Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Del Kennedy triunfante en Berlín a la hostilidad de Trump: el vínculo con Europa se juega su supervivencia en las elecciones americanas

El presidente estadounidense, John F. Kennedy, dirige discurso en la Rudolph Wildeplatz, el 26 de junio de 1963.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

5

La Unión Europea actual no se entiende sin el papel, entre otros, de Estados Unidos. Su implicación en la Segunda Mundial fue clave para la derrota del nazismo. Y su implicación en la reconstrucción de Europa fue determinante en cómo se configuró la división del continente entre las áreas de influencia estadounidense y soviética, cuyo mejor ejemplo es la división de Berlín en cuatro mitades y, de Alemania, en dos.

La Guerra Fría que sucedió a la Segunda Guerra Mundial tuvo múltiples campos de batalla, y uno de ellos fue, sin duda Europa, representado por el artículo 5 de la OTAN, que establecía una respuesta militar colectiva ante el ataque contra cualquiera de sus socios: era una declaración de intenciones en una Europa que recibió ayuda financiera y militar para su reconstrucción por parte de Estados Unidos, que pobló de bases el continente, y el Plan Marshall. Pero, también, edificó un modelo de Estado de Bienestar genuino, entre el capitalismo desregularizado de Estados Unidos y el socialismo real de inspiración soviético.

A ese Berlín en el corazón de la Guerra Fría, cuyo Muro se había construido en 1961, llegó John F. Kennedy en junio de 1963 para dar un discurso en el ayuntamiento y pronunciar aquella histórica frase: Ich bin ein Berliner. Ese “soy berlinés” de Kennedy permanece en la memoria colectiva alemana y europea como símbolo de una alianza transatlántica contrapuesta al “América First” de Donald Trump medio siglo después.

En 2008 Barack Obama pronunció otro multitudinario discurso en Berlín, dos décadas después de la caída del muro de Berlín ante un público entregado que abrazaba un liderazgo antagónico al de un George W. Bush, jaleado por Tony Blair y José María Aznar, que había llevado a Europa a la guerra en Irak con el pretexto de unas armas de destrucción masiva ficticias.

Kennedy es uno de los presidentes estadounidenses más recordados, por sus discursos, por haber vivido crisis fundamentales, como la de los misiles, y por su trágico asesinato en Dallas. Demócrata, como Obama, seguramente sean dos de los líderes estadounidenses mejor valorados por los europeos, aunque seguramente Bill Clinton haya sido tenido una vocación más europeísta que el propio Obama, quien comenzó un giro geopolítico en el que Europa iba perdiendo interés en la agenda de la Casa Blanca, hasta llegar el punto en el que uno de los mayores enemigos de la UE, Nigel Farage, esté apoyando a Trump en sus mítines en esta campaña.

Pero la tensión con Trump no sólo ha sido política, también ha sido personal. A menudo uno se olvida de que los líderes son personas; del factor humano en la política. Se dice que lo personal es político, pero también lo político es personal. Y Donald Trump es un personaje que se somatiza, que genera reacciones de piel en quienes le rodean. Trump es el señor de los aranceles; el de los tuits extemporáneos; el del muro con México; el de las soluciones violentas en Venezuela; el enemigo de los periodistas; el del impeachment ante su reelección; el de las conversaciones inapropiadas con Ucrania... Trump es todo un personaje, con quien ya no se quieren hacer fotos el resto de líderes.

Y la fiesta del 70 aniversario de la OTAN se les fue de las manos. Los jefes de Gobierno de los 29 Estados miembros de la OTAN se reunían en diciembre pasado en Londres para celebrar un vestigio de la Guerra Fría que suele usar Estados Unidos para misiones militares que no cuentan con el visto bueno de la ONU a cambio de ejercer de paraguas militar de Europa. El 70 cumpleaños venía precedido de un diagnóstico demoledor del presidente francés, Emmanuel Macron, quien afirmó que la OTAN se encontraba en “muerte cerebral”, algo que indignó a un Trump que se dedica a aportar “ingentes cantidades de dinero”, reconoció, en la organización.

Y, según captó una cámara indiscreta durante la recepción en Buckinham, e primer ministro canadiense, Justin Trudeau, y otros líderes como Boris Johnson, Mark Rutte y Emmanuel Macron, se entretuvieron mofándose del presidente estadounidense y de sus largas ruedas de prensa.

