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Europa, incapaz de dar una respuesta ambiciosa y coordinada a la crisis del coronavirus

Atasco de camiones de 60 kilómetros en la autopista A4, cerca de Bautzen, Alemania, el 18 de marzo de 2020, a causa del cierre de la frontera  entre Polonia y Alemania.

Andrés Gil

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La Unión Europea nace de la guerra. De la Gran Guerra. Del conflicto dramático entre Alemania y Francia; de una frontera convertida en un campo de batalla durante la primera mitad del siglo XX. La Unión Europea nace de la guerra entre vecinos y de la guerra ganada al nazismo y el fascismo.

“Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”, dijo Robert Schuman, ministro francés de Exteriores, el 9 de mayo de 1950, en una declaración que alumbró la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. Hacía cinco años que había acabado la Segunda Guerra Mundial –de hecho, el 9 de mayo de 1945 fue declarado por la URSS Día de la Victoria–, y se trataba de evitar una tercera a través de una alianza de paz entre Francia y Alemania.

“Crear una solidaridad de hecho” 70 años después, ante una crisis equiparable a la que se vivió entonces, es el reto que tiene la actual generación de líderes europeos.

Los jefes de Gobierno de la UE se están reuniendo todas las semanas por videoconferencia, como también lo hacen sus ministros de Finanzas. Pero han sido incapaces de tomar más decisiones rápidas, coordinadas y contundentes ante la crisis del coronavirus, si bien algunos de ellos, como el presidente francés, Emmanuel Macron, y la canciller alemana, Angela Merkel, la han comparado con tiempos de guerra.

Y, ante ese enemigo, la UE no está respondiendo unida. Al contrario: cada país ha tomado las decisiones sanitarias a su ritmo; ha hecho los anuncios económicos cuando lo ha considerado necesariosiempre antes de que la UE abriera la mano con el déficit y la deuda– y las reuniones de ministros de la UE están perdiendo su razón de ser: aprobar decisiones acordadas previamente.

Una docena de países, incluido España, decretaron el cierre de sus fronteras interiores suspendiendo el acuerdo de Schengen, a pesar de que la Comisión Europea lanzó dos mensajes: que en tanto que el coronavirus estaba presente en todos los países, de nada servía cerrar las fronteras interiores; y que se hiciera el cierre de las fronteras exteriores a nacionales de terceros países para salvaguardar el mercado interior, uno de los pilares de la UE.

Pero de poco sirvió.

Bruselas, en todo caso, lanzó unas directrices para el cierre de fronteras, reclamando pasillos verdes para no bloquear el movimiento de bienes, entre ellos el material médico que falta en algunos países.

¿La respuesta? Imágenes de colas de 60 kilómetros de camiones en la frontera entre Alemania y Polonia; y de médicos chinos entregando material sanitario a Italia ante la incapacidad y negativa de sus socios comunitarios a vendérselo: un avión de Shanghai cargado con 30 toneladas de material médico y un equipo de nueve expertos que contribuirán a luchar contra el coronavirus.

Mientras los Estados no se ponen de acuerdo para una respuesta coordinada ambiciosa –ya sea en formato de 27 o de 19 en la zona del euro–, las entidades que intentan mantener la iniciativa son, precisamente, las que no responden a un mandato democrático –a diferencia de los gobiernos nacionales–, como la Comisión Europea y el Banco Central Europeo.

En efecto, la Comisión Europea, que en realidad depende siempre del visto bueno de los Estados para aplicar sus propuestas, apostó desde el principio por relajar normas fiscales –cosa que ha llevado este viernes a proponer la activación de la cláusula de escape–; por una respuesta coordinada en lo relativo a las fronteras; por la compra conjunta de material médico –para que Italia no necesite pedirlo a China–; por la movilización de recursos –un fondo de 25.000 millones– e, incluso, por la puesta en marcha de coronabonos: bonos europeos para financiar los recursos para la lucha contra el COVID-19.

Los coronabonos podrían movilizar los 410.000 millones que tiene el fondo de rescate europeo –el Mecanismo de Estabilidad, MEDE–, que se sumarían a los 750.000 millones que anunció el BCE el miércoles por la noche –que se añaden a su vez a los 120.000 millones de la semana anterior–. Así, Christine Lagarde, presidenta de un organismo federal europeo, llega mucho más lejos en una semana de lo que han llegado los 19 gobiernos del euro en sus reuniones del Eurogrupo.

De ellos, de los gobiernos del euro, depende que se ponga en marcha una ambiciosa acción coordinada como representarían los eurobonos del coronavirus. Es previsible que este martes se reúnan los ministros de Finanzas, antes de la reunión de los jefes de Estado y de Gobierno del 26 de marzo.

Unos jefes de Estado y de Gobierno que, desde que empezó la crisis, no han hecho de la mano nada más que acordar el histórico cierre exterior de sus fronteras y dar el visto bueno a la flexibilidad de las normas fiscales para los gastos relacionados con la pandemia.

Europa tiene ante sí “la mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial”, según Angela Merkel; “una guerra”, según Emmanuel Macron. Pero, de momento, se está demostrando incapaz de dar una respuesta ambiciosa coordinada a la crisis del coronavirus.

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