan atractiva para la juventud.

¿Es más clarividente el enfermo que sus familiares o su entorno a la hora de tomar las decisiones que marcan un tratamiento oncológico?

Hay dos tipos de enfermos. Uno no quiere saber ni conocer, niega un poco la enfermedad que sufre. Debes respetarlo: intentas no darle demasiada información para no cargarlo, pero lo debes hablar con la familia. Pero hay otro tipo de enfermo que es todo lo contrario: quiere saber al detalle la situación en la que está. Sobre todo, por su futuro, para arreglar cosas y despedirse de sus seres queridos. Hay enfermos que se te quedan grabados para toda la vida. Recuerdo a una persona en concreto que era extraordinaria: entró en tratamiento, recibió un trasplante, era muy receptivo, pero la situación decayó. Me dijo: “Mira, siempre he veraneado en la Toscana. Sé que no debo ir este año, pero me gustaría pasar unos días allí”. “No te preocupes, te redacto un informe y consulto a colegas que estén por la zona para que estén al tanto por si ocurriera algún problema”. Se fue de vacaciones, agarró infecciones víricas y al volver, directo a la UCI. Volvió a ser muy directo: “No me arrepiento de haber viajado y, ahora, quiero despedirme de mis hijos, pero me gustaría que tú también estuvieras delante”. Los niños tenían doce, diez y ocho años, más o menos. [se emociona] Escuchar cómo les explicó que se tenía que marchar supone una carga emocional muy fuerte, pero, claro, de personas así, aprendes.

Recuerdo un paciente extraordinario. Me pidió ir a la Toscana, donde siempre veraneaba, y redacté un informe y consulté a colegas que estaban por la zona para que estuvieran al tanto por si ocurría algún problema. Se fue de vacaciones, agarró infecciones víricas y, al volver, directo a la UCI. Volvió a ser muy directo: 'No me arrepiento de haber viajado y, ahora, quiero despedirme de mis hijos [de doce, diez y ocho años], pero me gustaría que tú también estuvieras delante'

Volvamos a Freud: usted ha visto aparecer la figura de los psicólogos oncológicos. ¿Los sanitarios también los necesitan?

Sí. Muchas veces es difícil descargar. Tú sales del hospital, pero el dolor de cabeza te lo llevas. Siempre te vas pensando en que podrías haber hecho más. El soporte psicológico ayuda mucho, es muy válido, aunque algunos pacientes no lo quieran. Cuando transmites un diagnóstico negativo o poco esperanzador, la persona queda débil.

Tú sales del hospital, pero el dolor de cabeza te lo llevas. Siempre te vas pensando en que podrías haber hecho más

¿Fue más grande saltar de Barcelona a Londres que de esta isla a la capital catalana?

Sí, fue un salto gigante. El hospital de Londres donde trabajé tantos años era eminentemente oncológico, con departamentos muy grandes: sólo los médicos que se dedicaban al cáncer de mama podían ser cincuenta o sesenta. España, entonces, no hacía prácticamente investigación. Aquí todo estaba muy jerarquizado. [Pone voz grave] “Yo soy el profesor” [recupera su voz] Y tú, como alumna, siempre tenías que callar. El primer cambio que noté en el Reino Unido es que no se distinguía entre residentes y profesores reconocidos mundialmente. A mí me sorprendió que de primeras me hicieran caso. Y, claro, además de ese espíritu de trabajo tenían herramientas, muchas herramientas para investigar sobre campos que a mí me interesaban mucho. Tenía una beca [de la Fundación Juan March] que me permitía realizar mi tesis doctoral y otra beca del consejo médico de Londres que me permitía vivir… a la vez que hacía de médico. Me tuve que espabilar: hubo choque cultural con los pacientes, pero al cabo de dos o tres años me encontraba como en casa.

¿Fue el Score Matutes la cumbre de su carrera?

Bueno, el Score Matutes no salió hasta los años noventa. Podrían haberlo llamado Matutes o de otra manera porque lo desarrollamos entre varios médicos.

¿Por qué fue tan importante ese sistema de diagnóstico que contribuyó a desarrollar?

Porque fue un primer paso para distinguir la leucemia linfática crónica de otros linfomas, que a veces pasan a la sangre, y tienen diagnósticos muy diferentes. Si no diagnosticas bien, nunca tratarás de forma correcta a un paciente. La variedad de fármacos a administrar es infinita.

