Los resultados de las elecciones en Irán añaden más ingredientes de tensión al conflicto con EEUU
Ni retrasando cinco horas el cierre de los colegios electorales ni apelando al voto como un deber religioso ha logrado el tándem Jamenei-Rohaní convencer a los 58 millones de potenciales votantes a acercarse a las urnas.
Y el resultado de esa apatía por parte de una sufrida ciudadanía es la participación más baja desde 1979 (un 42,56%, 20 puntos menos que en las de 2016, mientras en Teherán se registró un raquítico 25,4% –dando credibilidad al Ministerio de Interior–). Y el caso es que lo ocurrido no constituye ninguna sorpresa ni sirve de disculpa, como ha pretendido el régimen, apelar al creciente temor por los efectos del coronavirus (que ya ha provocado 12 muertos, según el ministerio). Las razones de esta apatía vienen de mucho más atrás.
Por un lado, el descontento ciudadano se explica por la generalizada percepción negativa sobre unos gobernantes percibidos como ineficientes en el manejo de los asuntos públicos, permisivos o implicados en una corrupción en aumento y con muy escasa credibilidad (acrecentada tras la nefasta gestión del derribo del avión ucraniano que costó 176 vidas humanas el pasado mes).
Uno de los más claros ejemplos de esto último es el hecho de que el Consejo de Guardianes haya impedido la participación en las elecciones a varios miles de candidatos reformistas (hasta el punto de que en 44 de las 208 circunscripciones solo haya habido candidatos “principalistas” y de que 90 diputados actualmente en ejercicio hayan visto rechazada su candidatura.
Evidentemente, tampoco ayuda a mejorar esa percepción el sistemático sesgo represivo de un régimen que no tiene reparos en matar indiscriminadamente a quienes se le oponen, como lo atestiguan los centenares de muertos registrados el pasado noviembre en las movilizaciones que siguieron al aumento de los precios de los combustibles.
Por otro lado, el ahogo económico al que la Administración de Donald Trump está sometiendo a Irán desde mayo de 2018, cuando decidió salirse del acuerdo nuclear de 2015, acentúa aún más el enojo. Washington ha encontrado en la asfixia económica la mejor baza para conseguir sus objetivos.
Para una economía tan dependiente de la exportación de hidrocarburos es inmediato entender el impacto que supone pasar de vender en torno a los 2,5 millones de barriles diarios hace apenas un par de años a los menos de 300.000 actuales (con China como único cliente relevante y con los europeos subordinados al dictado de Washington).
Sin esa vía de supervivencia, y aunque Rohaní haya logrado crear 3,6 millones de empleos e incrementar notablemente la actividad de los sectores exportadores no ligados a los hidrocarburos, el balance actual muestra que la inflación está ya en el 33,5% y que el crecimiento esperado para este año es del -6%.
En esas condiciones no puede extrañar que se tambalee la paz social y que la población sea aún más crítica con un Gobierno que insiste en un controvertido programa nuclear y misilístico, así como en una significativa injerencia en asuntos internos de algunos vecinos, es decir, en esfuerzos que a muchos les parecen desproporcionados porque, como mínimo, restan recursos para atender a los problemas diarios del conjunto de los 80 millones de iraníes.
A la espera de ver si la estrategia estadounidense logra su objetivo –con el innegable apoyo de Tel Aviv y Riad– las elecciones del pasado día 21 suponen buenas noticias para los sectores más intransigentes del régimen iraní. Al menos 219 (fueron 83 en 2016) de los 290 escaños en disputa van a parar a manos de los “principalistas”, copando incluso la totalidad de los 30 que estaban en juego en Teherán, mientras que los reformistas apenas logran 20 (obtuvieron 119 en 2016) y los independientes otros 35 (81 en 2016), en tanto que el resto se reparte entre las cinco minorías y quedan 11 escaños por decidir en abril.
Estos datos perjudican el bienestar y las ansias de libertad de buena parte de la población, así como a Rohaní y a cualquier candidato reformista en las elecciones presidenciales del próximo año. Por el contrario, benefician indudablemente a quienes apuestan por una línea dura frente a Estados Unidos, lo que pronostica una mayor polarización interna, una sostenida injerencia en asuntos vecinales y un mayor énfasis en el desarrollo del programa nuclear y misilístico.
En concreto, los pasdarán (Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica) aparecen como los principales beneficiados, con Mohamed Baqer Qalibaf, exalcalde de la capital y exjefe de la fuerza aérea de los pasdarán, como previsible nuevo presidente de la Asamblea Consultiva Islámica de Irán (Majlis).
En definitiva, un nuevo Majlis y los mismos problemas en un marco de creciente tensión en el que ni Washington ni Teherán pueden racionalmente desear el choque directo, pero en el que ambos siguen jugando peligrosamente con un fuego que puede acabar por quemarlos tanto a ellos como al resto de la región.
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