Lo cual motivó que Trump estallara contra el primer ministro canadiense: “Bueno, él [Trudeau] tiene dos caras (...) es un tipo agradable. Lo encuentro agradable, pero la verdad es que le he llamado [la atención] por el hecho de que no está pagando el 2% [del PIB a la OTAN] e imagino que no está muy contento por eso”.

“Volveremos”

“Volveremos”, dijo el ex vicepresidente de Obama y candidato presidencial contra Trump, Joe Biden, en Múnich en 2019. Falta ver en qué se traduce. Dos años antes, la canciller alemana, Angela Merkel, en 2017, reconoció en un acto electoral en una tienda de cerveza en Munich, que Europa ya no podía contar con su histórico aliado. Merkel acababa de regresar de la reunión del G7 en Taormina, Italia, y de tener su primer encuentro cercano con Trump en el escenario internacional. “La era en la que podíamos confiar plenamente en los demás ha terminado hasta cierto punto”, dijo Merkel: “Los europeos realmente tenemos que agarrar nuestro destino con nuestras propias manos”.

Marta Granados, en El Orden Mundial, explicaba que “las elecciones presidenciales en Estados Unidos prometen ser un punto de inflexión para el país en el ámbito nacional. Pero gane quien gane, la política exterior mantendrá las tendencias que empezaron con Obama y se pusieron de relieve con Trump: Estados Unidos seguirá priorizando sus problemas internos a las cuestiones internacionales y tratando de desviar sus recursos financieros, humanos y militares del extranjero a casa. Mucho antes de la presidencia de Trump, el orden liberal internacional que EE UU había forjado y liderado tras la Segunda Guerra Mundial había empezado a quebrarse, siendo cada vez menos liberal, menos ordenado y menos estadounidense. Trump puso de relieve esa tendencia, centrándose más en su electorado que en aventuras en el exterior. Pero ese cambio de rumbo ya lo marcó Obama, y se mantendrá aunque Biden gane las elecciones. El final del liderazgo estadounidense”.

“Compartimos una larga historia con Estados Unidos, marcada por el apoyo decisivo que dieron para derrotar al nazismo, seguido de su ayuda para reconstruir Europa. Y hemos trabajado juntos para construir una Europa 'completa y libre”, escribía el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, en su blog. “Precisamente porque estamos de acuerdo con Estados Unidos en muchos puntos, lamentamos que los métodos elegidos en términos de política exterior estadounidense hayan sido últimamente tan a menudo de naturaleza unilateral, sin consultar a la UE y, en ocasiones, perjudiciales en sustancia para los intereses de la UE. Ya sea imponiendo aranceles a los productos de la UE, abandonando el Plan de Acción Integral Conjunto sobre el programa nuclear de Irán, dañando la acción global contra el cambio climático al abandonar el Acuerdo de París o sancionando a las empresas europeas involucradas en el proyecto Nord Stream [gasoducto europeo para importar gas de Rusia hacia Alemania, amenazando intereses gasísticos estadounidenses]. En resumen: dado todo lo que está sucediendo en el mundo y el aumento de los poderes autoritarios, es importante tener una fuerte cooperación con las democracias afines. La UE y los EE. UU. Deberían estar en el centro de este esfuerzo, pero también deberíamos trabajar estrechamente con Japón, India, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y otros”.

Eso sí, Borrell también apuesta por un papel geopolítico propio europeo, al margen de tutelas estadounidenses: “Dejemos de mirar constantemente al pasado estadounidense y, en cambio, volvamos decididamente hacia el futuro europeo. Como solía señalar Jacques Delors, el proyecto europeo es único, sin equivalente hasta ahora. Sólo considerándolo como tal, y evitando intentar imponer a Europa esta o aquella experiencia de la historia de otro continente, podremos sacarlo realmente adelante. Por tanto, tracemos nuestro propio rumbo”.

La presidencia de Trump ha sido un crisol de conflictos con la Unión Europea, desde una cada vez más complicada guerra comercial, hasta la amenazas de Trump de sacar a su país de la OTAN llamando a los gobiernos europeos “delincuentes” por no gastar más en Defensa, pasando por el abandono del Acuerdo del Clima de París hasta el apoyo al Brexit y la ruptura del acuerdo nuclear con Teherán. Y, por último, en una carrera hacia una suerte de nueva Guerra Fría con China, desde lo comercial a lo tecnológico pasando por la pandemia del coronavirus.