Si hoy tuviera veintinueve años y acabara de terminar el MIR, ¿se marcharía a investigar fuera de España?

No hay ni punto de comparación: ahora sí se investiga en nuestro país. Hay muchos equipos y muy buenos. Diría que somos un país puntero. Pero lo que hace avanzar la investigación es la comparación, no sólo entre distintos centros, sino entre distintos países. Es fundamental coordinarse: podemos ser más rápidas y de eso se trata, de mejorar el conocimiento del cáncer que tengamos.

¿Con cuántas mujeres coincidió en la facultad de Medicina de la Universitat de Barcelona?

Éramos pocas. Ahora se ha dado la vuelta. Más de la mitad de las estudiantes de Medicina son mujeres. En mi generación, la mujer todavía se casaba joven para formar una familia. No era tan fácil ir a la universidad. Recuerdo mi primer día como residente. Me tocó ir al dispensario. Iba con bata, fonendo y martillo, el pack completo. Le dije a la enfermera: “Ya puede pasar el primero”. Entró un señor y me dijo: “Nena, dígale al doctor que venga”. “¿Sabe lo que pasa?”, le respondí, “que la doctora soy yo, aunque si quiere puede salir y pedir que lo vea el doctor Feliu, pero él también tiene dispensario y tendrá que esperar un rato, así que si le parece voy empezando yo con usted”.

En mi generación, la mujer todavía se casaba joven para formar una familia. No era tan fácil ir a la universidad. Recuerdo mi primer día como residente. Me tocó ir al dispensario. Iba con bata, fonendo y martillo, el pack completo. Le dije a la enfermera: 'Ya puede pasar el primero'. Entró un señor y me dijo: 'Nena, dígale al doctor que venga'. '¿Sabe lo que pasa?', le respondí, 'que la doctora soy yo'

Viene de una familia de comerciantes, navieros y banqueros que, con el boom turístico, empezaron a abrir hoteles. ¿Cómo cayó en su casa que usted quisiera ser médico?

Tuve suerte. Mis padres eran muy abiertos de mente. En todo. “Pero si tú ves una gota de sangre y te caes al suelo” [ríe] Eso me dijeron. Les pedí que me dejaran hacer, que si no me gustaba, yo misma lo vería y me buscaría otra cosa. Ver que sacaba adelante los cursos y estaba contenta les hacía felices. Yo añoraba mucho Eivissa, era un paraíso, pero fui muy feliz estudiando en Barcelona.

La investigadora alerta del peligro que suponen las políticas de la Administración Trump en la medicina mundial.

Nació en 1950 y se marchó de la isla a finales de los sesenta. Desde la distancia, ¿cómo ha vivido la evolución de la sanidad en Eivissa? Cuando se mudó a Inglaterra, en el 79, la isla vivía ya del turismo, había aumentado muchísimo su población, pero seguía sin hospital.

Cuando era pequeña había dos o tres médicos de cabecera. Nada más. Visitaban en casa. Después estaba la clínica Villangómez, que era muy pequeñita. Allí, de niña, me llevaban cada dos por tres porque me pasaba el día haciendo barrabasadas y también me operaron de apendicitis cuando tenía quince años. Fue muy importante para la isla el desarrollo de la Seguridad social, con un hospital como Can Misses y los centros de atención primaria para ofrecer cuidado médico cerca de casa. Luego se han ido consiguiendo hitos muy importantes, como conseguir la unidad de radioterapia. Decían que, por población, los números no daban. Creo que [a la hora de destinar recursos y servicios] hay que mirar otros factores también. ¿Dónde está ubicado el hospital, por ejemplo? No es lo mismo trasladarte de Terrassa o Sabadell a Barcelona, que desde Eivissa a Palma, en barco o en avión, y más para recibir una radioterapia, día sí, día no, durante seis semanas.

El problema de los ibicencos es que ahora tenemos las instalaciones…

… pero falta personal.

Lo ha dicho usted. Al menos, personal que arraigue.

Es una cuestión difícil. Yo lo entiendo: si tienen que gastarse buena parte del salario en un alquiler no van a querer venir. El problema de la vivienda no sólo afecta a la sanidad. Sería más factible si fueran médicos de aquí, pero la Medicina creo que ya no es una carrera muy atractiva.

¿Eso cree?

