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El Gobierno se arriesga a una victoria pírrica en 72 horas tras su ultimátum a Bruselas y Londres por Gibraltar

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, conversa con la primera ministra británica, Theresa May, durante una reunión en Bruselas.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

Lo consiguieron los elefantes. Pero las pérdidas hicieron que la victoria no mereciera la pena. Pirro, rey de Épiro, logró reunir un gran Ejército en el siglo III antes de Cristo apoyado por numerosos elefantes, para conquistar el sur de Italia. Venció, sí, pero con tales pérdidas que no pudo sacar de ello ganancia alguna. Es más, se cuenta que él mismo comentó, una vez terminado el combate: “¡Otra victoria como esta y me vuelvo solo al Epiro!”

Eso puede pasarle a Pedro Sánchez en las próximas 72 horas.

El Gobierno está arriesgando tanto públicamente, amenazando con vetar una de las decisiones más importantes de la historia de la Unión Europea, una decisión que supone un punto de inflexión continental, que puede verse en una situación poliédricamente complicada: que queme tanto capital político que no pueda utilizarlo en sucesivas ocasiones al tiempo que lo que consiga se encuentre muy por debajo de las expectativas creadas. Por ejemplo: un anexo, una adenda, un pie de página... Porque todo el mundo en Bruselas está convencido de que se encontrará una vía de escape, otra cosa es que esté a la altura de los decibelios españoles, tanto de un Gobierno sustentado con 84 diputados como de la oposición en plena campaña de las andaluzas. Y esa solución ha de encontrarse de aquí al sábado, porque el domingo la cumbre será para santificar el acuerdo y la declaración política, no para negociar ningún punto de los documentos.

El Gobierno ha dicho durante toda la semana que quiere que la singularidad española en relación con Gibraltar –que cada acuerdo de la UE y negociación relativa a Gibraltar deba contar con su visto bueno, ahora y en el futuro– debe aparecer tanto en el acuerdo de retirada como en la declaración política sobre la relación futura y, además, en la propia concreción de esa relación futura tras el periodo de transición –que concluye el 31 de diciembre de 2020 si no se decide su prórroga en julio de 2020–.

Y este mismo jueves se topa con que la Comisión Europea y Londres pactan una declaración política en la que no aparece ni una mención a Gibraltar.

La primera ministra británica, Theresa May, ha dicho en el Parlamento británico: “Anoche hablé con Pedro Sánchez, hemos trabajado muy constructivamente con el Gobierno de España y el de Gibraltar en las negociaciones del acuerdo de retirada, y queremos que siga siendo así en la relación futura. Pero la soberanía será protegida absolutamente, y la relación futura debe ser válida para toda la familia británica”.

Fuentes del Gobierno británico explicaban a eldiario.es: “La primera ministra ha sido clara en que no vamos a excluir a los territorios de ultramar o de la Corona de nuestras negociaciones, y nos mantenemos en este compromiso. Como está establecido, buscaremos acuerdos específicos para las dependencias de la Corona, Gibraltar y los demás territorios de ultramar teniendo en cuenta sus relaciones existentes con la UE ”.

Que se siga trabajando “constructivamente en el futuro”; “teniendo en cuenta las relaciones existentes”... ¿Están entornando una puerta los británicos?

Por otro lado, el portavoz de la Comisión Europea, Margaritis Schinas, ha afirmado: “Hay ideas sobre la mesa, pero no queremos aventurar qué solución surgirá. El texto se ha aprobado a un nivel técnico y ahora está en proceso de negociarse o ampliarse. Estamos en un proceso y hay que ver cómo evoluciona. Nosotros nos mantenemos en el mandato que hemos dicho muchas veces [que España tenga ese rol especial en el caso de Gibraltar]”.

La clave está en por dónde vendrá la solución. Y si esa solución estará a la altura de las expectativas creadas con el ultimátum. Es decir, si se incluirá en un acuerdo de retirada que las partes negociadoras dan por cerrado o si se incluirá en la declaración política o si se recurrirá a un anexo de alguno de los dos documentos. Pero todo lo que no sea incluir la reclamación española en el articulado de los dos documentos será una rebaja de lo exigido por las autoridades españolas públicamente en esta semana.

El propio ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, afirmó el lunes que el artículo de la discordia, el 184 del acuerdo de retirada, apareció “de la noche a la mañana” –según ha dicho su secretario de Estado para Europa ese jueves en el Congreso,“con nocturnidad y alevosía”–.

Mientras tanto, el corresponsal de The Times en Bruselas, Bruno Waterfield, afirmaba este jueves en Twitter que España estaba comenzando a bajarse del monte en las negociaciones:

Otras fuentes afirmaban que, aunque España cuenta con la comprensión tácita de todos los Estados miembros por estar defendiendo una posición política preexistente, lo cierto es que en los debates parece que los países que más expresan su empatía son Suecia y Chipre –España ha estado al lado de este país en su negociación del protocolo de la base británica en su suelo–.

Es decir, España no ha conseguido situar Gibraltar como un asunto innegociable, como sí lo ha sido en estos últimos meses la frontera irlandesa.

A España le quedan 72 horas, en las que arriesga todo el capital político que posee en Europa con una amenaza ante una cumbre que decidirá uno de los hitos más importantes de la Unión Europea en los últimos tiempos. España se arriesga a, después del ultimátum, decepcionar en las expectativas levantadas. Y, como Pirro en el siglo III antes de Cristo, preguntarse en el viaje de vuelta si la ganancia ha compensado las pérdidas acumuladas.

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