“Si gana Biden”, explican fuentes de Moncloa, “será un presidente menos se histriónico, menos activo en Twitter, pero la posición de fondo será la misma en relación a China. Hay obviamente, una disputa muy fuerte por la ventaja tecnológica. Y en esta disputa entre Estados Unidos y China hay un serio riesgo de fragmentación de los sistemas tecnológicos. ¿Y entonces, cuál es la posición de Europa? Europa, que tiene unas ventajas indudables en 5G, tiene que aprovecharlas. Pero cada país está tirando por libre y España defiende que tengamos criterios comunes en relación a la regulación del 5G, porque si no vamos todos juntos, también se pueden producir desventajas competitivas de unos países frente a otros. Es necesario que Europa tenga una posición común fuerte”.

“Estados Unidos ha optado en los últimos años por replegarse cada vez más de su papel de liderazgo mundial”, afirmaba Borrell en una reciente entrevista con Agenda Pública: “Es la primera vez que en una crisis mundial no ha habido un liderazgo de EE UU para afrontar la pandemia de la Covid-19. Su desvinculación de los marcos y acuerdos multilaterales –por ejemplo, la retirada de la Organización Mundial de la Salud en medio de la crisis del coronavirus, las sanciones contra miembros de la Corte Penal Internacional y, por supuesto, el abandono del PAIC (Plan de Acción Integral Conjunto) sobre el programa nuclear de Irán y el perjuicio a la acción mundial contra el cambio climático al renunciar al Acuerdo de París– son muy lamentables para nosotros los europeos”.

Anna Dimitrova, el Robert Schuman, alerta de que el “America First” ha puesto seriamente a prueba la relación transatlántica: “Este enfoque pone énfasis en la búsqueda de los intereses nacionales de Estados Unidos como el objetivo final, independientemente de las normas internacionales y las tradiciones políticas, rompiendo así radicalmente con la visión más inclusiva de Barack Obama de 'renovar el liderazgo estadounidense' en un 'mundo de múltiples socios'. A diferencia de sus predecesores, Trump rechaza los cimientos mismos del orden internacional liberal como lo demuestra su desprecio por las organizaciones multilaterales, su profunda desconfianza en los aliados tradicionales de Estados Unidos y su visión unilateralista y transaccional de las alianzas comerciales y de seguridad”.

Dimitrova cree que el futuro de las relaciones transatlánticas nunca ha sido más incierto que en la era Trump, y que 2020 podría ser un año decisivo para ambos lados del Atlántico. En Estados Unidos, las elecciones presidenciales “mostrarán si el efecto Trump en términos de formulación de políticas antiliberales y proteccionistas es pasajero o una tendencia transformadora más profunda en la política estadounidense”. Y en la UE, el Brexit “podría conducir a una profundización de la cooperación entre los Estados miembros de la UE, especialmente en el ámbito de la seguridad y la defensa, ya que ya no habrá oposición británica”.

El expresidente del Consejo Europeo y presidente del Partido Popular Europeo, Donald Tusk, se manifestó recientemente a favor de Joe Biden: “Siempre ha creído en los ideales republicanos y la grandeza de Estados Unidos, y ahora rezo por el éxito de Joe Biden”.

Durante un discurso ante la Asamblea General de la ONU en septiembre del año pasado, Tusk dijo, sin mencionar directamente a Trump: “Para proteger la verdad, no es suficiente acusar a otros de promover noticias falsas. Francamente, sería suficiente con dejar de mentir ”.

El columnista de Politico, Paul Taylor, explica que “incluso si el contendiente presidencial demócrata gana las elecciones (un ”si“ cada vez más probable si Biden resultara capaz de mantener su ventaja en las encuestas), se necesitarán más que sentimientos cálidos para que la relación transatlántica vuelva a encarrilarse. Con o sin un socio confiable en la Casa Blanca, la Unión Europea y las principales potencias de Europa tendrán que aprender a vivir en un mundo en el que Washington aún puede ser el máximo garante de la seguridad del continente, pero no tendrá la capacidad de arreglar muchos problemas”. Tylor cita a David O’Sullivan, quien fue embajador de la UE en Washington hasta el año pasado. “¿Cuál es nuestra oferta? Estados Unidos es nuestro socio indispensable para el futuro, nos interesa reforzar el liderazgo estadounidense en lugar de socavarlo. ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar para lograr una agenda equilibrada?”