La nota de corte para entrar en la universidad es muy alta. No es fácil el acceso. Y, después, es una carrera muy dura.

Pero nunca fue fácil matricularse en Medicina y, a nivel estatal, sigue habiendo una demanda altísima de estudiantes que quieren estudiarla. Faltan plazas en la pública. ¿Qué considera que ha cambiado entonces?

Creo que ahora a los jóvenes les cuesta más diferenciar entre el valor y el precio, que no son lo mismo. No se puede generalizar, porque en todo hay diferencias, pero creo que nuestra generación no fue tan consumista: ahora, si no vas a la disco, si no te compras diez vestidos, si no consumes… no eres trendy, que dirían los ingleses [sonríe]. Para mí, lo intangible ha sido fundamental para desarrollar mi trabajo en la Medicina. ¿Cuál es el valor de que un paciente de cáncer se cure? Incalculable. Pero vivimos en un mundo que va en dirección contraria. Mira lo que ha ocurrido con los aranceles: si Europa no pasa por el aro, Estados Unidos nos los habría subido más todavía. Todo es una cuestión monetaria. Claro que el dinero tiene un valor (te da de comer, te permite vivir, lo necesitas), pero los otros valores, los intangibles, que para mí son imprescindibles, son los que no se tienen en cuenta.

Para mí, lo intangible ha sido fundamental para desarrollar mi trabajo en la Medicina. ¿Cuál es el valor de que un paciente de cáncer se cure? Incalculable. Claro que el dinero tiene un valor (te da de comer, te permite vivir, lo necesitas), pero los otros valores, los intangibles, que para mí son imprescindibles, son los que no se tienen en cuenta

Han pasado nueve años desde aquel referéndum: ¿le dolió el Brexit o lo entendió?

Yo ya no vivía allí cuando votaron, pero lo seguí de cerca, claro. Era la conversación de cada día con mis amistades británicas. El problema es que hubo mucha propaganda por parte de los ultras conservadores diciendo que Europa les robaba y prometiendo el oro y el moro. [David] Cameron no pensaba que saldría el sí, pero entonces, la gente se dejó llevar por ese sentimiento y eligió salir. Ahora algunos se arrepienten y el primer ministro actual, [Keir] Starmer, está intentando restablecer relaciones, sino como las de antes, al menos, normales. Muchas pequeñas cosas cambiaron, y varias afectan al conocimiento: por ejemplo, con el Brexit, el intercambio de estudiantes se cortó. Creo que puede tener solución, si volvieran a votar creo que regresarían a la Unión Europea. Pese a Trump.

La hematóloga sonríe durante un momento de la charla.

Es la segunda vez que menciona al presidente de los Estados Unidos.

Porque su Gobierno va a tener un efecto devastador sobre la sanidad mundial. Está recortando ayudas a universidades punteras: Columbia, UCLA, Berkeley… Científicos muy importantes no podrán trabajar. ¡Se ha retirado de la OMS! Las repercusiones van a ir mucho más allá de Estados Unidos.

El Gobierno de Donald Trump va a tener un efecto devastador sobre la sanidad mundial. Está recortando ayudas a universidades punteras: Columbia, UCLA, Berkeley… Científicos muy importantes no podrán trabajar. ¡Se ha retirado de la OMS! Las repercusiones van a ir mucho más allá de Estados Unidos

¿La pandemia nos enseñó a creer en el rigor científico o el éxito de políticos como Trump dice lo contrario?

Creo que nos ayudó a valorar tener salud. Quizás se reaccionó un poco tarde en algunas cosas, pero claro, era una pandemia muy grave, inesperada. Pero, a nivel médico, las vacunas que surgieron, a base de ARN mensajero, fueron fantásticas. Debemos recordar, sin embargo, lo duro que fue para los sanitarios: tuvieron que trabajar en unas condiciones muy malas. No llegaban mascarillas ni epis. En algunos lugares tuvieron que utilizar bolsas de basura para protegerse. Las ucis se saturaron. Tenías veinte enfermos graves y diez camas: ¿a cuáles escogías? El impacto emocional de aquellas decisiones fue enorme. Es normal que haya profesionales que todavía estén resentidos.

¿Le hubiera gustado estar en primera línea durante aquellos días?

