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The Guardian en español

Una guerra eterna, más represión y un Putin vitalicio: qué panorama dejarán las elecciones en Rusia

Varias personas pasan junto a una enorme valla publicitaria digital en la que aparece el presidente ruso Vladímir Putin, en San Petersburgo.

Andrew Roth / Pjotr Sauer

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El mundo de Vladímir Putin se desmoronó a toda velocidad durante varias semanas de 2022. Las tropas rusas habían fracasado en su intento de tomar Kiev y Occidente se agrupaba en torno a Volodímir Zelenski, congelando los activos rusos en el extranjero y poniendo en marcha sanciones inéditas. El propio Putin parecía fuera de sí, despotricando contra Lenin y apelando a los ucranianos para que derrocaran a su “banda de drogadictos y neonazis”.

A medida que los rusos acuden a las urnas para participar de unas elecciones con un único resultado posible, el Kremlin asumirá haber recibido un mandato para seguir con la guerra, consagrando la apuesta más letal de Putin como el mejor momento del país. En muchas ocasiones, el líder ruso ha triunfado presentando solo opciones malas o peores a sus oponentes. En estas elecciones, también. Convencido de que puede aguantar más que Occidente, Putin pretende vincular el futuro de Rusia, incluidas la élite y una sociedad aparentemente resignadas a su gobierno vitalicio, al destino de su larga guerra en Ucrania.

“Estás lidiando con la persona que inició esta guerra. El error que ya ha cometido es de tal magnitud que nunca podrá admitirlo ante sí mismo”, dice un ex alto cargo ruso. “Tampoco puede perder la guerra, eso sería el fin del mundo para él”. Y añade: “Gracias a Putin, hemos sido llevados todos a un desastre tan grande que no es posible un resultado positivo. Las únicas opciones van de muy malas a catastróficas”. Sobre la posibilidad de un escenario en el que Putin empezase a perder, la misma fuente dice: “Tal vez todos veamos las estrellas en el cielo”, sugiriendo una posible guerra nuclear.

La campaña de reelección de Putin ha incluido gastos de propaganda superiores a los 1.000 millones de euros, según documentos filtrados que obtuvo el medio estonio Delfi y a los que ha tenido acceso The Guardian. Y ha puesto la guerra en primer plano, al contemplar una sociedad militarizada y despojada de adornos liberales. Según fuentes internas, su equipo insistió en que se centrara en una agenda positiva de gasto social o logros culturales, pero Putin eligió declararse candidato mientras charlaba con veteranos de la guerra, de quienes dice que deberían ayudar a formar la nueva “clase dirigente” que sustituya a la antigua élite caída en desgracia.

Putin también ha aparecido confiado en la televisión, sugiriendo que está dispuesto a mantener la lucha hasta la victoria. “Sería ridículo que empezáramos a negociar con Ucrania solo porque están quedándose sin munición”, dijo la semana pasada durante una entrevista con el propagandista Dmitri Kiselev.

Uno de los objetivos de Putin para estas elecciones es “privar a la mayoría de los rusos de la capacidad de imaginar un futuro sin él”, escriben en la revista Foreign Affairs Michael Kimmage y Maria Lipman. Lo que se espera para su próximo mandato (o incluso dos mandatos, hasta 2036) parece claro: una guerra que no termina, una sociedad cada vez más militarizada, y una economía dominada por el Estado y por el gasto militar.

Una élite consolidada

Boris Bondarev, un consejero de la misión rusa ante la Oficina de Naciones Unidas en Ginebra, dimitió en mayo de 2022 en protesta por la guerra. En aquel momento, Bondarev acusó al Ministerio de Asuntos Exteriores de “belicismo, odio y mentiras”. “Nunca he estado tan avergonzado de mi país”, escribió. Han pasado dos años desde febrero de 2022 y Bondarev sigue siendo el único diplomático ruso que ha desertado públicamente a Occidente. Cuando se le pregunta por qué lo hizo, responde: “Tal vez soy el único sin una cabeza cuerda”. 

“Todos los demás están sentados en casa, probablemente sintiéndose bastante bien, incluso mejor, ahora; cobrando sus sueldos, pudiendo viajar y sin haber sido movilizados para la guerra”, dice Bondarev. “Ahora piensan que ganaremos pronto y que, cuando se levanten las sanciones, podremos volver a viajar a Occidente”. Cuenta que ha estado buscando trabajo desde su deserción.