En su discurso en Munich, Biden pidió una reforma de la OTAN para hacer frente a las amenazas del siglo XXI, prometió “creación de consenso”, y en discursos recientes ha prometido regresar el “primer día” de su presidencia al Acuerdo de París contra el cambio climático y a la Organización Mundial de la Salud., así como a volver al acuerdo nuclear con Irán roto por Trump si Teherán reanuda el pleno cumplimiento, además de a reafirmar inequívocamente la cláusula de defensa mutua de la OTAN.

“Si bien se puede esperar que una administración demócrata en Washington consulte más a sus aliados, sea más activa diplomáticamente y apoye más a las instituciones internacionales, una presidencia de Biden no marcará un regreso a la era posterior a la Segunda Guerra Mundial en la que Europa podría permitirse vivir. cómodamente bajo el paraguas americano”, dice Tylor. Es decir, quienquiera que termine en la Casa Blanca en 2021, regresará al intervencionismo liberal ni a la hegemonía global estadounidense.

El giro estratégico de Washington hacia el este de Asia y lejos de Europa y Medio Oriente implica un repliegue permanente del poder militar y un enfoque económico ante al ascenso de China como principal desafío al dominio global de Estados Unidos.

Erik Brattberg y David Whineray investigadores del Carnegie Endowment, escriben que “”no importa quién gane en noviembre, no será posible retroceder el reloj hasta 2016. La confianza europea en el liderazgo estadounidense se ha visto irremediablemente dañada“.

“En general”, afirman, “los aliados y socios europeos de Estados Unidos esperan que una administración demócrata sea más propicia para la cooperación con Europa en términos de retórica y estilo de formulación de políticas, que comparta las preocupaciones europeas sobre temas como el cambio climático y el multilateralismo, y probablemente esté de acuerdo sobre los beneficios más amplios de la cooperación transatlántica. Pero las dos partes seguirían afrontando dificultades para gestionar algunos temas clave como China, comercio y gasto en defensa”.

Los europeos se dan cuenta cada vez con más claridad que el impulso de Trump en el aislacionismo y el proteccionismo responde a un sentimiento creciente entre muchos estadounidenses sobre el papel de su país en el mundo, lo que hace muy difícil volver a 2016 en la relación transatlántica.

Jana Puglierin, autora del think tank ECFR, recurre a una célebre parábola india para explicar que las relaciones entre EEUU y Europa no son homogéneas. “En una famosa parábola india”, escribe, “un grupo de ciegos se encuentra con un elefante por primera vez. Buscando comprender a la extraña criatura cada uno toca una parte diferente de ella: uno siente el tronco, otro la pierna, un tercero su enorme costado. Cuando comparan notas, parecen haber descubierto animales completamente distintos. La moraleja de la historia es clara: a menudo juzgamos el todo en función de nuestras experiencias y perspectivas subjetivas”.

“En este sentido”, prosigue, “desde que Donald Trump se convirtió en presidente de los Estados Unidos, el enfoque de los Estados miembros de la UE hacia la relación transatlántica se ha parecido mucho al de un grupo de ciegos. Mientras para diplomáticos franceses Trump es el último clavo en el ataúd de la alianza transatlántica, dado que ha llevado a la OTAN a una ”muerte cerebral“; los expertos en seguridad de Polonia o los países bálticos, por el contrario, enfatizan cuánto más seguros se sienten desde su elección y cuán creíbles son los estadounidenses para tranquilizar a sus aliados y socios en el flanco oriental de la OTAN. Los alemanes, por su parte, ven la amenaza que presenta Trump a la Alianza, pero han intentando gestionarlo. Cualquiera que sea el resultado final de las elecciones, será casi imposible unir a los europeos como un contrapeso a los Estados Unidos. Aquellos que aspiran a una mayor soberanía europea deben ser conscientes de que solo pueden lograrlo en cooperación con los estadounidenses”.