[Piensa unos segundos] Yo ya estaba jubilada, pero seguía yendo al Clínic a echar una mano y, de un día para otro, empezamos a reunirnos por videollamada. Sufrí viendo cómo sufrían mis compañeros. No sólo por la sobrecarga de trabajo. También hubo desgaste emocional a causa de los bulos que circulaban por las redes sociales sobre las vacunas. El chupito de lejía para curar el COVID es el mejor ejemplo de esa desinformación médica que campa por internet. Que personas muy conocidas, con muchísimos seguidores, se sumaran a esas teorías acientíficas hizo mucho daño. No se puede hablar sin conocimiento.

El chupito de lejía para curar el COVID es el mejor ejemplo de esa desinformación médica que campa por internet. No se puede hablar sin conocimiento

Los intereses de la industria farmacéutica eran uno de los argumentos más repetidos para dudar de la eficacia de las vacunas o, incluso, de la existencia misma de la pandemia. ¿A usted le han hecho lobby alguna vez los vendedores de medicamentos?

No… tengo que decir que nunca he tenido presión por parte de ninguna farmacéutica. Quizás en Inglaterra sea un tema que esté más regulado [que en España]. Allí no era habitual que un laboratorio pagara viajes [de médicos] para ir a un congreso. A lo largo de mi carrera sí he dado conferencias, pero siempre eran sobre fármacos que yo ya había probado con mis pacientes. No se trataba de hacer propaganda de un medicamento en concreto, sino de dar los resultados que había obtenido durante los tratamientos que había supervisado. Entiendo que hubiera debate argumentando que se vendían muy caras las vacunas. Las farmacéuticas son un negocio, no la Sanidad pública. Ponen mucho dinero en investigación entonces, claro, deben tener un retorno. ¿Hasta qué punto? No lo sé. Lo que sí creo que fue grave, muy grave, fueron las comisiones que algunos sacaron de las mascarillas y el resto de material sanitario. No se puede comerciar con la salud. Repito: quizás el mejor consejo que me hayan dado es que, por encima de la técnica, los fármacos y los conocimientos que el médico tenga, lo que más importa es la relación que se establece con el paciente.

Fue grave, muy grave, las comisiones que algunos sacaron de las mascarillas y el resto de material sanitario. No se puede comerciar con la salud

Ese componente humanista –y universal– de la Medicina que menciona una u otra vez, ¿puede sostenerse en la época de la inteligencia artificial? A medio plazo, ¿no primarán únicamente la rapidez, los números, la cuenta de resultados?

La inteligencia artificial es una herramienta valiosa, pero le falta algo muy importante: carece de alma. Hemos estado hablando del alma, ¿no? Pues la inteligencia artificial no la tiene. De esa manera, no creo que pueda sustituir al ser humano así como así. Lo que yo valoro de los seres humanos no es que sean altos, bajos, gordos, flacos, que tengan mucho dinero o no tengan nada, sino la empatía, que es una clase de altruismo. Los pacientes detectan si el médico que tienen delante sabe diferenciar si está triste o alegre, liberado o preocupado. ¿Tú crees que la inteligencia artificial puede tener todo eso? Imposible. Y, cuidado, la valía innegable de la inteligencia artificial se puede utilizar muy bien… o muy mal. Con la formulación de la energía de Einstein se fabricaron las bombas atómicas.

Se ha pasado la mayor parte de su vida mirando cara a cara a la muerte. ¿Qué piensa de la eutanasia?

Creo que tendría que ser algo habitual [en cualquier ordenamiento jurídico] siempre que el paciente cumpla con unos criterios. Tenga en cuenta que hay pacientes que no quieren sufrir más cuando saben que no hay ninguna perspectiva de curación. Vivir de esa manera no es vivir, yo lo entiendo. Quienes trabajamos con pacientes oncológicos en fase terminal y tratamos de que pasen de la mejor manera posible sus últimos días sabemos que los cuidados paliativos y sedación son, de alguna manera, una eutanasia pasiva. Por eso, no puedo oponerme a la activa. Hace no tantos años, quien podía se iba a Suiza y, allí, en un hotel, después de que le pusieran una botella de champán, se marchaba [en el país helvético, la eutanasia activa sigue sin ser legal, pero la pasiva, o suicidio asistido, no se considera un delito].

En los hospitales o los domicilios alguien debe aplicar la eutanasia. ¿Empatiza con los colegas que se declaran objetores de conciencia?

Sí, sí. No es una cuestión sencilla. Cada uno tiene su conciencia.

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