Solo unos pocos grandes empresarios se han pronunciado en contra de la guerra, y lo han hecho desde la seguridad relativa de vivir fuera del país. Entre ellos, el banquero multimillonario Oleg Tinkov, y Arkady Volozh, de [la tecnológica] Yandex. Ninguno tiene ya negocios en Rusia.

Según los analistas, hubo un momento en que otros multimillonarios pudieron despegarse del Kremlin. Pero como Rusia ha estabilizado su posición en el campo de batalla y su economía, y el apoyo occidental a Ucrania se ha visto envuelto en luchas políticas internas, el cambiante equilibrio de poder ha desalentado nuevas deserciones. “No hablo con la gente que sigue en Rusia sobre su futuro”, dice a The Guardian un importante hombre de negocios que ha sido sancionado. “Es una pregunta estúpida, todo el mundo ha hecho ya su elección”.

La muerte del líder opositor Alexéi Navalni y la represión desplegada contra todos los rivales políticos en el país también han elevado el riesgo de cualquier comportamiento susceptible de ser percibido como oposición a Putin. Mijaíl Jodorkovski, exoligarca encarcelado por el régimen de Putin que ahora forma parte de la oposición en el exilio, cree que se “perdió la oportunidad” para una cisma entre las élites. En su opinión, los conflictos entre la élite no provocarán “un cambio serio, al menos mientras Putin esté vivo” si el líder ruso no sufre “una derrota militar evidente”.

Rusia está redoblando los esfuerzos para atraer de vuelta al más de medio millón de personas que huyeron del país con el inicio de la guerra, entre los que había algunos de los ciudadanos más ricos y formados. “No creo que haya deserciones públicas”, añade el empresario sancionado. “¿Para qué? Es evidente que a los que se fueron no les ha ido muy bien; los que dicen que manifestarse [contra la guerra] debería ser fácil no entienden su realidad y sus consecuencias”.

En pie de guerra para siempre

Los que diseñaron los planes de guerra para Putin imaginaban un ataque relámpago que tomaría Kiev en cuestión de días. Pero la opinión de diplomáticos, analistas, activistas y personas con información privilegiada es que Putin ya se ha preparado para un conflicto mucho más largo cuya duración podría medirse en años y hasta en décadas. “Putin parece haberse atrincherado, no detendrá la guerra a menos que se vea obligado”, dice en Moscú un alto cargo de la diplomacia occidental. “No creemos que se tome en serio unas conversaciones de paz que, en cualquier caso, correspondería a Ucrania decidir”, añade. “Por mis escasos encuentros con diplomáticos rusos, mi sensación es que ahora se sienten más seguros que cuando comenzó la guerra”.

Se calcula que Rusia destina a gasto militar el 7,5% de su PIB, el porcentaje más alto desde los años de la Guerra Fría. El generoso gasto del Gobierno ha hecho que las fábricas de armas, municiones y equipos militares hagan turnos dobles o triples, con soldadores cobrando horas extras hasta sueldos equivalentes al de los trabajadores de cuello blanco. Los niveles de gasto no harán sino aumentar, dice un experto en defensa que considera este escenario como una “nueva fase permanente” que puede durar “muchos años”.

En el frente interno, los restaurantes de Moscú y de San Petersburgo siguen llenos, proyectando una imagen de normalidad. Se han puesto en marcha “importaciones paralelas” (productos occidentales que llegan a través de terceros países), entre otros planes para evitar que los rusos sientan haber perdido comodidades y acceso a productos de lujo. “El Kremlin quiere recrear la Unión Soviética, solo que sin la escasez de alimentos y de artículos”, dice una persona bien relacionada con los círculos mediáticos de Moscú. “Su generación recuerda perfectamente los faltantes en productos de consumo y quiere evitarlo a toda costa”.

En público, Putin resta importancia a la posibilidad de una guerra total con Occidente. La semana pasada dijo que no creía que la modernización de las fuerzas estratégicas de Estados Unidos signifique que esté planeando una guerra nuclear. Pero también dijo: “Si la quieren, ¿qué habría que hacer? Estamos preparados”. Putin aseguró que está “dispuesto a negociar” con Ucrania pero a la vez rechazó “pensamientos ilusorios” y tachó de drogadicto a Zelenski. “No quiero decir esto, pero no confío en nadie”, dijo a Kiselev sobre las garantías de seguridad que Occidente podría otorgar. 