“Si Biden es elegido”, abunda Puglierin, “habrá un amplio espacio para iniciativas europeas proactivas que renueven la relación transatlántica y hagan de Europa un socio más fuerte y, por lo tanto, más atractivo para Estados Unidos. Pero los europeos no deberían hacerse ilusiones. En última instancia, la participación estadounidense en Europa se decidirá solo en Washington, no en Varsovia, París o Berlín. Al igual que Trump, una administración de Biden estaría dispuesta a poner fin a la sobreextensión estratégica de Estados Unidos y centrarse más en el limitado interés nacional. Y Estados Unidos dará prioridad a Asia, independientemente de quién sea el presidente. Uno no puede dejar de preocuparse por la preparación de Europa para afrontar las profundas fuerzas estructurales que remodelarán la política estadounidense en las próximas décadas”.

Max Bergmann, de Social Europe, sin embargo, entiende que “podría haber una oportunidad de transformar las relaciones después de una victoria demócrata, pero tal esfuerzo podría quedarse corto. Sin embargo, incluso si así fuera, el resultado seguirá siendo bastante bueno: una relación transatlántica sólida y reafirmada. La demanda de acción sobre cuestiones internas también podría conducir orgánicamente a una profundización considerable de la cooperación, por ejemplo, sobre el clima, las finanzas ilícitas y la regulación financiera, Washington podría adoptar una legislación importante. En cuestiones digitales y tecnológicas, una nueva administración abandonaría la tradicional oposición estadounidense a las regulaciones e incluso podría intentar reforzar la propia regulación. Esto podría hacer que Estados Unidos trabaje cada vez más con Bruselas. Si la UE cumple con la aspiración de la actual Comisión Europea de que la UE se convierta en un actor ”geopolítico“ que defienda sus intereses, Washington tomaría nota y aplaudiría”.

En Bruselas se espera que, si gana Biden, haga un viaje a Europa al inicio de su mandato, se reincorpore al pacto climático y reinicie las conversaciones nucleares con Irán. Pero son conscientes de que las áreas de fricción permanecerán en lo relativo al gasto militar, el Nord Stream 2 y la campaña de Washington contra el gigante tecnológico chino Huawei. Ante una economía maltratada por la COVID-19, Biden probablemente evitará las tendencias más proteccionistas de Trump, pero es probable que queden restos del lema “Estados Unidos primero” en algunas industrias sensibles.

Peter Beyer, coordinador transatlántico de Angela Merkel, explicaba recientemente a AFP que ya había comenzado una “nueva Guerra Fría” entre Washington y Pekín, y que Europa debía “estar hombro con hombro” con Estados Unidos para hacer frente a una China en ascenso: un efecto secundario involuntario de la turbulencia de Trump ha sido la creciente conciencia de que Europa debe hablar y actuar más como una sola.

Judy Dempsey, investigadora de Carnegie Europe y editora jefa de Strategic Europe, afirmaba en este sentido: “En lugar de esperar a que la Casa Blanca se haga cargo del control de armas y las cuestiones de seguridad [ese 4% del PIB que paga Estados Unidos a la OTAN anualmente, el doble que los que más pagan –un 2%– y de la factura mínima que se pide a los Estados miembros, le sirve a Trump para ir riñendo cada cierto tiempo a sus aliados por no poner suficiente dinero], ¿qué pasaría si los europeos, encabezados por Gran Bretaña y Francia, sus dos potencias nucleares, tomaran la iniciativa? ¿Sería tan difícil para un grupo de países democráticos, incluidos Argentina, Australia, Canadá, Japón, Nueva Zelanda, Sudáfrica y Corea del Sur, por ejemplo, todos los cuales tienen preocupaciones de seguridad, intentar relanzar las conversaciones sobre control de armas? ¿Y convertirlo en un tema público? La triste y peligrosa realidad es que el sistema de control de armas nucleares se está desgastando rápidamente. Va a requerir un gran esfuerzo para llevar a China al campo de la seguridad y traer a Rusia de regreso a la mesa de negociaciones. Entonces, sea quien sea el próximo presidente de Estados Unidos, los líderes europeos tienen que decidir si van a crecer y asumir la responsabilidad del multilateralismo y los problemas de seguridad global o van a seguir quejándose y esperando que Estados Unidos lidere. La elección debe estar clara”.

Etiquetas
stats