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Análisis

El secuestro del avión en Bielorrusia pone a prueba a la comunidad internacional

El presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko.

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El presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, ha desatado una campaña brutal en contra de sus oponentes. Más de 35.000 personas han sido arrestadas, miles han sufrido abusos o torturas y actualmente hay 400 presos políticos. A comienzos de esta semana un activista de la oposición de 50 años, Vitold Ashurok, murió en una colonia penal. La causa oficial de la muerte fue “paro cardíaco”. Su viuda cree que fue asesinado.

En este escenario tuvieron lugar los acontecimientos del domingo pasado. Según los medios estatales, Lukashenko autorizó personalmente el aterrizaje forzoso de un avión de Ryanair cuando sobrevolaba Bielorrusia en su ruta de Grecia a Lituania, lo que ha sido descrito como un secuestro. Llegó incluso a enviar un avión de combate MIG-29 para asegurarse de que el piloto siguiera sus órdenes tras ser informado de una falsa amenaza de bomba.

El blanco de la furia de Lukashenko era un pasajero de 26 años y bloguero de la oposición, Roman Protasevich. Protasevich codirigía Nexta, un canal de Telegram. Desde las elecciones presidenciales del pasado agosto, ampliamente consideradas fraudulentas, el canal ofrece información sobre el régimen bielorruso y coordina manifestaciones en su contra. Esto continúa. Como otros opositores, había cambiado su país por el exilio y la seguridad de la UE, o eso creía.

Protasevich fue arrestado cuando su avión aterrizó en Minsk. Su novia rusa, que estaba con él, Sofía Sapega, también fue detenida. El impactante incidente ha despertado el repudio alrededor del mundo.

El lunes, el director ejecutivo de Ryanair, Michael O'Leary, lo describió como “piratería aérea”. Los ministros de Exteriores de la UE lo han denominado secuestro en vuelo, “terrorismo de Estado” flagrante y mera bravuconería. Rupert Colville, portavoz de la Alta Comisionada de la ONU de Derechos Humanos lo ha calificado de “abuso de poder estatal” y “detención arbitraria e ilegal”. Por su parte, los líderes de la UE han impuesto más sanciones y han llamado a evitar que los aviones sobrevuelen cielo bielorruso.

“El secuestro quizás detone algo”

Para los gobiernos occidentales el dilema es cómo seguir respondiendo. Según Andrei Sannikov, antiguo candidato presidencial bielorruso arrestado en 2010, el régimen no solo lleva adelante la peor represión doméstica desde la independencia de la Unión Soviética –“apaleando a los propios ciudadanos”, en sus palabras–. Es también una amenaza grave para otros países, dice. La mayoría de los pasajeros a bordo, 171, eran ciudadanos europeos.

Sannikov tildó al beligerante Gobierno de Lukashenko, respaldado por Moscú, de “absolutamente demente”. “Sí, Lukashenko es un psicópata. Uno peligroso”, dijo. Y agregó: “Esto es una prueba para la comunidad internacional en general. Occidente todavía necesita encontrar instrumentos y herramientas para lidiar con él. El secuestro quizás detone algo. No son amenazas vacías. Ni siquiera Corea del Norte haría algo así”.

El secuestro insinúa un panorama terrible donde Lukashenko podría llevar adelante otras operaciones especiales en contra de sus opositores que residen en el extranjero. El director de la KGB bielorrusa, Ivan Tsertsel, ha prometido eliminar a todos los “traidores a la patria”. En abril, su colega Nikolai Karpenkov, comandante de las tropas interiores, dijo que los participantes en las manifestaciones pacíficas se enfrentarían a un “castigo inevitable” y serían “tratados como terroristas”. La televisión estatal ha hablado de ejecuciones de estilo estalinista.

Unas pocas horas antes de que su avión fuera forzado a aterrizar, Protasevich informó que estaba siendo vigilado en el aeropuerto de Atenas. Un hombre que hablaba ruso, vestido con una camiseta y pantalones de tela lo siguió de cerca durante el embarque e intentó tomar fotos de su tarjeta de identificación, dijo. Ya en Minsk, cuatro pasajeros se escaparon del avión y desaparecieron. Parecen haber sido oficiales de inteligencia empleados por la KGB bielorrusa. Al menos dos tendrían pasaportes rusos.

El papel de Rusia

Que Rusia tuviera algún papel en el secuestro no queda claro. La agencia FSB ha ayudado recientemente a arrestar en Moscú a un activista de la oposición acusado de tramar un “golpe” contra Lukashenko, y los medios estatales rusos han elogiado al presidente de Bielorrusia por su “bello” y contundente avance. El incidente, creen algunos, distanciará todavía más a Bielorrusia de Europa para acercarla al Kremlin.

La detención ya está infundiendo terror sobre otros disidentes. Natalia Kaliada, cofundadora del Belarus Free Theatre, iba a encontrarse con Protasevich esta semana. Kaliada cuenta a The Guardian que había hablado con el piloto y la aerolínea el domingo antes de embarcar en un vuelo de Londres a Vilna, capital de Lituania. “El avión fue alertado. Evitó el espacio aéreo bielorruso. He recibido múltiples amenazas de muerte desde noviembre y diciembre”.

En los últimos meses, las protestas masivas en contra de Lukashenko han disminuido. Según Sannikov, sin embargo, el régimen está más debilitado de lo que parece por la dependencia de Lukashenko de sus fuerzas de seguridad. Entre bastidores hay deserciones y suicidios, dice. “Lukashenko ya no puede controlar ni al Estado, ni la economía, ni el gobierno. Solo se reúne con los uniformados”, añade. “Puede que haya menos protestas, pero el odio en contra de Lukashenko está creciendo. Y llevará a una explosión”.

Según Nigel Gould-Davies, antiguo embajador británico en Minsk, “esto no va solamente de Bielorrusia”. “Si Bielorrusia se sale con la suya, otros países probablemente se sientan animados a capturar personas que hayan escapado al exterior”. Los acontecimientos del domingo demostraron la debilidad de Lukashenko, señala, remarcando que “no puede recuperar legitimidad”.

Para la aguerrida comunidad periodística de Bielorrusia, mientras tanto, ha sido un periodo desastroso. El mayor medio no propiedad del Estado –la página tut.by– fue clausurado la semana pasada y muchos de sus empleados fueron acorralados y detenidos. Actualmente hay 30 periodistas presos. Protasevich está ahora entre ellos y se enfrenta a los cargos de organizar disturbios masivos y actividades grupales que “violan el orden público”. Son suficientes para que pase años en la cárcel.

Traducción de Ignacio Rial-Schies

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