“Creo que las señales que pueda enviar Putin sobre sus deseos de paz son solo formas de retrasar la entrega de armas occidentales a Ucrania”, dice Bondarev. Incluso los rusos que se oponen a la guerra suelen hacerse eco de una opinión de que Occidente tiene cierta culpa por apoyar al bando ucraniano, ya sea disuadiendo posibles momentos para alcanzar la paz o prolongando un conflicto que, en su opinión, Putin nunca se permitirá perder. “Está claro que esta guerra no va a terminar con la victoria de ninguno de los bandos”, dice el ex alto cargo ruso. “No se va a terminar; se convertirá en un conflicto congelado, y ese conflicto congelado va a mantenerse durante 100 años”.

Si Donald Trump es reelegido presidente de EEUU en noviembre, presionará a Ucrania para que ceda territorio, ya que ha prometido acabar con la guerra “en un día”.

Transformación social

En febrero, Putin presentó en la asamblea legislativa rusa lo que llamó “la hora de los héroes”, una iniciativa para incorporar entre los altos cargos del gobierno a veteranos de la invasión de Ucrania. El anuncio iba claramente dirigido a la élite liberal rusa, la misma que según Putin ha caído en desgracia por su patriotismo insuficiente desde el estallido de la guerra. “Saben que la palabra 'élite' ha perdido gran parte de su credibilidad”, dijo Putin. “Los que no han hecho nada por la sociedad y se consideran una casta dotada de derechos y de privilegios, especialmente los que en la década de los 90 aprovecharon para llenarse los bolsillos con todo tipo de procesos económicos, definitivamente no representan una élite”.

Ni siquiera se sienten seguros ya los representantes de la élite cultural, simpatizantes del Kremlin, que a menudo se mezclan con altos cargos del Gobierno ruso y hasta se reúnen con Putin. Personas tan conocidas como el icono del pop Philipp Kirkorov se vieron obligadas a pedir disculpas entre lágrimas tras difundirse sus fotos en una fiesta de famosos “casi desnudos” de Moscú, una ofensiva que ha hecho evidente el giro conservador de Rusia. “El escándalo de los desnudos ha sido el acontecimiento más alarmante del año para muchos miembros de la élite. Les ha afectado incluso más que la rebelión de Prigozhin”, dice la persona con conexiones en el círculo mediático moscovita. “Muchos se dieron cuenta de que su vida privada ya no está fuera de los límites”.

La última retórica de Putin parece evocar una reestructuración de la sociedad rusa al estilo de Mao Zedong y su Revolución Cultural. Pero la mayoría de los analistas restan importancia a esa posibilidad. “El Gobierno está claramente preocupado por la industria de defensa y por la lealtad y moral de los militares”, dice una persona cercana al sector de defensa. “Saben que como mínimo necesitan seleccionar varios ejemplos de personas que lucharon en la guerra y ahora ocupan puestos de poder”.

El programa de incorporación de veteranos forma parte de un problema mayor por el que han estado presionando los partidarios más ruidosos de la guerra: cómo gestionar el regreso de decenas de miles de soldados, con heridas graves o síndromes de estrés postraumático, reclutados en cárceles rusas en muchos casos. El tema se mantendrá como una preocupación del Estado ruso durante los próximos años “Nuestros hombres, los combatientes, regresan de su entrenamiento, y muchos de ellos son personas muy inteligentes con formación y experiencia; por supuesto que deberían tener un lugar en el aparato de la administración”, dice a The Guardian Anastasia Kashevarova, ex ayudante del presidente de la Duma Estatal Viacheslav Volodin y una de las blogueras proguerra más conocidas.

Gracias a los cambios constitucionales que introdujo en 2020, Putin podría mantenerse en el poder hasta 2036, cuando cumpliría 83 años. Los jóvenes rusos, también conocidos como la Generación Putin, se enfrentan a otra década bajo el Gobierno cada vez más autoritario del único presidente que han conocido. “Soy pesimista sobre las perspectivas de Rusia a largo plazo”, dice el empresario sancionado. “Mi consejo a los jóvenes con una buena formación es que se vayan y se labren un nuevo futuro en el extranjero. A Rusia no se le va a terminar el dinero... Solo va a ser una nación estancada y militarista”.

Traducción de Francisco de Zárate.

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